sábado, 29 de noviembre de 2008

Un alumno español llega a Bolonia


EL CORREO CATALAN.
ARCADI ESPADA:
Querido J:
Un calambre recorre el espinazo de los viejos. Hay movimiento en la Universidad. Desde Nanterre, y este año hizo 40 años, cada vez que un brazo se levanta en un aula y pide la palabra los cebolletas rejuvenecen. Es bonito. Y ya no te digo si se corta el tráfico, o como pasa estos días en Barcelona, hay encierros en el rectorado. Querría habértelo contado de primera mano, sobre el terreno; ¡pero quia!, yo no soy Manu Leguineche. Por fortuna me escribió una joven corresponsal y puedo darte el sonido de ambiente. Universidad de Barcelona, rectorado. Al atardecer, que todo lo ennoblece: «Hay una parada con recogida de firmas. Dicen que llevan 2.500, con octavillas, fanzines, y una hucha en una caja de galletas Fontaneda. Carteles: Autogestió. Ocupacions. Al pie de la escalera hay cinco o seis chicas sentadas. Dos están liándose unos porros. Otra está preguntándole a otra de más allá qué es el esperanto. Del segundo piso cuelga una ilustración hecha con spray: una niña sentada en un columpio, tipo Banksy. La antesala del despacho del rector está tomada por las colchonetas, los cartones y los sacos. Tres guitarras y un par de bongós. Ahí deben de poder dormir unos 40, contando con las prestaciones de una considerable cama hinchable de matrimonio. La cocina está detrás de una barra improvisada. Tienen una bombona de butano, pero no han comido caliente, por problemas logísticos. Pronto se hará de noche. Hay un par de muchachos que la esperan pasándose con los pies una pelota de tenis».
Menos mal que no me atreví a aventurarme. A ciertas edades el déjà vu es un insoportable pleonasmo. Para consolarme del carácter, tan analógico, de la protesta busqué el blog que diera fe y contraseña. Al fin y al cabo ahora los encierros tienen wifi. Está aquí, y se llama tancadaalacentral.blogspot.com. Lo encontré tan sumamente rudimentario que pasé un buen rato buscando otros. Sin mayor resultado. A veces me entra un deseo intensísimo de convertirme en eso que llaman, tan graciosamente, un periodista tradicional. Sobre la infrautilización de la posibilidad tecnológica para dar cuenta de algunos sucesos ya hemos hablado alguna vez en estas cartas. Pero qué duda cabe que el llamado periodismo ciudadano tenía en esta protesta una ocasión inmejorable. Si las redes sociales, si los tontys, si los blogs no proclaman su imperio en una protesta universitaria que implica a la Europa del desarrollo y que tiene como protagonistas básicos a los hijos de una clase media alfabetizada tecnológicamente, ¿cuándo y en qué circunstancia lo van a hacer? Creo firmemente que la protesta contra Bolonia ha inaugurado en España al periodismo 0.0.
Acaso sea, sin embargo, esta pobreza creativa el símbolo de un problema mayor. No comparto las visiones apocalípticas respecto a la instauración de los planes de Bolonia. Hay que andarse con cuidado a la hora de decretar el apocalipsis en la Universidad española, no vayamos a dar con otro pleonasmo. Es probable que los planes pretendan una Universidad radicalmente alejada de la bildung, de ese turbador y desinteresado amor por el saber que se margina voluntariamente de toda forma de futuro y de toda cláusula laboral, que con tanta lucidez y delicadeza dibujó Robert Redeker cuando vino a hablar a Barcelona. Pero si eso existió alguna vez en España no habrá sido Bolonia el que habrá acabado con él. El argumento es una mera lanzada a un muerto. Lo realmente inquietante, desde el estricto punto de vista español, es el tipo de alumno que prevé Bolonia. Para bosquejarlo sumariamente: los planes prevén un alumno que llega con la facultad de pensar puesta y que conoce cómo funcionan las modernas herramientas de conocimiento. Más simple: que sabe leer y buscar. No quisiera hablar en términos demasiado abstractos. Hay un ejercicio muy fácil de hacer en un aula universitaria. Hacer leer en voz alta a los muchachos. Es un ejercicio que a mí me hace sufrir de veras. Es posible que una lectura correcta y semánticamente entonada sólo dé una apariencia de entendimiento. Pero estoy seguro de que nadie que no sepa construir esa máscara tiene la menor posibilidad de entender.
