Leído en El Mundo.
En el relato que Carmen Franco ha ofrecido a Jesús Palacios y Stanley G. Payne, la hija del dictador rememora con detalle las relaciones de su padre con la Iglesia, así como la influencia del Opus Dei desde finales de los años 50. También recuerda la llegada a España del príncipe Juan Carlos y el proceso que llevó al dictador a elegirle como sucesor, por delante de don Juan. Su testimonio está recogido íntegramente en 'Franco, mi padre', editado por La Esfera de los Libros.
La Iglesia y la influencia del Opus.
La estampa del Caudillo entrando a las iglesias bajo palio, rodeado de pompa civil, militar y eclesiástica, ha sido esgrimida mil veces como prueba de cargo en las acusaciones hechas a la Iglesia de complicidad con su régimen. La duquesa aclara lo que significaba para su padre entrar en los templos bajo palio: «Eso era una vieja costumbre que había en España con los reyes. Y empezaron a hacerlo cuando la Guerra Civil y siguió como una costumbre. Yo creo que a mi padre le daba totalmente igual. Ya en el Concordato del año no sé cuántos había eso de que los reyes entraban bajo palio. Bueno, antiguamente, en un tiempo todavía más antiguo, existía la bula de Aviñón, que era una bula por la que se podía entrar en los templos a caballo, que era más fuerte todavía». [...]
La gran crisis del régimen, Franco la resolvió nombrando su octavo gobierno en febrero de 1957, por el que se ponía fin a la etapa falangista y se abría el futuro hacia los gobiernos de la tecnocracia. «Carrero Blanco fue, en realidad, el que más representó ese gobierno, o sea, era el valedor de todos estos tecnócratas, muchos de ellos del Opus Dei, y mi padre se adaptó a ese gobierno porque le parecía que era la gente más capacitada para asumir esa etapa». [...]
«Mi padre recibió varias veces a don Josemaría Escrivá de Balaguer. Las relaciones con él fueron muy buenas, sí, muy buenas, hasta su muerte; al final, quizá un poco menos, pero cada dos o tres meses lo recibía, o sea, se hablaban. Había un librito que se llamaba Camino, que era como un libro de meditaciones, que mi madre tenía en la mesilla de noche, de manera que era un poco como una masonería católica; porque tenían también el deber de ayudarse mutuamente todos los numerarios y eso. No le parecía mal».
«A la gente le sentaba mal. A Cristóbal, mi marido, le sentaba fatal lo del Opus, pero a papá no, a él le gustaba. Como organización religiosa, mi padre la conocía bastante, y veía mucho, como digo, a monseñor Escrivá de Balaguer, y siempre decía que no le gustaba tanto la cosa ésa, como de la masonería, de ayudarse unos a otros. Le parecía poco justo, sobre todo cuando había elecciones de algún miembro para... No sé cómo decirlo. Siempre los del Opus Dei apoyaban a los del Opus Dei, fueran más listos o más tontos. Daba igual. Siempre empujaban a los suyos y esa cosa no le gustaba demasiado, pero los encontraba muy capaces. Pensaba que era importante, sí. Que cada tiempo tiene órdenes religiosas diferentes, o sea, lo que estaba bien en la Edad Media ahora tiene poca salida. Entonces, creía que era una manera de tener seglares católicos que influyeran en la marcha de los países. Le parecía bien. Le gustaba el Opus».
El Vaticano pidió a los miembros del Opus Dei que se abstuvieran de ocupar cargos políticos, pero su padre no creía que el Opus hiciera política en España. «No, no lo pensaba. Lo que pasaba es que, claro, sus miembros colaboraron muchísimo, puesto que estuvieron en todos los últimos gobiernos. Pero mi padre encontraba que estaban como personas, no como miembros de la orden. Desde luego, mi padre no creía que fueran unas personas que por ser del Opus no pudieran ser del gobierno, sino todo lo contrario, que era una garantía de que era gente honesta». Ni tampoco se creía las acusaciones que, desde el sector azul principalmente, se les hacía de querer asaltar el poder: «Mi padre no lo creía, vamos, no le daba tanta importancia. Y sobre los constantes enfrentamientos entre los ministros falangistas y los miembros del Opus, su corazón iba más a apoyar a los falangistas, pero su cabeza más a apoyar a los tecnócratas».
