domingo, 30 de noviembre de 2008

Envidia sana


Obama en el laberinto:
José María Carrascal escribe;
"NO es fácil ser un político honesto en nuestros días. Deshonesto, sí. Con tergiversar la realidad y mentir a una ciudadanía cada vez más desconcertada, basta.
Pero decir la verdad y enfrentarse a una realidad cada vez más sombría, es muy difícil. Obama lo está comprobando ya antes de ocupar la presidencia. Hoy dedicará su atención a la escena exterior, anunciando su equipo, con Hillary Clinton en la Secretaría de Estado, una vez aclaradas las cuentas de su marido, Robert Gates repitiendo en Defensa y un ex general de Marines como consejero para asuntos de seguridad. O sea, pocos experimentos, mucha madurez, muchas horas de vuelo y abundantes cicatrices en la piel.
Pero a Obama se le juzgará por la economía. Incluso si ganase todas las guerras en que está metido su país, cosa improbable -a lo más que puede aspirar es a no perderlas-, le serviría de poco de continuar la crisis que devora las entrañas de su tejido industrial y financiero. De ahí que el presidente electo dirigiese su primera atención a la economía, eligiendo un equipo de la misma talla y perfil: gente preparada, con experiencia y prestigio, capitaneada por Paul Volcker, toda una institución.
Aunque eso precisamente siembra las primeras dudas sobre Obama. Sus colaboradores forman parte del establishment de Washington desde hace décadas. ¿Cómo se compaginan con el «cambio» que nos prometía? ¿Y cómo se entenderán entre ellos, pues se trata de personalidades fuertes, con criterios propios, que pueden no coincidir?
La explicación que oigo encaja en teoría, luego en la práctica, ya veremos: la crisis actual es tan compleja que no tiene una sola solución, hay que atacarla por todos los flancos, con medidas conservadoras y liberales, con intervencionismo estatal e iniciativa privada, con libre mercado y mercado regulado, con frenos y estímulos. Sólo una sabia combinación de todo ello podrá detener la caída en picado de las economías mundiales y traer la recuperación.
Ésta, en efecto, no es una crisis cualquiera. Es una super-crisis, que requiere super-soluciones. Eligiendo un super-equipo, Obama demuestra, primero, que comprende la gravedad y complejidad de la situación. Segundo, que no tiene miedo a encerrarse con los mejores, sabiendo que, al final, tendrá que ser él quien tenga que decidir entre las diversas soluciones que le ofrezcan.
Un problema adicional es que, con dos presidentes, se corre el peligro de que lo que haga el saliente en el interregno lo deshaga el entrante nada más ocupar el poder. Aquí, la suerte ha venido en nuestra ayuda. Que Obama no haya tenido que derrotar a Bush para ocupar su puesto nos ahorra la animosidad que crean la lucha y la derrota. Bush le tiene al corriente de cuanto hace y un comité conjunto coordina la transición hasta el extremo de poder hablarse de co-gobierno. Eso facilita mucho las cosas. Pero no las soluciona. «Si es que tienen solución», oigo decir en voz baja a quienes tendrían que entender del asunto".