Ya llevo 15 años dando clases universitarias. Tú debes de llevar una cifra similar. Sabemos que ese alumno es raro en España. En los claustros universitarios, al menos en el mío, se insiste en que la cláusula boloñesa pretende una drástica reducción del magister profesoral. No me parece mal. Lo que el magister aporta es, básicamente, una organización del discurso. Se pretende ahora que los alumnos participen más decisivamente en su construcción y que busquen, bajo la vigilancia del profesor, pero de una forma autónoma, la información que ha de nutrirlo. No está ese alumno en mis clases, hablando genéricamente. En estos 15 años habré tratado con ejemplares numerosos de lo que podría llamarse la generación tv. Es decir, de jóvenes que han llegado al uso de razón en la época atronadora, triunfante, de la televisión. Muchos de sus vicios intelectuales delatan su filiación generacional; pero en especial uno: la mirada sin relieve sobre lo real que observo en muchos de ellos. Son chavales que no han vuelto sobre el párrafo. Y que tampoco han hecho clic sobre el ratón, indagando. Sus armas lógicas parecen a veces bloqueadas por la gramática de un serial convencional. Por ejemplo, son grandes fanáticos de la falacia que lo que sucede después de algo sucede a causa de ese algo. Les cuesta comprender todo aquello que no pueda encarnarse. Su curiosidad intelectual no rebasa la de un aseadito plano medio. Y se sienten deslumbrados por los sentimientos. En cuanto a la ironía, qué decirte. El problema mayor no es que no practiquen la mirada bifocal. Es que no la reconocen. Tal vez haya un valle entre la generación que leyó y la que navegó, y estemos en él. No estoy seguro; ni siquiera estoy seguro de que no se trate de mis prejuicios.
El alumno de Bolonia no nace en la Universidad, sino mucho más atrás. También aquí hay noticias inquietantes. La otra tarde mis hijas tenían previsto un largo examen sobre el medio natural. Montañas, ríos y mares. Eché un vistazo a su trabajo y comprobé que lo estaban estudiando igual que lo hacía yo hace 40 años exactos. Recitando una larga serie de picos y afluentes, y en la mejor de las hipótesis posibles, colocándolos luego en un mapa mudo. ¿Es razonable pensar que en la época de los ordenadores la geografía primaria debe estudiarse igual que entonces, con la misma monotonía de lluvia tras los cristales?
Toda la ceremonia escolar, tanto la que sucede en clase como en casa, sigue desarrollándose a partir del antiguo código magistral. Alguien habla y el otro escucha. No es que me parezca mal, por supuesto. Ya les llegará la hora de no escuchar a nadie. Ahora bien, el prodigioso cambio que la tecnología ha proyectado sobre el conocimiento consiste en la accesibilidad de una cantidad ingente de información. Todos estamos en el centro de una biblioteca universal. ¡Todos menos la escuela! Quisiera hablarte hasta el final calmadamente. ¿No sería razonable que los niños dedicaran parte de su tiempo lectivo a indagar, ahora que pueden tan fácilmente, a experimentar ese suspense que acaba siendo uno de los alcoholes más adictivos de una vida adulta digna de así nombrarse y que a veces propicia, incluso, el rayo verde de la serendipity, la prueba de la existencia divina más difícil de soslayar para un ateo? ¿No sería razonable que entendieran que el conocimiento es sobre todo conocer, el paso lento y cargado de ese verbo que en las ocasiones más memorables se da solo y con frío?
No sería España. Acaso una improbable Bolonia.
Sigue con salud.
A.

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