La gran crisis del régimen, Franco la resolvió nombrando su octavo gobierno en febrero de 1957, por el que se ponía fin a la etapa falangista y se abría el futuro hacia los gobiernos de la tecnocracia. «Carrero Blanco fue, en realidad, el que más representó ese gobierno, o sea, era el valedor de todos estos tecnócratas, muchos de ellos del Opus Dei, y mi padre se adaptó a ese gobierno porque le parecía que era la gente más capacitada para asumir esa etapa». [...]
«Mi padre recibió varias veces a don Josemaría Escrivá de Balaguer. Las relaciones con él fueron muy buenas, sí, muy buenas, hasta su muerte; al final, quizá un poco menos, pero cada dos o tres meses lo recibía, o sea, se hablaban. Había un librito que se llamaba Camino, que era como un libro de meditaciones, que mi madre tenía en la mesilla de noche, de manera que era un poco como una masonería católica; porque tenían también el deber de ayudarse mutuamente todos los numerarios y eso. No le parecía mal».
«A la gente le sentaba mal. A Cristóbal, mi marido, le sentaba fatal lo del Opus, pero a papá no, a él le gustaba. Como organización religiosa, mi padre la conocía bastante, y veía mucho, como digo, a monseñor Escrivá de Balaguer, y siempre decía que no le gustaba tanto la cosa ésa, como de la masonería, de ayudarse unos a otros. Le parecía poco justo, sobre todo cuando había elecciones de algún miembro para... No sé cómo decirlo. Siempre los del Opus Dei apoyaban a los del Opus Dei, fueran más listos o más tontos. Daba igual. Siempre empujaban a los suyos y esa cosa no le gustaba demasiado, pero los encontraba muy capaces. Pensaba que era importante, sí. Que cada tiempo tiene órdenes religiosas diferentes, o sea, lo que estaba bien en la Edad Media ahora tiene poca salida. Entonces, creía que era una manera de tener seglares católicos que influyeran en la marcha de los países. Le parecía bien. Le gustaba el Opus».
El Vaticano pidió a los miembros del Opus Dei que se abstuvieran de ocupar cargos políticos, pero su padre no creía que el Opus hiciera política en España. «No, no lo pensaba. Lo que pasaba es que, claro, sus miembros colaboraron muchísimo, puesto que estuvieron en todos los últimos gobiernos. Pero mi padre encontraba que estaban como personas, no como miembros de la orden. Desde luego, mi padre no creía que fueran unas personas que por ser del Opus no pudieran ser del gobierno, sino todo lo contrario, que era una garantía de que era gente honesta». Ni tampoco se creía las acusaciones que, desde el sector azul principalmente, se les hacía de querer asaltar el poder: «Mi padre no lo creía, vamos, no le daba tanta importancia. Y sobre los constantes enfrentamientos entre los ministros falangistas y los miembros del Opus, su corazón iba más a apoyar a los falangistas, pero su cabeza más a apoyar a los tecnócratas».
El príncipe Juan Carlos, en España
«Papá, cuando descartó a don Juan, en su manera de pensar en la restauración monárquica, yo creo que pensaba que como había la Ley de Sucesión, que era muy abierta, porque el designado tenía que ser hombre, tenía que ser varón, tenía que descender de una rama monárquica, pero era muy vaga, podía ser cualquiera. Y por eso mi padre quería que por lo menos se educaran en España don Juan Carlos y su hermano». [...]
Del primer encuentro entre sus padres y el príncipe Juanito en noviembre de 1948, a Carmen le llegaron algunos comentarios del general: «Que era un chiquillo muy despierto, muy responsable. Mi padre siempre lo miró con muy buenos ojos, estaba encantado con él». [...]
Un hecho trágico se produjo el 29 de marzo de 1956, Jueves Santo, con la muerte accidental del infante Alfonsito, al recibir un disparo de su hermano Juan Carlos, lo que sin duda debió de producir un gran impacto en su padre: «Le dolió mucho, porque comprendió que era una cosa durísima que te ocurra esto, ¿verdad? Pero, claro, era la mala suerte que a veces persigue a las familias... Y a mi madre y a mí también nos causó dolor. En un principio se quería ocultar, pero luego es una tontería ocultar los hechos». [...]
Hablamos del compromiso de boda de los príncipes Juan Carlos y Sofía. [...] «Anteriormente, el príncipe había sido novio de la hija de una Saboya, María Gabriela, y ésa le gustaba más [a Franco] porque era católica, como lo era mi padre, y quizá le hubiera gustado más la hija del que fuera rey de Italia, Humberto de Saboya, pero luego sabía que las dos hijas de Grecia eran unas chicas excelentes, y la religión, que a mi padre le preocupaba, era prácticamente la misma. Son cristianos, son ortodoxos, pero es la misma religión y no le importó demasiado». [...]
«A mis padres la princesa Sofía les causó una impresión muy buena, muy buena, porque además ya hablaba bastante español y el griego fonéticamente se parece bastante al español. Es más fácil para un griego hablar bien el español que para un francés o para un inglés. A ella, claro, le faltaban palabras, pero hablaba bastante bien. Igual que ahora. Se conoce que dio clases previas y hablaba muy bien. Mi padre, refiriéndose al príncipe, comentó: 'Ha tenido suerte, ha elegido muy bien'». [...]
Al despedirse el príncipe Juan Carlos de Franco, éste parece que le pidió que no se alejara de España, porque tenía más posibilidades que don Juan de ser rey. «Es muy probable que sí que se lo haya dicho. Yo no lo he oído nunca, pero desde luego que él quería que don Juan Carlos se quedara en España, eso sí. Dio todas las facilidades para que se quedara ya de recién casado y que no se fuera con su padre a Estoril». Lo que indica que ya se inclinaba más por Juan Carlos. «Sí, se inclinaba mucho hacia él. Sí, totalmente, yo creo que ya totalmente».
«Papá, cuando descartó a don Juan, en su manera de pensar en la restauración monárquica, yo creo que pensaba que como había la Ley de Sucesión, que era muy abierta, porque el designado tenía que ser hombre, tenía que ser varón, tenía que descender de una rama monárquica, pero era muy vaga, podía ser cualquiera. Y por eso mi padre quería que por lo menos se educaran en España don Juan Carlos y su hermano». [...]
Del primer encuentro entre sus padres y el príncipe Juanito en noviembre de 1948, a Carmen le llegaron algunos comentarios del general: «Que era un chiquillo muy despierto, muy responsable. Mi padre siempre lo miró con muy buenos ojos, estaba encantado con él». [...]
Un hecho trágico se produjo el 29 de marzo de 1956, Jueves Santo, con la muerte accidental del infante Alfonsito, al recibir un disparo de su hermano Juan Carlos, lo que sin duda debió de producir un gran impacto en su padre: «Le dolió mucho, porque comprendió que era una cosa durísima que te ocurra esto, ¿verdad? Pero, claro, era la mala suerte que a veces persigue a las familias... Y a mi madre y a mí también nos causó dolor. En un principio se quería ocultar, pero luego es una tontería ocultar los hechos». [...]
Hablamos del compromiso de boda de los príncipes Juan Carlos y Sofía. [...] «Anteriormente, el príncipe había sido novio de la hija de una Saboya, María Gabriela, y ésa le gustaba más [a Franco] porque era católica, como lo era mi padre, y quizá le hubiera gustado más la hija del que fuera rey de Italia, Humberto de Saboya, pero luego sabía que las dos hijas de Grecia eran unas chicas excelentes, y la religión, que a mi padre le preocupaba, era prácticamente la misma. Son cristianos, son ortodoxos, pero es la misma religión y no le importó demasiado». [...]
«A mis padres la princesa Sofía les causó una impresión muy buena, muy buena, porque además ya hablaba bastante español y el griego fonéticamente se parece bastante al español. Es más fácil para un griego hablar bien el español que para un francés o para un inglés. A ella, claro, le faltaban palabras, pero hablaba bastante bien. Igual que ahora. Se conoce que dio clases previas y hablaba muy bien. Mi padre, refiriéndose al príncipe, comentó: 'Ha tenido suerte, ha elegido muy bien'». [...]
Al despedirse el príncipe Juan Carlos de Franco, éste parece que le pidió que no se alejara de España, porque tenía más posibilidades que don Juan de ser rey. «Es muy probable que sí que se lo haya dicho. Yo no lo he oído nunca, pero desde luego que él quería que don Juan Carlos se quedara en España, eso sí. Dio todas las facilidades para que se quedara ya de recién casado y que no se fuera con su padre a Estoril». Lo que indica que ya se inclinaba más por Juan Carlos. «Sí, se inclinaba mucho hacia él. Sí, totalmente, yo creo que ya totalmente».
Católicos obreros y Ley de Prensa
Por entonces veía ya con cierta preocupación la penetración comunista a través de las organizaciones obreras católicas HOAC y JOC (Hermandad Obrera de Acción Católica y Juventud Obrera Católica). «El sabía que el marxismo tenía que disfrazarse de muchas maneras, sobre todo en España, donde no tenía paso el comunismo, y sé que eso también le molestaba. A veces, con el sacerdote que había en casa -teníamos un capellán-, hablaba de eso, y le he oído decir: 'Parece mentira', y como había muchos sacerdotes que apoyaban a estas personas decía que los engañaban fácilmente». [...]
