Azaña: "Paz, piedad y perdón"
"Y entonces, cuando los españoles puedan emplear en cosa mejor este extraordinario caudal de energía que estaba como amortiguado y que se ha desparramado con motivo de la guerra; cuando puedan emplear en esa obra sus energías juveniles que, por lo visto, son inextinguibles, con la gloria duradera de la paz, sustituirán la gloria siniestra y dolorosa de la guerra. Y entonces se comprobará una vez más lo que nunca debió ser desconocido por los que lo desconocieron: que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo. Ahí está la base de la nacionalidad y la raíz del sentimiento patriótico, no es un dogma que excluya de la nacionalidad a todos los que no lo profesan, sea un dogma religioso, político o económico.¡Eso es un concepto islámico de la nación y del Estado! Nosotros vemos en la patria una libertad, fundiendo en ella, no sólo los elementos materiales del territorio, de energía física o de riqueza, sino todo el patrimonio moral acumulado por los españoles en veinte siglos y que constituye el título grandioso de nuestra civilización en el mundo.
(...) Nunca ha sabido nadie ni ha podido predecir nadie lo que se funda con una guerra ¡nunca! (...) jamás en ninguna guerra se ha podido predecir desde el primer día cuales van a ser sus profundas repercusiones en el orden social y en el orden político y en la vida moral de los interesados en la guerra.(...) Guerras emprendidas para imponer sobre todo la unidad dogmática, han producido la proclamación de la libertad de conciencia en Europa y el estatuto político de los países disidentes de la unidad católica; guerras emprendidas para imponer la monarquía universal, han producido el levantamiento liberal, entre otros del pueblo español (...) Nuestras propias guerras son ejemplo de lo que digo. (...) Es la conmoción profunda en la moral de un país, que nadie puede constreñir y que nadie puede encauzar. (...) Este fenómeno profundo, que se da en todas las guerras, me impide a mí hablar del porvenir de España en el orden político y en el orden moral, porque es un profundo misterio, en este país de las sorpresas y de las reacciones inesperadas, lo que podrá resultar el día en que los españoles, en paz, se pongan a considerar lo que han hecho durante la guerra. Yo creo que si de esta acumulación de males ha de salir el mayor bien posible, será con este espíritu, y desventurado el que no lo entienda así. No tengo el optimismo de un Pangloss ni voy a aplicar a este drama la simplísima doctrina del adagio, de que “no hay mal que por bien no venga”. No es verdad, no es verdad. Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón.
(Extracto del discurso pronunciado por Azaña el 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona).
"Y entonces, cuando los españoles puedan emplear en cosa mejor este extraordinario caudal de energía que estaba como amortiguado y que se ha desparramado con motivo de la guerra; cuando puedan emplear en esa obra sus energías juveniles que, por lo visto, son inextinguibles, con la gloria duradera de la paz, sustituirán la gloria siniestra y dolorosa de la guerra. Y entonces se comprobará una vez más lo que nunca debió ser desconocido por los que lo desconocieron: que todos somos hijos del mismo sol y tributarios del mismo arroyo. Ahí está la base de la nacionalidad y la raíz del sentimiento patriótico, no es un dogma que excluya de la nacionalidad a todos los que no lo profesan, sea un dogma religioso, político o económico.¡Eso es un concepto islámico de la nación y del Estado! Nosotros vemos en la patria una libertad, fundiendo en ella, no sólo los elementos materiales del territorio, de energía física o de riqueza, sino todo el patrimonio moral acumulado por los españoles en veinte siglos y que constituye el título grandioso de nuestra civilización en el mundo.
