miércoles, 26 de noviembre de 2008

¿Zapatero incomprendido?. "Cuando el sabio señala la Luna, el tonto se queda mirando al dedo".


Nuestro falso Obama: (José María Carrascal, 26-11-08):
PARA sazonar la entrevista que hizo a Zapatero, al redactor del Washington Post Jim Hoaglan no se le ocurrió otra cosa que compararle con Obama. «Ambos nacieron el mismo día, con un año de diferencia, ambos son altos, delgados, aficionados al baloncesto, ambos tienen dos hijas», escribió. Pero las semejanzas se acababan ahí y, al pasar a la política, Hoaglan tuvo que reconocer que las ideas de Zapatero sobre el matrimonio homosexual, el divorcio exprés y el suicidio asistido «no tendrían cabida en el programa de Obama».
Si hubiera profundizado un poco más, se hubiera encontrado con dos personalidades no ya distintas, sino opuestas.
A Obama no se le ha cogido nunca en mentira, incluso en las cuestiones más espinosas. Nos lo ha vuelto a demostrar al advertir al país que se encontraba en «una crisis de proporciones históricas, que exigirá grandes sacrificios por parte de todos». Mientras Zapatero no ha hecho más que mentirnos desde que llegó a la presidencia. Antes, tendríamos que preguntar a su familia, pues nadie había oído hablar de él. En cuanto a la crisis, negó su existencia hasta que no tuvo más remedio que reconocerla. De sacrificios, ni palabra todavía. Este es nuestro Obama, Mr. Hoaglan.
Pero su principal diferencia con el Obama auténtico no es su alergia a la verdad. Es algo más grave en un político: mientras el presidente electo norteamericano busca conciliar y unir a sus compatriotas ante los desafíos que tienen delante, nuestro presidente sólo busca dividir y enfrentar a los españoles. Obama viene a cerrar heridas. Zapatero viene a abrirlas, a reabrirlas mejor dicho, sean ideológicas, religiosas, regionales, de clases, sexos o edades. Ha intentado dinamitar el consenso de la transición, ha convertido la memoria en un instrumento de venganza y la historia, en un arma arrojadiza. Y no contento con el «cinturón sanitario» que estableció en torno al mayor partido de la oposición, trazó divisiones dentro de su propio partido, silenciando a los críticos, prescindiendo de cuantos no aceptaban sus directrices y jubilando a la vieja guardia, por la sombra que podía hacerle.
«Las cosas tendrán que empeorar antes de mejorar, y si la industria automovilista quiere ayudas estatales, sus directivos tendrán que venir con planes más sólidos y concretos», anunció ayer Obama, con voz firme, serena, sin aspavientos, al presentar a su equipo económico, compuesto por gente seria, con experiencia, nada ideológica. Compárenlo con las declaraciones que hizo Zapatero sobre la crisis y sobre el futuro de Repsol, con sus largas pausas, su voz hueca, sus meandros retóricos, sus brazos en cruz, sus adverbios terminados en «mente», su invocación de grandes principios, su evasión continua de la realidad, y tendrán la diferencia. Y es que ser alto, delgado y aficionado al baloncesto no significa similitud, colega Hoaglan. Ni siquiera el haber nacido el mismo día, a no ser que uno considere la astrología una fuente periodística.


La estatuta de Sal: Ignacio Camacho, 26-11-08
QUIZÁ alguien algún día tenga que decir que hubo un tiempo extraño en que este país se empeñó en meterle marcha atrás a la Historia, y en vez de enfrentarse al futuro se puso a desandar el camino en busca de las huellas ya casi borradas de sus peores demonios. Fue chocante, escribirá algún historiador perplejo: cuando al fin parecía que España había logrado enterrar sus fantasmas de odio se desató de nuevo una pasión retroactiva de desquites, rencores y trincheras.
El viejo encono banderizo, esa triste exaltación fanática que maniata nuestra convivencia y nos despeña en un abismo de tumbas sin héroes. La maldita herida del tiempo, el siniestro estigma de Caín.
Será difícil que quien mire estos días dentro de unos años entienda este repentino fragor estéril de reproches históricos, esta recidiva de ardor guerrero crecido en el túnel oscuro de una tragedia superada.

