domingo, 2 de noviembre de 2008

La dictadura silenciosa.


Entro en una votación que encuentro en Público.es.

La pregunta: ¿Debería haberse callado la Reina?. Curiosamente, con un notable número de votos emitidos, ganan los que piensan que no debería haberse callado.

Traducido: Que Doña Sofía tiene el derecho a pensar y decir lo que le parezca (con respeto a quienes opinen lo que quieran, también respetando a quienes no coincidan con ellos).

Al parecer Doña Sofía, en el libro de Pilar Urbano, "asegura estar en contra del aborto, no ser ´partidaria´ de la eutanasia y no entender el desfile del día del Orgullo Gay.

Sobre ésto, leo en El Semanal Digital:
Respecto a este asunto, el que ha levantado más polémica, el libro asegura que la Reina defiende que los homosexuales se casen pero que a esas uniones no se las puede denominar matrimonio."
Digan lo que digan, todo esto no es más que lo que en español se denomina una "espantada", pese a revestirse de aparente ponderación, ánimo de "concordia" y supuesta "neutralidad".
Y ello porque la "ponderación", la "concordia" y la "neutralidad" se determinan en función de los parámetros fijados por el autodenominado "progresismo".
Es decir, se trata de una partida con cartas marcadas.

Muchos, los más, piensan exactamente lo mismo que ha dicho Doña Sofía.
También son siempre los mismos los que hacen sonar la "alarma social" y, además, esta va siempre en un sentido.
El vicesecretario general de Comunicación, Esteban González-Pons, según ha señalado El Semanal Digital, ha afirmado que "si las declaraciones hubieran sido en sentido contrario no se hubiera armado el mismo revuelo". Pero este cable a la Casa Real es solo aparente porque, acto seguido, ha pedido "neutralidad" a la mencionada institución.
El resultado de todo es que si por la izquierda es aceptable que el doctor Montes no es un mal médico, que los fetos muertos en ciertas clínicas de Barcelona con aire en los pulmones –o sea que nacieron vivos y los mataron fuera- constituyen un "derecho de las mujeres" o que la Ley de la Memoria Histórica no es ninguna expresión de odio y revancha, por la derecha el límite acaba en la "neutralidad".

Una insoportable dictadura dice como nunca lo que hay que pensar o decir y lo "políticamente correcto" es invocado por gentes ideológicamente tan dispares -a fin de colgarse medallas gratuitas de "rebeldes"-, que ya nadie recuerda que lo "políticamente correcto" no es si no la dictadura implacable y brutal de la izquierda, una izquierda que ya hoy no hace purgas ni deporta a poblaciones enteras porque ha descubierto que, en la edad de la idolatría del mercado, el ostracismo y la destrucción del prestigio social de las personas es mucho más eficaz y, además, rinde pingues beneficios desde el punto de vista ideológico.

En nuestros días obtiene mejores resultados el Gran Wyoming que un comisario político y lo peor es que el asunto funciona a las mil maravillas.
A estas alturas del "régimen de libertades" que disfrutamos, siempre hay una asociación representativa de un "colectivo", cuya "marginación", "discriminación" y "persecución" a través de la Historia se acepta de manera axiomática, de modo que a la simple duda se replica con indignación ante la osadía del que vacila respecto de lo que en buena lid debería demostrarse previamente.
Que este "colectivo oprimido" ejerza las tareas de delación y persecución que otrora le correspondieran al soviet local es otra historia.

El resultado es que un amplio porcentaje de la población del mundo occidental, por lo menos tan numerosa como el colectivo de ciudadanos acogidos a ese nuevo estatuto, siempre beatífico, de "comisarios políticos", se halla siempre bajo sospecha y en la necesidad de justificar cada paso que da ante unos partidos, agrupaciones y líderes –ideológicos, académicos o políticos- paradójicamente corresponsables, por acción y omisión, de las mayores matanzas de la Historia y de los regímenes más crueles y sanguinarios que se recuerdan.
La carcoma "progresista" ha acarreado las dosis letales de nihilismo social que, arropado en un lenguaje pseudo-idealista, ha introducido el fermento de descomposición de valores del que han nacido fenómenos aparentemente tan dispares como la idolatría del mercado y la explotación capitalista, la equiparación a todos los efectos de la familia tradicional a la unión de dos personas del mismo sexo, la eutanasia, el aborto, la disolución del organismo nacional, vivo y real, en una mera conjetura abstracta y "cívica" o la opresión nacionalista amparada en la instrumentalización de la historia.

¿Dónde queda la libertad de pensamiento y la libertad de expresión?. Se puede pensar lo que se quiera aunque no siempre pueda decirse.
Me viene a la cabeza aquel liberal de las Cortes de Cádiz. Termina su discurso encendido discurso en defensa de la libertad de expresión. Como punto final exclama:
¡Viva la libertad de expresión! y añade "y muera quien no piensa como pienso yo!.

Orwell escribió una trilogía de imprescindible lectura en los días que vivimos:
La Rebelión en la Granja, Gran Hermano y 1984.
Y Orwell podrá ser acusado de lo que se quiera pero nunca de ser de derechas ni fascista.

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