(...) Nunca ha sabido nadie ni ha podido predecir nadie lo que se funda con una guerra ¡nunca! (...) jamás en ninguna guerra se ha podido predecir desde el primer día cuales van a ser sus profundas repercusiones en el orden social y en el orden político y en la vida moral de los interesados en la guerra.(...) Guerras emprendidas para imponer sobre todo la unidad dogmática, han producido la proclamación de la libertad de conciencia en Europa y el estatuto político de los países disidentes de la unidad católica; guerras emprendidas para imponer la monarquía universal, han producido el levantamiento liberal, entre otros del pueblo español (...) Nuestras propias guerras son ejemplo de lo que digo. (...) Es la conmoción profunda en la moral de un país, que nadie puede constreñir y que nadie puede encauzar. (...) Este fenómeno profundo, que se da en todas las guerras, me impide a mí hablar del porvenir de España en el orden político y en el orden moral, porque es un profundo misterio, en este país de las sorpresas y de las reacciones inesperadas, lo que podrá resultar el día en que los españoles, en paz, se pongan a considerar lo que han hecho durante la guerra. Yo creo que si de esta acumulación de males ha de salir el mayor bien posible, será con este espíritu, y desventurado el que no lo entienda así. No tengo el optimismo de un Pangloss ni voy a aplicar a este drama la simplísima doctrina del adagio, de que “no hay mal que por bien no venga”. No es verdad, no es verdad. Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que se acordarán, si alguna vez sienten que les hierve la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelve a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres, que han caído embravecidos en la batalla luchando magnánimamente por un ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, Piedad y Perdón.
(Extracto del discurso pronunciado por Azaña el 18 de julio de 1938 en el Ayuntamiento de Barcelona).
Jorge Trias Sagnier. Abc, sábado, 01-11-08, escribe:
Mañana, Día de Difuntos, miles y miles de personas se acercarán a los cementerios y colocarán flores, rezarán o recordarán a sus muertos. Entre ellos, habrá muchos que murieron en la Guerra Civil, en uno y otro bando. Alguno de esos cuerpos que mañana se honrará, antes de ser enterrado dignamente, reposó amontonado junto a otros en fosas comunes, como ocurrió con decenas de miles de españoles que fueron asesinados en tiempos de la República y del Frente Popular. Después de la guerra se abrieron muchas de esas fosas, se identificaron los restos y se les dio cristiana sepultura, perpetuando su memoria.
Lo que resulta escandaloso es que después de treinta años de democracia, ningún gobierno levantase las otras fosas comunes y enterrase dignamente a los muertos por la represión franquista. Si se hubiese hecho, ahora no tendríamos a Garzón meneando el rabo y calificando, artera e injustamente, de crímenes contra la humanidad esa represión.
Creíamos que la Transición había sido un abrazo fraternal, pero por lo que se ve parece que fue el abrazo del oso. Tampoco creo que la Transición deba sacralizarse pues nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ahora está de moda la ignorancia y, especialmente, ignorar todo lo que pasó entonces, ese entonces de la Guerra Civil, el entonces de nuestros padres y abuelos, el del franquismo y del exilio, el de la Transición y el de la Constitución. El entonces de una España sin rencor que ahora se deshace como un azucarillo.
Paz, piedad y perdón, clamaba Azaña el 18 de julio de 1938 desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona. Que cada uno recuerde u olvide como quiera esa guerra atroz que destrozó familias, pueblos, ciudades y a España entera.
Mañana, Día de Difuntos, es un buen momento para que examinemos por qué nos habíamos olvidado de una buena parte de los muertos de la guerra hasta que un juez, por caminos retorcidos e impracticables, nos ha recordado, en todo caso, que existían y que estaban ahí, mal enterrados.
Descansen en paz, con nombres y apellidos, y que su memoria, para bien o para mal, perdure. Pero que no se monte un esperpéntico procedimiento judicial sobre hechos que ya han atravesado el umbral de la historia.
http://www.jorgetriassagnier.com/.
Mañana, Día de Difuntos, miles y miles de personas se acercarán a los cementerios y colocarán flores, rezarán o recordarán a sus muertos. Entre ellos, habrá muchos que murieron en la Guerra Civil, en uno y otro bando. Alguno de esos cuerpos que mañana se honrará, antes de ser enterrado dignamente, reposó amontonado junto a otros en fosas comunes, como ocurrió con decenas de miles de españoles que fueron asesinados en tiempos de la República y del Frente Popular. Después de la guerra se abrieron muchas de esas fosas, se identificaron los restos y se les dio cristiana sepultura, perpetuando su memoria.
Lo que resulta escandaloso es que después de treinta años de democracia, ningún gobierno levantase las otras fosas comunes y enterrase dignamente a los muertos por la represión franquista. Si se hubiese hecho, ahora no tendríamos a Garzón meneando el rabo y calificando, artera e injustamente, de crímenes contra la humanidad esa represión.
Creíamos que la Transición había sido un abrazo fraternal, pero por lo que se ve parece que fue el abrazo del oso. Tampoco creo que la Transición deba sacralizarse pues nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Ahora está de moda la ignorancia y, especialmente, ignorar todo lo que pasó entonces, ese entonces de la Guerra Civil, el entonces de nuestros padres y abuelos, el del franquismo y del exilio, el de la Transición y el de la Constitución. El entonces de una España sin rencor que ahora se deshace como un azucarillo.
Paz, piedad y perdón, clamaba Azaña el 18 de julio de 1938 desde el balcón del Ayuntamiento de Barcelona. Que cada uno recuerde u olvide como quiera esa guerra atroz que destrozó familias, pueblos, ciudades y a España entera.
Mañana, Día de Difuntos, es un buen momento para que examinemos por qué nos habíamos olvidado de una buena parte de los muertos de la guerra hasta que un juez, por caminos retorcidos e impracticables, nos ha recordado, en todo caso, que existían y que estaban ahí, mal enterrados.
Descansen en paz, con nombres y apellidos, y que su memoria, para bien o para mal, perdure. Pero que no se monte un esperpéntico procedimiento judicial sobre hechos que ya han atravesado el umbral de la historia.
http://www.jorgetriassagnier.com/.
Encuentro otra versión de Paz, piedad y perdón.
Paz, Piedad y Perdón
La Guerra Civil parecia muerta después de la transición . Pero cual fue mí sorpresa al ver que después de tantos años de democracia y reconciliación gente joven levantaba el brazo, izaba banderas de simbología fascista y gritaba “asesino” a Santiago Carrillo. Se que es un tema delicado de tratar pero quiero dar mi punto de vista.
Que decir de Carrillo… Sí, es verdad que fue un verdugo en aquella guerra, pero la pregunta es: ¿Quién no lo fue? En esa guerra se cometieron tantas y tantas barbaridades de uno y otro bando. Pero Carrillo fue además uno de los hombres que hizo posible la transición. Renunció a tantas aspiraciones, tantas ilusiones de los republicanos, puede ser difícil de entender, pero para mí Carrillo es un hombre al que hay que agradecer el sacrificio que hizo en pos de la democracia. Ahora bien es muy comprensible que gente en aquel acto de homenaje hacia Santiago Carrillo, me refiero a los familiares de las victimas, no aguantarán ese silencio y explotarán, ¿No haríamos hoy (ya que durante el régimen si es verdad que tuvieron que callar y guardar silencio) lo mismo los republicanos en un acto que homenajeará a uno de tantos verdugos franquistas?
Personalmente lo que a mi me sorprende es que muchos de esos jóvenes no habían perdido familiares y admitámoslo, no iban a dar su apoyo a las familias. Fueron simple y llanamente a sabotear el acto y a increpar a carrillo. Lo que me sorprende más aun es que esos jóvenes han nacido en democracia y lo que más me sorprende es que se han sentido identificados con una ideología claramente antidemocrática. ¿Cómo puede ser que en el siglo XXI existan todavía partidarios de un régimen caduco y de una ideología tan irracional?
Mi teoría es simple el “borrón y cuenta nueva” propio de la transición a creado esta situación. Los jóvenes no conocen la verdad, el sistema educativo explica poco y mal lo que fue nuestra historia más reciente. El olvido a despertado la irracionalidad, la historia no hay que olvidarla hay que recordar lo que paso y por que paso, en definitiva hay que sustituir "el olvido" por el lema de Azaña: "Paz, Piedad y perdón".
La Guerra Civil parecia muerta después de la transición . Pero cual fue mí sorpresa al ver que después de tantos años de democracia y reconciliación gente joven levantaba el brazo, izaba banderas de simbología fascista y gritaba “asesino” a Santiago Carrillo. Se que es un tema delicado de tratar pero quiero dar mi punto de vista.
Que decir de Carrillo… Sí, es verdad que fue un verdugo en aquella guerra, pero la pregunta es: ¿Quién no lo fue? En esa guerra se cometieron tantas y tantas barbaridades de uno y otro bando. Pero Carrillo fue además uno de los hombres que hizo posible la transición. Renunció a tantas aspiraciones, tantas ilusiones de los republicanos, puede ser difícil de entender, pero para mí Carrillo es un hombre al que hay que agradecer el sacrificio que hizo en pos de la democracia. Ahora bien es muy comprensible que gente en aquel acto de homenaje hacia Santiago Carrillo, me refiero a los familiares de las victimas, no aguantarán ese silencio y explotarán, ¿No haríamos hoy (ya que durante el régimen si es verdad que tuvieron que callar y guardar silencio) lo mismo los republicanos en un acto que homenajeará a uno de tantos verdugos franquistas?
Personalmente lo que a mi me sorprende es que muchos de esos jóvenes no habían perdido familiares y admitámoslo, no iban a dar su apoyo a las familias. Fueron simple y llanamente a sabotear el acto y a increpar a carrillo. Lo que me sorprende más aun es que esos jóvenes han nacido en democracia y lo que más me sorprende es que se han sentido identificados con una ideología claramente antidemocrática. ¿Cómo puede ser que en el siglo XXI existan todavía partidarios de un régimen caduco y de una ideología tan irracional?
Mi teoría es simple el “borrón y cuenta nueva” propio de la transición a creado esta situación. Los jóvenes no conocen la verdad, el sistema educativo explica poco y mal lo que fue nuestra historia más reciente. El olvido a despertado la irracionalidad, la historia no hay que olvidarla hay que recordar lo que paso y por que paso, en definitiva hay que sustituir "el olvido" por el lema de Azaña: "Paz, Piedad y perdón".
Y otra más:24 de diciembre de 2004
Paz, piedad, perdón...y olvido (Lorenzo Bernaldo de Quirós)
La transición española se basó en un principio clave observado por todos los gobiernos desde 1977: el cierre de la Guerra Civil. Los herederos de vencedores y vencidos hicieron suya la proclama azañista de 'paz, piedad y perdón' y le introdujeron un elemento adicional: el olvido.
Por supuesto, una sociedad libre tiene derecho a revisar el pasado, a no ser hipotecaria de los pactos de los difuntos, pero la apertura del debate sobre la contienda que enfrentó a una mitad de España contra la otra que ha comenzado a proliferar en los últimos meses es una pésima noticia para la salud moral del país. Es una pócima que lo envenena todo. Ni el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) anterior al señor Zapatero, ni la intelligentsia progre española, ni el centro-derecha, habían sucumbido a la tentación de revisar y/o a interpretar a su favor la historia de un período sangriento, de una etapa de quiebra de la convivencia ciudadana.
Hace unas semanas, el profesor Santos Juliá señalaba en su columna de El País la prerrogativa de los hijos a romper ese acuerdo tácito de silencio de sus padres sobre la Guerra Civil. Desde un punto de vista académico, esta posición quizá resulte impecable pero desde una óptica política no lo es tanto. Las nuevas generaciones de españoles tienen un conocimiento limitado, por no decir inexistente, de las causas de la guerra. En consecuencia, la tentación de forjar una imagen parcial de los hechos al servicio de intereses partidistas concretos es muy alta. Esta opción es simplista y peligrosa. La hipótesis de una idílica España progresista y moderna asesinada en los años treinta por las fuerzas de la reacción, hipótesis cara a amplios sectores de la progresía celtibérica, amenaza desencadenar una respuesta contundente de quienes no comparten esa visión de los acontecimientos que, por otra parte, es errónea o, al menos, sectaria, como avala una abrumadora evidencia fáctica e historiográfica.
Cuando un país se mata durante tres años de contienda, los muertos merecen descansar en paz. Con razón o sin ella, los dos bandos lucharon por sus ideas en las trincheras porque fueron incapaces de entenderse en democracia. Todos merecen respeto y el drama de su fracaso produjo sangre y una larga etapa dictatorial en España. ¿Quién tuvo la culpa? ¿Tiene sentido responder 70 años después a esa pregunta? ¿Sirve para algo? Alguien dirá que la verdad debe resplandecer ante todo, pero esa dama es esquiva y la respuesta quizá no sea agradable para quienes reformulan la cuestión. Desde luego, la izquierda española tiene una amplia responsabilidad en la tragedia como atestigua la más solvente bibliografía hispana e internacional. Cuando no se respetan las reglas del juego democrático y la alternancia no es aceptable, cuando la oposición se levanta en armas contra un gobierno elegido por la mayoría de los ciudadanos, la democracia quiebra. Eso sucedió cuando PSOE, Esquerra Republicana de Cataluña, PCE y otros grupos intentaron derrocar en 1934 al gabinete salido de las urnas, la coalición de la CEDA y el Partido Radical.
En la España del siglo XXI, la resurrección intelectual y política de un revisionismo de parte sobre la Guerra Civil es un expediente a corto plazo que sólo contribuye a la crispación, a resucitar recuerdos olvidados y a emponzoñar la realidad. ¿A quién beneficia esto? A nadie. Quienes creen en Dios han de rezar por sus muertos para que gocen del descanso eterno y quienes no tienen esa fe deben honrar su memoria en el corazón. La inmensa mayoría de las familias españolas tienen cadáveres de la Guerra Civil en sus armarios y a muchas de ellas se les está haciendo revivir viejas fantasmagorías. Ese es un mal camino porque no conduce a ningún lugar, salvo al resentimiento y la amargura. La España de nuestros días es esa Tercera España que fue masacrada por las otras dos entre 1931 y 1939, es la España posible, la que creó los puentes para la reconciliación.
Quien escribe estas líneas pertenece intelectualmente a esa Tercera España, la de Ortega, Madariaga, Sánchez Albornoz, Menéndez Pidal y tantos otros que soñaron para este país una democracia liberal en la cual fuese posible vivir en paz, en libertad y en progreso. Es ese espíritu y no el de la resurrección de los zombies ideológicos de una de las dos Españas, el camino que hace posible avanzar hacia el futuro. Los fantasmas personales, los recuerdos infantiles de un dirigente político no pueden convertirse en banderas políticas a estas alturas del siglo. Es ridículo, irresponsable y, sin duda, estéril. El PSOE y sus aliados de la intelligentsia progre cometen un grave error si pretenden o estimulan la emergencia de un debate interminable y sin solución. Cuando se abre la Caja de Pandora de una Guerra Civil, cualquier derivada es viable.
Pertenezco a una generación que se sumó con entusiasmo al olvido, no como renuncia a conocer la verdad, sino como una opción razonable para la construcción de una España abierta y democrática. No me gustaría que mis hijos asistiesen a un revivir ni siquiera académico y mucho menos propagandístico de quién tuvo razón. Eso no sirve para nada, salvo para abrir heridas y conflictos que no benefician a nadie.
Paz, piedad, perdón...y olvido (Lorenzo Bernaldo de Quirós)
La transición española se basó en un principio clave observado por todos los gobiernos desde 1977: el cierre de la Guerra Civil. Los herederos de vencedores y vencidos hicieron suya la proclama azañista de 'paz, piedad y perdón' y le introdujeron un elemento adicional: el olvido.
Por supuesto, una sociedad libre tiene derecho a revisar el pasado, a no ser hipotecaria de los pactos de los difuntos, pero la apertura del debate sobre la contienda que enfrentó a una mitad de España contra la otra que ha comenzado a proliferar en los últimos meses es una pésima noticia para la salud moral del país. Es una pócima que lo envenena todo. Ni el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) anterior al señor Zapatero, ni la intelligentsia progre española, ni el centro-derecha, habían sucumbido a la tentación de revisar y/o a interpretar a su favor la historia de un período sangriento, de una etapa de quiebra de la convivencia ciudadana.