De repente, otra vez, las sombras de milicianos fusilando monjas y de falangistas paseando maestros en la madrugada, el hedor de las fosas semiabiertas, el eco pastoso de la sangre, la inútil competencia de la memoria encarnizada del crimen.
Todo evocado por gentes nuevas, crecidas bajo el orden esperanzado de una democracia fértil, que de golpe sintieran el impulso de ajustar cuentas postizas con un pasado que por fortuna no vivieron, pero que desde el fondo de un vértigo ideológico parece reclamarles una especie de desdichada expiación retrospectiva.
Lo paradójico es que el clima de libertad que ampara ahora esta especie de enmienda histórica fue posible precisamente gracias a la generosidad de un pacto para erradicarla. Un acuerdo colectivo para no mirar atrás, hacia donde sólo había un yermo moral de vergüenza mutua, permitió el renacimiento de una nación joven dispuesta a librarse del lastre de una secular ruina. Ni siquiera hubo que absolver nada; simplemente se renunció a la culpa, a la herencia de un legado de cenizas y escombros. Veinte mil libros -el dato es de Juan Pablo Fusi- sobre la República, la guerra y el franquismo prueban que ni siquiera fue preciso apelar al olvido.
Y ahora sobreviene, cargado de presagios ominosos, este dislate de memorias arrojadizas que nublan el presente con una bruma funeral, este torcido revisionismo trincherista que vuelve a contar muertos sobre muertos y agravios sobre agravios para reagrupar prescritas responsabilidades sobre dos realineados bandos hemipléjicos. Este tardío sinsentido de heridas reabiertas sobre la sangre antigua ya coagulada por la paz, la piedad y el perdón.
Todo empezó porque alguien creyó que le debía algo a un abuelo y activó una sesión de macabro espiritismo político que removió el polvoriento recuerdo de muchos miles de abuelos arrastrados por el arrebato ancestral de la sangre. Ese error descomunal del retroceso expiatorio ha reabierto los viejos armarios donde permanecían guardados bajo llave los espectros de un prolongado fracaso. Cuando la Historia vuelva a juzgar este necio debate de fantasmas será implacable con la evidencia recurrente de una nación que se bloqueó a sí misma, como una moderna estatua de sal, por girarse sobre su destino en busca de una maldición de la que ya se había desembarazado.


Las teselas del mosaico. (Manuel Martín Ferrand, 26-11-08)
DEL mismo modo que muchos aficionados al cante jondo nunca consiguen colocar un olé donde le conviene a la cadencia del palo y la expresión, José Luis Rodríguez Zapatero tiene serias dificultades para ajustar sus intervenciones públicas a lo que las circunstancias requieren y los problemas aconsejan.
Zapatero, y quizás ahí reside su éxito -relativo, con respecto a Mariano Rajoy- es imprevisible. Siempre torea en un terreno distinto del que le corresponde a un maestro de la lidia y mariposea por los territorios del pasado para evitar concretarse en lo que nos interesa.
Ayer, por ejemplo, anunció que mañana presentará en el Congreso un plan para la reactivación económica en el que, insistió, se prestará gran atención al sector del automóvil. ¿Coincidirá el plan de Zapatero con el que hoy presentará en Bruselas la Comisión Europea? No parece probable. La Comisión, que también es muy suya y extemporánea, quiere lo que no quieren Ángela Merkel y Nicolás Sarkozy y parece no querer el Gobierno de España: rebajar el IVA y otros impuestos, al tiempo que baja el precio del dinero, para estimular un consumo decaído.
Cabe suponer que los líderes del mundo han diseñado un mosaico exclusivo con el que esperan resolver, o aliviar, sus respectivos problemas nacionales. Sería deseable que la yuxtaposición de esos mosaicos tuviera coherencia y, en su conjunto, todos formaran uno de mayores dimensiones.

Por el momento, cada cual nos muestra dos o tres de los cientos de teselas que han de integrar su obra y así no hay manera de entenderles y, mucho menos, de manifestar el más mínimo entusiasmo ante lo que preparan, y nos ofrecen para enfrentarse a la crisis que nos angustia y adelgaza nuestro personal poder adquisitivo.
Si Zapatero tuviera más enjundia y fundamento, en lugar de jugar a los chinos con las teselas conocidas de su mosaico, estaría muy atento a la marcha en el Senado de los Presupuestos Generales del Estado para 2009.

Entre el PP, ERC, CiU e ICV-IU, ese fantasioso proyecto volverá al Congreso sin la preceptiva aprobación por la Cámara Inútil, a la que algunos llaman Alta. Una buena ocasión para darles el cambiazo y ajustarlos a los ingresos y gastos reales que tendrá el Estado en un año tremendamente difícil.
Lo que Zapatero trata de sacar adelante es economía ficción y voluntarismo administrativo.
Fuera del Presupuesto, y más en tiempos de incertidumbre y tribulación económicas, todo es riesgo. No cabe, en la complejísima Hacienda de un Estado fragmentado en sus competencias y disponibilidades de gasto, ningún plan que no se someta a los Presupuestos. El problema está en que Zapatero, que es capaz de colocar un olé en el centro de un canto gregoriano, entiende que con la voluntad basta y que el rigor no conduce a nada. Así nos veremos
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Leído en ABC

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