Sobre el mismo tema, Pedro González-Trevijano, Rector de la Universidad Rey Juan Carlos, señala:
" Lo que deseo resaltar es otra cosa complementaria, pero diferente: la entidad, calidad y ética pública de los discursos de los dos contrincantes tras conocerse el escrutinio. Por supuesto, el del próximo presidente, pero también el de McCain. Una intervención, en el caso del candidato republicano, que fue mucho más allá del habitual reconocimiento caballeroso de la derrota. Un ejemplo de lo que la ciudadanía esperaría de dos servidores de la Res publica, dos hombres -por lo expresado en sus intervenciones- con pretensiones de estadistas. Tras escuchar un resumen de sus palabras, y leer después sus textos íntegros, creo que los apologetas del sistema americano tendrían razón para seguir considerándolo como paradigma de los regímenes constitucionales.
«América y democracia -dijo W. Whitman en su libro Perspectivas democráticas- son términos recíprocos». O, como reseñaba ya Alexis de Tocqueville en la Introducción a su obra La democracia en América, «Ccnfieso que en América he visto algo más que América: allí he buscado una imagen de la democracia misma».
En esos discursos sobresalen los perfiles de una exposición conceptualmente bien construida, argumentalmente impecable, de fuerte carga ideológica y emocional, incluso lírica, mediáticamente impactante, socialmente seductora y externamente no exenta de retórica y hasta de épica.
Unos discursos aglutinadores de los correlativos deseos de informar, explicar, justificar, persuadir, impulsar y animar. Y dirigidos no sólo a los suyos, sino a todos, pues, finalizada la contienda electoral, ya no hay unos ni otros. Los enfrentamientos, disputas, partidismos, facciones y banderías quedan aparcados. La llamada es, a partir de este instante, a la unidad, al agrupamiento, a la conciliación y a la coparticipación en el proyecto colectivo de una esperanzada Nación.
Todos se sienten, y reclaman ser tratados, como americanos de idéntica condición y semejante consideración: «América no son ellos, somos nosotros». Unos discursos, tanto los del victory speech, como antes los del concesión speech, que rememoran, por su capacidad para galvanizar los ánimos, a los de Abraham Lincoln, Franklin D. Roosvelt, Harry Truman o John. F. Kennedy, y que se caracterizarían por los siguientes rasgos:
1) Honestos. Los discursos expresan, sin tapujos ni ambages, lo que se espera en tan compleja situación económica, pero también política. Disfrutan de conciencia moral. Se señalan las líneas de actuación para construir el futuro común. No se distrae a la ciudadanía con espúreas actuaciones nacidas al hilo de reprobables esquizofrenias de una clase política endogámica. Como apuntaba Ignacio Camuñas en su Tercera, «De la crisis económica a la crisis política», las crisis económicas pueden comportar el dramatismo de las peores crisis políticas. Así se entiende la admonición del nuevo presidente -«Los Estados Unidos deben curarse a sí mismos»- y el paralelo reconocimiento de su tarea: «Sabemos que los retos que nos traerá el día de mañana son los mayores de nuestras vidas: dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo». Un texto que recuerda el mítico mensaje de Winston Churchill: «Quiero decir a la Cámara, lo que he dicho a este Gobierno. No tengo nada que ofrecer sino sangre, sudor y lágrimas».
2) Realistas. Una cualidad siempre exigible. El éxito de las venideras políticas depende del acertado diagnóstico de los problemas. De no ser así, la mejor de ellas está avocada a una desesperante inutilidad o al frustrante fracaso. La Política, afirmaba ya el clásico, «es el arte de hacer posible lo necesario».
3) Animosos. Pero, siendo realistas, rezuman, simultáneamente, en la tradición del Sueño Americano, una dosis de optimismo para afrontar las dificultades: «Si todavía queda alguien que aún duda de que EE.UU. es un lugar donde todo es posible, esta noche es la respuesta». En resumen, cambio y esperanza: Yes, we can. Como afirmaría antes De Gaulle, «debemos llevar a buen término, pese a las inmensas dificultades, una honda renovación que le dé a cada hombre y a cada mujer de nuestra patria mayor abundancia, mayor seguridad, mayor felicidad, y que nos haga más numerosos, más poderosos, más fraternales».
4) Aglutinadores. En ellos no hallamos mezquinas etiquetas. Ni buenos, ni malos. Ni dividir, ni enfrentar. No hay diferencias entre unos y otros. «Los estadounidenses -resaltaba Obama- hemos enviado un mensaje al mundo de que no somos una colección de Estados rojos (republicanos), y azules (demócratas)». Es el reinventado lema nacional del E pluribus unum («De muchos, uno»), que adelantara Benjamín Franklin: «Soy alguien que une, no que divide». Un colectivo unido, pero plural, donde todos encuentran cabida: «Jóvenes y ancianos, ricos y pobres, demócratas y republicanos, negros y blancos, hispanos, indígenas, homosexuales, heterosexuales, discapacitados y no discapacitados». No hay humillaciones hacia el perdedor. El rival político es un compatriota. Y una llamada al futuro, ojalá aplicable a estas tierras: «Resistamos la tentación de recaer en el partidismo y la mezquindad y la inmadurez que han intoxicado nuestra vida política».
Una magnética declaración de intenciones donde -adelantábamos- el candidato republicano no quedaba a la zaga: «Espero que Dios inspire a mi antiguo oponente y mi futuro presidente, porque, a pesar de que tengamos diferencias, somos conciudadanos norteamericanos... Sean las que sean nuestras diferencias, los dos somos estadounidenses. Y creedme por favor si os digo que ningún tipo de asociación significa para mí más que eso». ¿Recuerdan haber escuchado semejantes ideas por estos lares? Un discurso que transpira el Country first, esto es, el país lo primero: «Son tiempos difíciles para nuestro país y le he prometido al senador Obama esta noche que haré todo lo que esté en mi mano para ayudarle».
5) Comprometidos con los mejores valores cívicos. El inquilino de la Casa Blanca lo refirió certeramente: «Nuestra fortaleza radica en el poder de nuestras ideas: democracia, libertad, oportunidad y esperanza». Es decir, los valores y principios conformadores de los Estados democráticos y de Derecho. «Una joven Nación concebida -señalaba Abraham Lincoln- sobre la base de la libertad y obediente al principio de que todos los hombres son iguales».
6) Épicos. Para movilizar a la ciudadanía se requieren unas notas de épica. Una épica tan extraña, para nuestro infortunio, en la vieja Europa. Hoy es imposible escuchar por aquí, en estos descreídos pagos, expresiones como «Amanece América», «Estados Unidos es el país indispensable». Unas palabras que casan bien, desgranadas en el Parque Grant de Chicago, con las inolvidables consideraciones del que fuera general en tiempos de la Guerra de Secesión: «La Guerra ha terminado; los rebeldes vuelven a ser nuestros compañeros y la mejor expresión de regocijo después de la victoria será abstenerse de cualquier manifestación». O, de nuevo, también en el discurso del perdedor: «Los estadounidenses nunca nos retiramos. Nunca nos rendimos. Nunca nos escondemos de la historia. Hacemos historia».
Unos contenidos, y lo digo no sólo con pena, sino con abierta envidia, ausentes en esta España constitucional. Al margen de la escasa formación oratoria de nuestra clase política, estamos demasiado sometidos al regate corto, plegados a la satisfacción de rácanas ventajas inmediatas, en la habitual ausencia de valientes compromisos, obsesionados, sin desmayo ni parada, con el fagocitador rédito electoral diario. Pero España, que es asimismo un país grande, se merece discursos semejantes. Yo, no pierdo la esperanza de escucharlos algún día. ¡Y qué les diría yo si el partido ganador fuese de incluir en su equipo a personas del partido rival! Lean, finalmente, parte del mensaje conjunto de ambos: «Creemos que los estadounidenses de todos los partidos quieren y necesitan que sus líderes se junten». De momento, un sueño".

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