Hace unas semanas, el profesor Santos Juliá señalaba en su columna de El País la prerrogativa de los hijos a romper ese acuerdo tácito de silencio de sus padres sobre la Guerra Civil. Desde un punto de vista académico, esta posición quizá resulte impecable pero desde una óptica política no lo es tanto. Las nuevas generaciones de españoles tienen un conocimiento limitado, por no decir inexistente, de las causas de la guerra. En consecuencia, la tentación de forjar una imagen parcial de los hechos al servicio de intereses partidistas concretos es muy alta. Esta opción es simplista y peligrosa. La hipótesis de una idílica España progresista y moderna asesinada en los años treinta por las fuerzas de la reacción, hipótesis cara a amplios sectores de la progresía celtibérica, amenaza desencadenar una respuesta contundente de quienes no comparten esa visión de los acontecimientos que, por otra parte, es errónea o, al menos, sectaria, como avala una abrumadora evidencia fáctica e historiográfica.
Cuando un país se mata durante tres años de contienda, los muertos merecen descansar en paz. Con razón o sin ella, los dos bandos lucharon por sus ideas en las trincheras porque fueron incapaces de entenderse en democracia. Todos merecen respeto y el drama de su fracaso produjo sangre y una larga etapa dictatorial en España. ¿Quién tuvo la culpa? ¿Tiene sentido responder 70 años después a esa pregunta? ¿Sirve para algo? Alguien dirá que la verdad debe resplandecer ante todo, pero esa dama es esquiva y la respuesta quizá no sea agradable para quienes reformulan la cuestión. Desde luego, la izquierda española tiene una amplia responsabilidad en la tragedia como atestigua la más solvente bibliografía hispana e internacional. Cuando no se respetan las reglas del juego democrático y la alternancia no es aceptable, cuando la oposición se levanta en armas contra un gobierno elegido por la mayoría de los ciudadanos, la democracia quiebra. Eso sucedió cuando PSOE, Esquerra Republicana de Cataluña, PCE y otros grupos intentaron derrocar en 1934 al gabinete salido de las urnas, la coalición de la CEDA y el Partido Radical.
En la España del siglo XXI, la resurrección intelectual y política de un revisionismo de parte sobre la Guerra Civil es un expediente a corto plazo que sólo contribuye a la crispación, a resucitar recuerdos olvidados y a emponzoñar la realidad. ¿A quién beneficia esto? A nadie. Quienes creen en Dios han de rezar por sus muertos para que gocen del descanso eterno y quienes no tienen esa fe deben honrar su memoria en el corazón. La inmensa mayoría de las familias españolas tienen cadáveres de la Guerra Civil en sus armarios y a muchas de ellas se les está haciendo revivir viejas fantasmagorías. Ese es un mal camino porque no conduce a ningún lugar, salvo al resentimiento y la amargura. La España de nuestros días es esa Tercera España que fue masacrada por las otras dos entre 1931 y 1939, es la España posible, la que creó los puentes para la reconciliación.
Quien escribe estas líneas pertenece intelectualmente a esa Tercera España, la de Ortega, Madariaga, Sánchez Albornoz, Menéndez Pidal y tantos otros que soñaron para este país una democracia liberal en la cual fuese posible vivir en paz, en libertad y en progreso. Es ese espíritu y no el de la resurrección de los zombies ideológicos de una de las dos Españas, el camino que hace posible avanzar hacia el futuro. Los fantasmas personales, los recuerdos infantiles de un dirigente político no pueden convertirse en banderas políticas a estas alturas del siglo. Es ridículo, irresponsable y, sin duda, estéril. El PSOE y sus aliados de la intelligentsia progre cometen un grave error si pretenden o estimulan la emergencia de un debate interminable y sin solución. Cuando se abre la Caja de Pandora de una Guerra Civil, cualquier derivada es viable.
Pertenezco a una generación que se sumó con entusiasmo al olvido, no como renuncia a conocer la verdad, sino como una opción razonable para la construcción de una España abierta y democrática. No me gustaría que mis hijos asistiesen a un revivir ni siquiera académico y mucho menos propagandístico de quién tuvo razón. Eso no sirve para nada, salvo para abrir heridas y conflictos que no benefician a nadie.
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