El nuevo comportamiento eclesiástico estaba un poco en línea con el espíritu del Concilio Vaticano II, que seguramente no serían del agrado de su padre: «Yo creo que no iba mucho con su manera de ser el Concilio Vaticano II. Era una persona más antigua. Acataba todo lo que dijera Roma, pero había alguna cosa que no le gustaba, porque eso sí se lo he oído comentar». Se avecinaba un cambio grave y profundo que le era difícil comprender. «Desde luego, eso a él sí que le afectó mucho».
Ese cambio se hizo realidad con la elección del papa Montini, Pablo VI. «Yo creo que era el candidato que menos le gustaba de los que se barajaban, a mi padre no le hizo ninguna gracia». [...]
Un paso importante en la historia del régimen fue la Ley de Prensa de 1966, que objetivamente supuso el inicio de sustanciales cambios, el camino hacia el final de la censura y una mayor apertura y tolerancia.
«Es curioso, porque la influencia ahora está más en las televisiones que en los periódicos, pero la influencia de los periódicos en la gente que vivió en los años 30 y tantos, durante la guerra y al final de la guerra... Cuando mataron a mucha gente que había hecho crímenes muy fuertes, mi padre le decía al sacerdote que había en casa -que era don José María Bulart-: 'Pregunte usted al que quiera confesarse (porque como en España casi todo el mundo era católico bautizado, había un sacerdote que confesaba a la gente que iban a matar) qué es lo que le motivó a él a tener tanto odio y a matar de esa manera tan cruel como mataron a mucha gente'. Y había una declaración común en los pecados de aquellas personas. Decían que lo que más les había influido era el Mundo Obrero, el periódico comunista. Y hubo unos que decían: 'Que mis hijos no lean el Mundo Obrero'. Eso se le quedó a mi padre marcado, que la libertad de prensa hacía mucho daño. Luego, cuando Fraga, ya comprendió. Hicieron la libertad de prensa muy matizada. Mi padre ya veía que toda la gente joven era de esa opinión, de que cada cual había de decir lo que pensara y lo que quisiera. Y él siempre decía que libertad de prensa no hay en otros países, puesto que muchas veces está en manos de grupos de presión, que son los que pueden cambiar la manera de pensar de las gentes».
Parece que su padre dijo que lo que se pierde con la censura se gana en crédito exterior y dignidad. «Puede que lo haya dicho, no lo sé. Lo que sí le oí es que los tiempos cambiaban mucho y que él lo veía en todos sus ministros, mucho más jóvenes que él. Que era una ley que no se podía ya... aguantar».
Por entonces veía ya con cierta preocupación la penetración comunista a través de las organizaciones obreras católicas HOAC y JOC (Hermandad Obrera de Acción Católica y Juventud Obrera Católica). «El sabía que el marxismo tenía que disfrazarse de muchas maneras, sobre todo en España, donde no tenía paso el comunismo, y sé que eso también le molestaba. A veces, con el sacerdote que había en casa -teníamos un capellán-, hablaba de eso, y le he oído decir: 'Parece mentira', y como había muchos sacerdotes que apoyaban a estas personas decía que los engañaban fácilmente». [...]
El nuevo comportamiento eclesiástico estaba un poco en línea con el espíritu del Concilio Vaticano II, que seguramente no serían del agrado de su padre: «Yo creo que no iba mucho con su manera de ser el Concilio Vaticano II. Era una persona más antigua. Acataba todo lo que dijera Roma, pero había alguna cosa que no le gustaba, porque eso sí se lo he oído comentar». Se avecinaba un cambio grave y profundo que le era difícil comprender. «Desde luego, eso a él sí que le afectó mucho».
Ese cambio se hizo realidad con la elección del papa Montini, Pablo VI. «Yo creo que era el candidato que menos le gustaba de los que se barajaban, a mi padre no le hizo ninguna gracia». [...]
Un paso importante en la historia del régimen fue la Ley de Prensa de 1966, que objetivamente supuso el inicio de sustanciales cambios, el camino hacia el final de la censura y una mayor apertura y tolerancia.
«Es curioso, porque la influencia ahora está más en las televisiones que en los periódicos, pero la influencia de los periódicos en la gente que vivió en los años 30 y tantos, durante la guerra y al final de la guerra... Cuando mataron a mucha gente que había hecho crímenes muy fuertes, mi padre le decía al sacerdote que había en casa -que era don José María Bulart-: 'Pregunte usted al que quiera confesarse (porque como en España casi todo el mundo era católico bautizado, había un sacerdote que confesaba a la gente que iban a matar) qué es lo que le motivó a él a tener tanto odio y a matar de esa manera tan cruel como mataron a mucha gente'. Y había una declaración común en los pecados de aquellas personas. Decían que lo que más les había influido era el Mundo Obrero, el periódico comunista. Y hubo unos que decían: 'Que mis hijos no lean el Mundo Obrero'. Eso se le quedó a mi padre marcado, que la libertad de prensa hacía mucho daño. Luego, cuando Fraga, ya comprendió. Hicieron la libertad de prensa muy matizada. Mi padre ya veía que toda la gente joven era de esa opinión, de que cada cual había de decir lo que pensara y lo que quisiera. Y él siempre decía que libertad de prensa no hay en otros países, puesto que muchas veces está en manos de grupos de presión, que son los que pueden cambiar la manera de pensar de las gentes».
Parece que su padre dijo que lo que se pierde con la censura se gana en crédito exterior y dignidad. «Puede que lo haya dicho, no lo sé. Lo que sí le oí es que los tiempos cambiaban mucho y que él lo veía en todos sus ministros, mucho más jóvenes que él. Que era una ley que no se podía ya... aguantar».
"En el Corona de Aragón mi marido se tiró a un patio".
En mayo de 1966, el príncipe Juan Carlos cenó en casa de Joaquín Garrigues acompañado de un grupo de jóvenes profesionales que después formarían parte de los reformistas del régimen. Fue una velada en la que Juan Carlos se mostraría partidario de reinar bajo un bipartidismo democrático. Franco tuvo una puntual y detallada referencia de lo hablado en esa cena, sin que se sepa si llegó a comentar algo al príncipe sobre eso. «No, no lo sé, no lo sé, porque yo... Pero mi padre comprendía que tenía que ser ya muy diferente. A él no le gustaban los partidos políticos, pero ya no sería él, sino el príncipe Juan Carlos el que tendría que reinar de una manera diferente. El de los dos partidos grandes es un juego que se repite mucho en toda la Historia de España. Y ya entonces no le parecía mal que el príncipe mostrara mayor apertura. Comprendía que tenía que hacerlo. No, eso no le parecía nada mal». [...]
El Gobierno Arias, con la Ley de Asociaciones Políticas, iniciaría un tímido aperturismo político que su padre fue dejando hacer, aunque seguramente lo vería con recelo. «Yo creo que él sí comprendía que después de un lapso tan largo sin haber partidos políticos y sin haber democracia, la gente tenía un poco de ansia de eso; de democracia, de libertad, de partidos políticos. Pero mi padre achacaba a los partidos políticos el fracaso de la República y todo aquello. Y entonces, yo creo que estaba preocupado, pero lo comprendía. Quería ver si se perpetuaba un poco el Movimiento, pero en el fondo de su corazón yo creo que sabía que era imposible». [...]
En cuanto a los cambios de algunos ministros en el nuevo Gobierno Arias y el llamado espíritu del 12 de febrero, la duquesa de Franco también tiene su propia idea: «Arias quería hacer ya varias concesiones y cambiar un poco, pero mi padre se desligó un poco de la política. Lo que a él le gustaba y lo que quería veía que no se podía hacer. Entonces, ya no tenía mucha ilusión». [...]
Hablamos de los recuerdos que le llegan a Carmen Franco de las jornadas de la designación y aceptación del príncipe en las Cortes los días 22 y 23 de julio de 1969.
«Lo recuerdo de haberlo visto en el nodo, en la pantalla. Pero yo no estuve, porque en aquel momento no había un lugar para las visitas arriba, en las Cortes, y no estuve presente. Lo vi en la televisión, coincidiendo con lo de la llegada a la Luna, que fue justo cuando había llegado Armstrong a la Luna, y al día siguiente fue la jura de don Juan Carlos. Y bueno, podía ser emocionante. Y sí, yo creo que mi padre respiró, pensando: 'Ya está, la continuidad ya está hecha'. Se mostró satisfecho y contento».
¿Y qué piensa la duquesa de Franco sobre el sentido de la frase: «Todo queda atado y bien atado»? «Pues que no habría un vacío de poder. El vacío de poder siempre le preocupaba mucho a mi padre y, así, parecía que todo iba a continuar por un cauce normal. Desde luego que él hubiera deseado que no hubiera habido cambio de estructura política. Eso sí lo hubiera deseado. Pero sabía que era totalmente imposible. Hablaba mucho con el príncipe, lo conocía y sabía que no podía seguir. Eso lo sabía. Ahora, ¿que esa percepción la tuviera en ese momento? Yo creo que llegó un poco después. Más por los años 1972 o 1973, algo así».
En cuanto a los cambios de algunos ministros en el nuevo Gobierno Arias y el llamado espíritu del 12 de febrero, la duquesa de Franco también tiene su propia idea: «Arias quería hacer ya varias concesiones y cambiar un poco, pero mi padre se desligó un poco de la política. Lo que a él le gustaba y lo que quería veía que no se podía hacer. Entonces, ya no tenía mucha ilusión». [...]
Hablamos de los recuerdos que le llegan a Carmen Franco de las jornadas de la designación y aceptación del príncipe en las Cortes los días 22 y 23 de julio de 1969.
«Lo recuerdo de haberlo visto en el nodo, en la pantalla. Pero yo no estuve, porque en aquel momento no había un lugar para las visitas arriba, en las Cortes, y no estuve presente. Lo vi en la televisión, coincidiendo con lo de la llegada a la Luna, que fue justo cuando había llegado Armstrong a la Luna, y al día siguiente fue la jura de don Juan Carlos. Y bueno, podía ser emocionante. Y sí, yo creo que mi padre respiró, pensando: 'Ya está, la continuidad ya está hecha'. Se mostró satisfecho y contento».
¿Y qué piensa la duquesa de Franco sobre el sentido de la frase: «Todo queda atado y bien atado»? «Pues que no habría un vacío de poder. El vacío de poder siempre le preocupaba mucho a mi padre y, así, parecía que todo iba a continuar por un cauce normal. Desde luego que él hubiera deseado que no hubiera habido cambio de estructura política. Eso sí lo hubiera deseado. Pero sabía que era totalmente imposible. Hablaba mucho con el príncipe, lo conocía y sabía que no podía seguir. Eso lo sabía. Ahora, ¿que esa percepción la tuviera en ese momento? Yo creo que llegó un poco después. Más por los años 1972 o 1973, algo así».
El Sáhara y Hasán II
El padre de la duquesa de Franco siempre mostró una fuerte resistencia ante las presiones de Hasán II para que le entregara el Sáhara, pensando que si cedía Marruecos, luego pediría Ceuta y Melilla, y posiblemente hasta Canarias. «Le importaba muchísimo, muchísimo. Mi padre no era nada partidario de ceder ante Marruecos en cosas que él sabía que no eran de Marruecos, porque no existía ni el reino cuando el territorio ya estaba bajo influencia de España, y los marroquíes nunca llegaron al Sáhara. Los saharauis eran unas tribus nómadas. No se consideraban marroquíes para nada». [...]
Repasando los acontecimientos de los terribles días de octubre y noviembre de 1975, la duquesa de Franco reflexiona y se pregunta si la invasión del Sáhara anunciada por Hasán II con la Marcha Verde y los momentos álgidos de la crisis pudieron influir en el deterioro físico de su padre: «Puede que sí, porque él estaba muy preocupado. Dentro del Gobierno había dos tendencias; una, de no plegarse a la ocupación de Marruecos, y otros que decían que sí, que ya había que ceder el Sáhara. Mi padre, desde luego, era de los que opinaban que no. Y cuando ya estaba mal, mandó a un ministro allí para que viera in situ cómo estaba aquello. Después, ya no podía, dejó de preocuparse, porque yo creo que ya comprendió que se moría. Pero si mi padre hubiera sido más joven, yo creo que se hubiera mantenido firme, porque comprendía que no se podía dejar a los saharauis a merced de Hasán II, por la ambición política de éste».
Agonía y muerte
Carmen Franco insiste en que la terrible agonía que padeció su padre se debió a una acumulación de hechos: «Fue una serie de circunstancias. Fue muy dura, muy dura, porque fue muy larga, y yo me siento un poquito responsable de haber dejado que lo llevaran a La Paz, donde murió. La verdad es que no se podía ya hacer nada, porque cuando empiezan los órganos a fallarte, es mejor no insistir, pero los médicos tienen un poco la manía de luchar hasta el final. Fue más bien una decisión de los médicos y no de la familia. En la familia estábamos hechos polvo. Había una serie de médicos del corazón, porque era lo que había tenido primeramente, y luego otros cirujanos de intestino, puesto que tenía unas hemorragias intestinales. Y ellos fueron los que decidieron llevarlo. Y nosotros nos podíamos haber negado. Eso desde luego».
Pero hubo circunstancias objetivas que condujeron a hacer lo que se hizo: «Cuando ves a una persona sangrar y eso... Si no lo ves sangrar, no te influye tanto el querer cortar esas hemorragias, y si es una cosa de corazón, simplemente que notas que te ahogas, es más fácil insistir en que lo dejen en paz».
La duquesa de Franco aclara, en fin, quién de la familia tomó la decisión de que no se le interviniera más. «Fue mi marido. Cristóbal estaba con todos los médicos y sabía que no había nada que hacer. Yo estaba entonces más con mi madre, porque mi padre estaba inconsciente. Desde ese momento, yo estaba más pendiente de mi madre, que también estaba enferma del corazón; más pendiente de ella que de él, puesto que mi padre ya ni se daba cuenta de quién estaba con él. Ya era el final».
El padre de la duquesa de Franco siempre mostró una fuerte resistencia ante las presiones de Hasán II para que le entregara el Sáhara, pensando que si cedía Marruecos, luego pediría Ceuta y Melilla, y posiblemente hasta Canarias. «Le importaba muchísimo, muchísimo. Mi padre no era nada partidario de ceder ante Marruecos en cosas que él sabía que no eran de Marruecos, porque no existía ni el reino cuando el territorio ya estaba bajo influencia de España, y los marroquíes nunca llegaron al Sáhara. Los saharauis eran unas tribus nómadas. No se consideraban marroquíes para nada». [...]
Repasando los acontecimientos de los terribles días de octubre y noviembre de 1975, la duquesa de Franco reflexiona y se pregunta si la invasión del Sáhara anunciada por Hasán II con la Marcha Verde y los momentos álgidos de la crisis pudieron influir en el deterioro físico de su padre: «Puede que sí, porque él estaba muy preocupado. Dentro del Gobierno había dos tendencias; una, de no plegarse a la ocupación de Marruecos, y otros que decían que sí, que ya había que ceder el Sáhara. Mi padre, desde luego, era de los que opinaban que no. Y cuando ya estaba mal, mandó a un ministro allí para que viera in situ cómo estaba aquello. Después, ya no podía, dejó de preocuparse, porque yo creo que ya comprendió que se moría. Pero si mi padre hubiera sido más joven, yo creo que se hubiera mantenido firme, porque comprendía que no se podía dejar a los saharauis a merced de Hasán II, por la ambición política de éste».
Agonía y muerte
Carmen Franco insiste en que la terrible agonía que padeció su padre se debió a una acumulación de hechos: «Fue una serie de circunstancias. Fue muy dura, muy dura, porque fue muy larga, y yo me siento un poquito responsable de haber dejado que lo llevaran a La Paz, donde murió. La verdad es que no se podía ya hacer nada, porque cuando empiezan los órganos a fallarte, es mejor no insistir, pero los médicos tienen un poco la manía de luchar hasta el final. Fue más bien una decisión de los médicos y no de la familia. En la familia estábamos hechos polvo. Había una serie de médicos del corazón, porque era lo que había tenido primeramente, y luego otros cirujanos de intestino, puesto que tenía unas hemorragias intestinales. Y ellos fueron los que decidieron llevarlo. Y nosotros nos podíamos haber negado. Eso desde luego».
Pero hubo circunstancias objetivas que condujeron a hacer lo que se hizo: «Cuando ves a una persona sangrar y eso... Si no lo ves sangrar, no te influye tanto el querer cortar esas hemorragias, y si es una cosa de corazón, simplemente que notas que te ahogas, es más fácil insistir en que lo dejen en paz».
La duquesa de Franco aclara, en fin, quién de la familia tomó la decisión de que no se le interviniera más. «Fue mi marido. Cristóbal estaba con todos los médicos y sabía que no había nada que hacer. Yo estaba entonces más con mi madre, porque mi padre estaba inconsciente. Desde ese momento, yo estaba más pendiente de mi madre, que también estaba enferma del corazón; más pendiente de ella que de él, puesto que mi padre ya ni se daba cuenta de quién estaba con él. Ya era el final».
