sábado, 15 de noviembre de 2008

'The Economist' no tendría emisoras en Cataluña, (Justino Sinova en El Mundo)


Si el semanario The Economist fuera español y quisiera abrir una emisora de radio en Cataluña no podría hacerlo. El inefable CAC (Consejo de lo Audiovisual de Cataluña) no le otorgaría la concesión administrativa necesaria para emitir. ¿Es que The Economist es una publicación de tercera que no ofrece garantías para mantener una programación continua en antena, como exige la ley? Todo lo contrario: es una de las revistas más prestigiosas del mundo y practica un periodismo inteligente, ingenioso y solvente. Pero ha cometido un grave error para los repartidores de frecuencias: ha criticado agudamente la política de la Generalitat, y quienes gestionan los intereses políticos de Cataluña no están dispuestos a permitirlo. Sancionar sin emisoras es lo que han hecho con otros grupos mediáticos, entre los que está la sociedad que publica este periódico, Unidad Editorial.

A la Generalitat no le gusta la libertad de expresión cuando es ajena y cuando es crítica, porque recibe con inmenso enojo las informaciones o los juicios incómodos y porque exige de inmediato que se rectifiquen. Tres días después de conocerse la arbitraria distribución de las emisoras, ha habido un ejemplo sintomático de aversión al ejercicio de la información y de la opinión libres, con la protesta orquestada por el Gobierno socialnacionalista de la Generalitat a un reportaje de The Economist (cuyo primer delito para los nacionalistas debe de ser no salir en Cataluña como L'Economista y en edición bilingüe, o sea, en inglés y catalán).

Lo que ha publicado el semanario no es una invención sino un retrato acertado de la intolerancia del nacionalismo y de las irregularidades que la gestión política provoca en Cataluña, entre ellas el acoso a la lengua hablada en toda España y en gran parte del mundo, lo que para una mentalidad inglesa es ciertamente incomprensible. The Economist dice que los nacionalismos en España nunca han querido «café para todos» sino «sólo para ellos como reconocimiento de que son diferentes». Y eso es una realidad que estamos viendo desde los orígenes de la Transición. Dice que «la lengua se ha convertido en una obsesión del nacionalismo». Y es verdad. Dice que aunque la política oficial es el bilingüismo, en la práctica eso significa que la escuela primaria y secundaria son en catalán. Y eso es verdad. Dice que el castellano en la escuela «es tratado como si fuese una lengua extranjera». Y eso también es verdad. Dice que «un español que no hable catalán no tiene casi posibilidad de enseñar en una universidad en Barcelona». Y eso es también verdad; lamentable, pero verdad. The Economist podía haberse fijado en el caso de la última película de Woody Allen, que se vio obligado a cambiar el guión para merecer las ayudas al cine previstas por el Govern. O en muchos sucedidos que reflejan la ofuscación controladora de los gobernantes catalanes y la conversión al nacionalismo del Partido Socialista, del que sí dice el semanario que «se muestra más nacionalista que los propios nacionalistas».

El enfado de la Generalitat por la información reveladora es el síntoma de su fracaso en el propósito de ocultar una realidad incómoda. Pero, ojo, atacar la libertad de información y de expresión es un indicio cierto de la tentación totalitaria. ¿Cómo habrá recibido The Economist esta reacción? Sin duda, con sorpresa, pero como confirmación, al fin y al cabo, de sus informaciones, y tomando buena nota para el próximo informe, porque afortunadamente pensará que no hay que pasar por alto esas faltas de respeto a la libertad en la Europa que llaman de las libertades.

No hay comentarios: