LA RAZÓN localiza la imagen original propiedad de Manuel Castilla Blanco, uno de los sepultureros del poeta, y los nombres de todos los protagonistas de esta imagen.
La fotografía es el documento gráfico que representa el capítulo final de la tragedia vivida por García Lorca.9 Noviembre 08 - Víctor Fernández
GRANADA- La imagen siempre estuvo guardada en su cartera. Manuel Castilla Blanco, uno de los sepultureros del poeta, la ocultaba allí porque no quería que nadie la descubriera en casa. Aquello era demasiado doloroso para ser recordado u olvidado. No fue hasta poco antes de su muerte, ya viejo, que entregó la fotografía a su amigo Fernando García Noguerol: «Esto es para ti. Quédatelo. Pero no se lo enseñes a nadie hasta que yo me muera». Era el documento gráfico en el que aparecían los hombres que enterraron a Federico García Lorca. Si bien la fotografía ya se había reproducido cortada, borrosa –por ejemplo, en LA RAZÓN el 18 de agosto de 2006–, nunca hasta la fecha se había logrado identificar todo el conjunto de personajes que en ella aparecen. Este diario ha podido consultar algunas de las notas dejadas por Castilla Blanco, entre ellas la que revela la identidad de sus compañeros de horrible destino, castigados a enterrar a los que acababan de ser asesinados entre Víznar y Alfacar. Era su única manera de salvar la vida.Frente a la ColoniaLa imagen fue captada frente a la Colonia, la improvisada última morada de los condenados a muerte y en la que Lorca pasó unas horas antes de ser tiroteado. Los muros de la finca, hoy inexistente, son los que aparecen como telón de fondo para el grupo que planta cara sonriendo a la cámara. Castilla Blanco recordaba que la idea de la instantánea partió de Antonio Henares Rojo, quien convenció a sus amigos. Ellos eran: José Lopera Vaquero (empleado de una droguería de la calle Puentezuelas), Fernando Fernández García (dependiente del Hotel Victoria), Gonzalo Mancha, Manuel Plaza Caro (dueño del Hotel España), Antonio Hernares Rojo (fotógrafo), Antonio Mendoza Lafuente (presidente de una logia masónica de Granada), Francisco Jiménez Bocanegra (barbero), Mendoza Porver (barbero), Alicia Comba, Manuel Castilla Blanco (estraperlista y conocido popularmente como Manolo el Comunista), un tal Fernando y María Luisa Alcalde González. Con ellos, está la hija pequeña de los propietarios de la finca. A excepción de las dos chicas, destinadas a las cocinas y a la limpieza de la finca, el resto de hombres se dedicó a partir de julio y agosto de 1936 a la dura labor de abrir todos los días una fosa y enterrar a los muertos. En los primeros días de la guerra, aquello fue un caos. Un militar jubilado granadino consultado por este periódico, pero que desea permanecer en el anonimato, explica que aquello fue un caos. «Los asesinatos eran indiscrimandos. El capitán José Nestares, cuando se instaló en el cuartel de Víznar, empezó a poner orden a todo esto y ordenó ejecutar a todo aquel que realizaba fusilamientos sin informarle», añade. Hasta mediados de septiembre de 1936, Nestares no consiguió que se le comunicara por escrito el nombre de los detenidos que serían ejecutados en su «jurisdicción», una pieza más de su enfrentamiento con el gobernador civil de Granada José Valdés Guzmán. Por ese motivo, según explicó Castilla Blanco a García Noguerol, el grupo de enterradores no pudo dar sepultura a los restos de Dióscoro Galindo González, Juan Arcoya Cabezas, Francisco Galadí Melgar y Federico García Lorca hasta pasadas algo más de 24 horas. Hasta que Nestares no dio la orden de enterrar, no se pudo hacer nada.Muchos años después, Castilla Blanco habló de su labor a tres investigadores ––Agustín Penón, Ian Gibson y Eduardo Molina Fajardo– y llegó a señalar la tumba del poeta. Pero como le diría a su amigo Noguerol: «Fernando, me han llevado allí y sólo hay chalets. Yo no me acuerdo de dónde está. Yo sabía dónde estaba, pero ya no conozco ese sitio». Pese a todo, Castilla Blanco guardaría la fotografía –hoy en una colección privada– hasta que se la entregó a Fernando García Noguerol.Hay otro punto interesante sobre los enterradores. Uno de ellos, Francisco Jiménez Bocanegra, probablemente le contaría los hechos a su hermano Miguel. Este último era alguacil del juzgado número 1 y firmó como testigo, en 1940, en la solicitud para la inscripción de defunción de Federico García Lorca.
