El inconmensurable político español, faro de la Alianza de las Civilizaciones, ha tenido una nueva ocurrencia y, según aseguran algunos cachondos, ha dado instrucciones a las más altas mentes del think tank monclovita para que estudien cómo evitar, en un Estado laico como el nuestro, la permanencia de la Cruz Roja.
Debe ser sustituida por un símbolo coherente con el espíritu aconfesional que se desprende de nuestra Carta Magna. Para asegurarse de que la operación se hará con todas las garantías, Zapatero se propone designar una Comisión restringida, integrada sólo por 314 asesores y expertos, que dispondrán cada uno de ellos de automóvil oficial, chófer, dietas y gratificación especial de 300.000 euros al concluir su trabajo.
Presidirá esa Comisión Pedro Zerolo, que unirá a las prebendas generales un sueldo de 100.000 euros mensuales en 14 pagas.
Los islamistas se negaron en su día a aceptar la Cruz Roja y decidieron implantar la Media Luna Roja. Ni una concesión al signo de una religión como la cristiana que es atroz, que defiende la igualdad de la mujer, rechaza la lapidación pública de las adúlteras y condena la poligamia. Los islamistas están estupefactos de que el Vaticano no se sume a las sabias enseñanzas de El Corán en la azora IV, versículo 38, traducción de Juan Vernet: «Los hombres están por encima de las mujeres porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros, y porque ellos gastan parte de sus riquezas en favor de las mujeres. Las mujeres piadosas son sumisas a las disposiciones de Dios; son reservadas en ausencia de sus maridos en lo que Dios mandó ser reservado. A aquellas mujeres de quien temáis la desobediencia, amonestadlas, confinadlas en sus habitaciones, golpeadlas».
Zapatero, de acuerdo, según afirman, con sus amigos turcos, y tras consultar a Castro, Chávez, Ortega y Evo, rechaza que un Estado laico como el nuestro, nutrido en el espíritu de la Alianza de las Civilizaciones, mantenga una imagen tan agresiva como la Cruz Roja. En los años del desastre republicano, un sindicalista vertical ya escribió que era necesario «sustituir el caduco símbolo de la Cruz por el de la Hoz y el Martillo». Hoy los progresistas se han metido por el rabel la hoz, golpeándola delicadamente con el martillo. Así es que Zapatero, según parece, ha rechazado la idea de la Hoz Roja. Considera más indicado para la actual situación de España que se sustituya la Cruz Roja, tal vez, por el Triángulo Rojo. Y en eso estamos.
En eso, claro, y en retirar los crucifijos de las escuelas, prohibir la exhibición pública de belenes, sustituir en las luces navideñas de las ciudades los símbolos religiosos por palabras de fraternidad y liquidar de una vez por todas las siniestras procesiones de Semana Santa. Todo ello no demuestra otra cosa que el talante de concordia de Zapatero pues algunos le piden que haga lo que se hizo en los años treinta del siglo pasado: quema de conventos y asesinato masivo de curas y monjas. Hay que extirpar de raíz, en fin, la religión que es el opio del pueblo. Así se hizo en Polonia y en Rusia aunque luego, cadaverizado el paraíso comunista por el tontaina de Gorbachov, hayan venido unos cabrones demócratas y se haya restablecido el culto y abierto los templos.
Queda, sin embargo, un último símbolo del Estado que Zapatero estudia cómo extirpar, aunque ya le han advertido que no será fácil colgar el cascabel en el cuello de semejante gato. Resulta que después de 500 años de unidad de España, sobre la Corona figura todavía una cruz. Pequeñita y tímida pero figura. El presidente se orgasmaría de placer si Zerolo, que es listísimo, encontrara una fórmula para completar la operación laica que tanto aplaude una novelista con nombre de tango, sustituyendo la crucecita de marras por el pequeño triángulo de la modernidad y el futuro.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española. Leído en El Mundo.
Los islamistas se negaron en su día a aceptar la Cruz Roja y decidieron implantar la Media Luna Roja. Ni una concesión al signo de una religión como la cristiana que es atroz, que defiende la igualdad de la mujer, rechaza la lapidación pública de las adúlteras y condena la poligamia. Los islamistas están estupefactos de que el Vaticano no se sume a las sabias enseñanzas de El Corán en la azora IV, versículo 38, traducción de Juan Vernet: «Los hombres están por encima de las mujeres porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros, y porque ellos gastan parte de sus riquezas en favor de las mujeres. Las mujeres piadosas son sumisas a las disposiciones de Dios; son reservadas en ausencia de sus maridos en lo que Dios mandó ser reservado. A aquellas mujeres de quien temáis la desobediencia, amonestadlas, confinadlas en sus habitaciones, golpeadlas».
Zapatero, de acuerdo, según afirman, con sus amigos turcos, y tras consultar a Castro, Chávez, Ortega y Evo, rechaza que un Estado laico como el nuestro, nutrido en el espíritu de la Alianza de las Civilizaciones, mantenga una imagen tan agresiva como la Cruz Roja. En los años del desastre republicano, un sindicalista vertical ya escribió que era necesario «sustituir el caduco símbolo de la Cruz por el de la Hoz y el Martillo». Hoy los progresistas se han metido por el rabel la hoz, golpeándola delicadamente con el martillo. Así es que Zapatero, según parece, ha rechazado la idea de la Hoz Roja. Considera más indicado para la actual situación de España que se sustituya la Cruz Roja, tal vez, por el Triángulo Rojo. Y en eso estamos.
En eso, claro, y en retirar los crucifijos de las escuelas, prohibir la exhibición pública de belenes, sustituir en las luces navideñas de las ciudades los símbolos religiosos por palabras de fraternidad y liquidar de una vez por todas las siniestras procesiones de Semana Santa. Todo ello no demuestra otra cosa que el talante de concordia de Zapatero pues algunos le piden que haga lo que se hizo en los años treinta del siglo pasado: quema de conventos y asesinato masivo de curas y monjas. Hay que extirpar de raíz, en fin, la religión que es el opio del pueblo. Así se hizo en Polonia y en Rusia aunque luego, cadaverizado el paraíso comunista por el tontaina de Gorbachov, hayan venido unos cabrones demócratas y se haya restablecido el culto y abierto los templos.
Queda, sin embargo, un último símbolo del Estado que Zapatero estudia cómo extirpar, aunque ya le han advertido que no será fácil colgar el cascabel en el cuello de semejante gato. Resulta que después de 500 años de unidad de España, sobre la Corona figura todavía una cruz. Pequeñita y tímida pero figura. El presidente se orgasmaría de placer si Zerolo, que es listísimo, encontrara una fórmula para completar la operación laica que tanto aplaude una novelista con nombre de tango, sustituyendo la crucecita de marras por el pequeño triángulo de la modernidad y el futuro.
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española. Leído en El Mundo.
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