25 Noviembre 08 - ITALIA - EUROPA PRESS
En el marco de la presentación de un libro, De Magistris concretó que Gramsci tenía en su habitación una imagen de santa Teresita del Niño Jesús y que había pedido besarla cuando se hallaba en el lecho de muerte. Asimismo, afirmó que, antes de expirar, recibió los últimos sacramentos. Aunque ya existían rumores sobre la posible conversión de Gramsci, la noticia creó hoy gran sensación en Italia y fue ampliamente divulgada por los principales medios de comunicación. No obstante, desde la Fundación Instituto Gramsci, el filósofo y ex parlamentario comunista Beppe Vacca, que actualmente preside esta institución, señaló que ninguno de los numerosos documentos conservados sobre la muerte del político menciona su decisión de convertirse.
En el marco de la presentación de un libro, De Magistris concretó que Gramsci tenía en su habitación una imagen de santa Teresita del Niño Jesús y que había pedido besarla cuando se hallaba en el lecho de muerte. Asimismo, afirmó que, antes de expirar, recibió los últimos sacramentos. Aunque ya existían rumores sobre la posible conversión de Gramsci, la noticia creó hoy gran sensación en Italia y fue ampliamente divulgada por los principales medios de comunicación. No obstante, desde la Fundación Instituto Gramsci, el filósofo y ex parlamentario comunista Beppe Vacca, que actualmente preside esta institución, señaló que ninguno de los numerosos documentos conservados sobre la muerte del político menciona su decisión de convertirse.
25 Noviembre 08.- «Si monseñor De Magistris confirma la conversión de Gramsci al catolicismo, no puede más que ser cierto», ha comentado el presidente emérito de la República Italiana, Francesco Cossiga. «De Magistris es el que ha estado más cerca que nadie, -excepto el Papa- de conocer las cosas que dice, dado que ha sido prepósito de la Penitenciaría Apostólica, el órgano que se encarga de las cuestiones relativas al fuero interno de los bautizados de la Iglesia católica. Si hay una persona que puede saber algo sobre la conversión de Gramsci y de su muerte en el seno de la Iglesia, es De Magistris», declaró ayer a los medios italianos. Leído en La Razón.
Leído en ABC:
Gramsci en el cielo
HERMANN TERTSCH
Miércoles, 26-11-08
La fe insana en el determinismo histórico siempre acaba haciendo gamberradas a los beatos del equipo. Doña Almudena Grandes disfrutaba el otro día evocando la nada improbable violación múltiple de una monja por sus amigos de aventura hacia el paraíso en estos lares mundanos. Los que creen en Dios son unos perfectos gilipollas y quienes dedican su vida a esa creencia en la trascendencia religiosa unos psicópatas peligrosos a violar, domeñar, encarcelar o fusilar. Siempre me han dado pena quienes tienen respuestas contundentes ante la gran interrogante de todo ser humano que percibe el vértigo de la existencia, esa pregunta infinita que lo hace maravillosamente humano. Ahora resulta que nuestro querido Antonio Gramsci, al final de su vida, creyó en Dios. O algo parecido. Adiós a la dialéctica, adiós a los camaradas, adiós a la fe perruna en la vida perruna limitada por el tiempo. El Ser volvió a ser algo para el Gramsci del final. Cosas veredes, nazis, comunistas, fanáticos del ateísmo, totalitarios en la adoración de la fechoría pequeña del hombre. El héroe para todos los que creímos en hacer del mundo una tortilla maravillosa rompiendo huevos, huesos, cabezas, familias, sociedades y patrias, acabó su vida -a los 48 años, más corta que la mía-, con una mirada confiada en un «nuevo episodio». Eugenio Trías hablaba maravillosamente de ello en una Tercera de aquí. No hay que ser católico ni comunista para emocionarse con esta anécdota. No es otra cosa. Pero Gramsci ha sido especial para nosotros como habitante especial de la jaula de fieras. El alemán Radek, todos los rusos, nuestro Dimitrov búlgaro, o el salvaje Bela Kun, eran monstruos de otra especie. Los italianos Gramsci y Togliatti -y Berlinguer al final de la historia siniestra-, eran nuestros chicos de cara amable. Resulta que Gramsci murió creyendo en la Madre Maravillas. Habrá mucho desencantado. Habrá quien quiera sodomizar a Gramsci por ello. Pero a los demás, y perdonen, nos queda esa suave complacencia con lo que Gramsci nunca escribió en vida pero gozo junto a la muerte.
HERMANN TERTSCH
Miércoles, 26-11-08
La fe insana en el determinismo histórico siempre acaba haciendo gamberradas a los beatos del equipo. Doña Almudena Grandes disfrutaba el otro día evocando la nada improbable violación múltiple de una monja por sus amigos de aventura hacia el paraíso en estos lares mundanos. Los que creen en Dios son unos perfectos gilipollas y quienes dedican su vida a esa creencia en la trascendencia religiosa unos psicópatas peligrosos a violar, domeñar, encarcelar o fusilar. Siempre me han dado pena quienes tienen respuestas contundentes ante la gran interrogante de todo ser humano que percibe el vértigo de la existencia, esa pregunta infinita que lo hace maravillosamente humano. Ahora resulta que nuestro querido Antonio Gramsci, al final de su vida, creyó en Dios. O algo parecido. Adiós a la dialéctica, adiós a los camaradas, adiós a la fe perruna en la vida perruna limitada por el tiempo. El Ser volvió a ser algo para el Gramsci del final. Cosas veredes, nazis, comunistas, fanáticos del ateísmo, totalitarios en la adoración de la fechoría pequeña del hombre. El héroe para todos los que creímos en hacer del mundo una tortilla maravillosa rompiendo huevos, huesos, cabezas, familias, sociedades y patrias, acabó su vida -a los 48 años, más corta que la mía-, con una mirada confiada en un «nuevo episodio». Eugenio Trías hablaba maravillosamente de ello en una Tercera de aquí. No hay que ser católico ni comunista para emocionarse con esta anécdota. No es otra cosa. Pero Gramsci ha sido especial para nosotros como habitante especial de la jaula de fieras. El alemán Radek, todos los rusos, nuestro Dimitrov búlgaro, o el salvaje Bela Kun, eran monstruos de otra especie. Los italianos Gramsci y Togliatti -y Berlinguer al final de la historia siniestra-, eran nuestros chicos de cara amable. Resulta que Gramsci murió creyendo en la Madre Maravillas. Habrá mucho desencantado. Habrá quien quiera sodomizar a Gramsci por ello. Pero a los demás, y perdonen, nos queda esa suave complacencia con lo que Gramsci nunca escribió en vida pero gozo junto a la muerte.
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