GRANADA- La imagen siempre estuvo guardada en su cartera. Manuel Castilla Blanco, uno de los sepultureros del poeta, la ocultaba allí porque no quería que nadie la descubriera en casa. Aquello era demasiado doloroso para ser recordado u olvidado. No fue hasta poco antes de su muerte, ya viejo, que entregó la fotografía a su amigo Fernando García Noguerol: «Esto es para ti. Quédatelo. Pero no se lo enseñes a nadie hasta que yo me muera». Era el documento gráfico en el que aparecían los hombres que enterraron a Federico García Lorca. Si bien la fotografía ya se había reproducido cortada, borrosa –por ejemplo, en LA RAZÓN el 18 de agosto de 2006–, nunca hasta la fecha se había logrado identificar todo el conjunto de personajes que en ella aparecen. Este diario ha podido consultar algunas de las notas dejadas por Castilla Blanco, entre ellas la que revela la identidad de sus compañeros de horrible destino, castigados a enterrar a los que acababan de ser asesinados entre Víznar y Alfacar. Era su única manera de salvar la vida.Frente a la ColoniaLa imagen fue captada frente a la Colonia, la improvisada última morada de los condenados a muerte y en la que Lorca pasó unas horas antes de ser tiroteado. Los muros de la finca, hoy inexistente, son los que aparecen como telón de fondo para el grupo que planta cara sonriendo a la cámara. Castilla Blanco recordaba que la idea de la instantánea partió de Antonio Henares Rojo, quien convenció a sus amigos. Ellos eran: José Lopera Vaquero (empleado de una droguería de la calle Puentezuelas), Fernando Fernández García (dependiente del Hotel Victoria), Gonzalo Mancha, Manuel Plaza Caro (dueño del Hotel España), Antonio Hernares Rojo (fotógrafo), Antonio Mendoza Lafuente (presidente de una logia masónica de Granada), Francisco Jiménez Bocanegra (barbero), Mendoza Porver (barbero), Alicia Comba, Manuel Castilla Blanco (estraperlista y conocido popularmente como Manolo el Comunista), un tal Fernando y María Luisa Alcalde González. Con ellos, está la hija pequeña de los propietarios de la finca. A excepción de las dos chicas, destinadas a las cocinas y a la limpieza de la finca, el resto de hombres se dedicó a partir de julio y agosto de 1936 a la dura labor de abrir todos los días una fosa y enterrar a los muertos. En los primeros días de la guerra, aquello fue un caos. Un militar jubilado granadino consultado por este periódico, pero que desea permanecer en el anonimato, explica que aquello fue un caos. «Los asesinatos eran indiscrimandos. El capitán José Nestares, cuando se instaló en el cuartel de Víznar, empezó a poner orden a todo esto y ordenó ejecutar a todo aquel que realizaba fusilamientos sin informarle», añade. Hasta mediados de septiembre de 1936, Nestares no consiguió que se le comunicara por escrito el nombre de los detenidos que serían ejecutados en su «jurisdicción», una pieza más de su enfrentamiento con el gobernador civil de Granada José Valdés Guzmán. Por ese motivo, según explicó Castilla Blanco a García Noguerol, el grupo de enterradores no pudo dar sepultura a los restos de Dióscoro Galindo González, Juan Arcoya Cabezas, Francisco Galadí Melgar y Federico García Lorca hasta pasadas algo más de 24 horas. Hasta que Nestares no dio la orden de enterrar, no se pudo hacer nada.Muchos años después, Castilla Blanco habló de su labor a tres investigadores ––Agustín Penón, Ian Gibson y Eduardo Molina Fajardo– y llegó a señalar la tumba del poeta. Pero como le diría a su amigo Noguerol: «Fernando, me han llevado allí y sólo hay chalets. Yo no me acuerdo de dónde está. Yo sabía dónde estaba, pero ya no conozco ese sitio». Pese a todo, Castilla Blanco guardaría la fotografía –hoy en una colección privada– hasta que se la entregó a Fernando García Noguerol.Hay otro punto interesante sobre los enterradores. Uno de ellos, Francisco Jiménez Bocanegra, probablemente le contaría los hechos a su hermano Miguel. Este último era alguacil del juzgado número 1 y firmó como testigo, en 1940, en la solicitud para la inscripción de defunción de Federico García Lorca.
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