Los Franco, en el Corona de Aragón
No podemos dejar pasar por alto uno de los acontecimientos más pavorosos de la Transición, del que prácticamente toda su familia fue testigo y que a punto estuvo de ser víctima. El 12 de julio de 1979, un espectacular incendio arrasó el hotel Corona de Aragón, en Zaragoza. [...] El balance fue de 80 muertos y 130 heridos. El gobernador civil, Francisco Laína, tras recibir expresas instrucciones del Gobierno de Adolfo Suárez, salió al instante a los medios declarando que el hecho había sido fortuito. [...] Sin embargo, los informes técnicos posteriores concluirían que el incendio se originó y propagó velozmente por elementos combustibles exógenos, como pirogel y napalm, colocados en los circuitos de ventilación. ETA reivindicaría la autoría del atentado más criminal de toda su historia, que oficialmente tanto los gobiernos de la UCD como del PSOE nunca aceptarían. [...]
«Yo estaba allí con mi madre, porque juraba el segundo de mis hijos varones. Quería ser militar y estaba en Zaragoza. Era la jura de la bandera y fue toda la familia. Fuimos todos nosotros. Nos dieron unas habitaciones y el aire acondicionado no funcionaba, hacía calor. Entonces mi marido se fue a otra ala, porque él era muy caluroso, cambió la habitación con un hijo mío pequeño que iba con un amigo y se fue bastante más lejos del núcleo donde estábamos todos, con las habitaciones juntas. Se oyeron como varias explosiones antes de que el fuego arrasara el hotel. Murió mucha gente por asfixia, porque era muy temprano. Mucha gente. Sí. Unas 80 personas, creo. Por fortuna, nosotros, toda la familia, escapó ilesa. Mi madre iba a misa todos los días y ese día había que ir a misa muy temprano, porque luego había que ir a la Academia, al acto, de manera que mi madre y yo ya estábamos vestidas y arregladas y dispuestas a salir para una misa cerca, seguramente en el Pilar, que estaba cerca del hotel». [...]
Carmen Franco sonríe y prosigue recordando cómo escaparon, librándose de morir abrasados o por asfixia. Su marido, el doctor Martínez-Bordiú, se arrojó desde la terraza de la habitación que había cambiado con uno de sus hijos. «Se tiró, se tiró desde un segundo piso a un patio. El decía que, como había hecho parapente y era una persona muy deportista, que podía romperse las piernas, pero que salía de allí, y saltó. En el balcón de al lado había un señor, un señor normal, al que mi marido le dijo: 'Mire, quédese respirando fuera, respire usted mucho con la boca abierta, pero no se tire, yo me voy a tirar, pero yo estoy acostumbrado a hacer paracaidismo y usted se puede dar un golpe malo'. El señor dijo: 'No, no, yo también'. Cristóbal se tiró y no le pasó nada, aunque se quedó con las plantas de los pies muy molestas durante unos meses; pero el señor de al lado, que se tiró, se mató. Claro, caes mal y te das con la cabeza en un bordillo, en una piedra o con algo, y te mueres. Cristóbal aterrizó y salió de pie corriendo con un maletín y un pantalón que se había puesto encima del pijama».
La madre y la hija, Carmen Polo y Carmen Franco, fueron descolgadas por unas escalas. «El que se tiró fue Cristóbal, que estaba en otro lado. A mi hija Arancha, a una niña francesa amiga suya, a mi madre y a mí nos bajaron por una escala. [...] La habitación tenía una terracita, así pequeña, unos balcones con un triángulo. Cerramos la persiana, yo pasé por debajo y luego nos pusimos las cuatro allí en la esquinita, porque las llamas iban altas por la fachada. Cuando sofocaron esas llamas, fue cuando pusieron la escala. Mi madre tenía escolta. Yo nunca la tuve, la tuve cuando vivió mi padre, hace tiempo, pero luego no tenía escolta, pero mi madre sí, mi madre seguía con un coche de escolta. Uno de los de su escolta fue el que les dijo a los bomberos que nos pusieran la escala a nosotras. Nos la pusieron bastante pronto, cuando no había llamas. Entonces bajó primero la niña francesa, luego bajó Arancha; yo dije: 'Que bajen los niños primero, no los viejitos', y luego ya bajó mi madre, que bajó muy mal, porque mi madre ya tenía que ir a hombros del bombero, y luego bajé yo». [...]
«Mi hijo Jaime, el pequeño, estaba en otro cuarto con un amigo, en la habitación que había dejado Cristóbal. [...] Ellos pusieron todas las toallas en la puerta, mojadas, para que no pasara el humo. [...] Su habitación no tenía terraza y entonces se vinieron a nuestro cuarto y salieron por allí. Pero en el primer momento no sabíamos si alguno habría muerto po la confusión que había».
No podemos dejar pasar por alto uno de los acontecimientos más pavorosos de la Transición, del que prácticamente toda su familia fue testigo y que a punto estuvo de ser víctima. El 12 de julio de 1979, un espectacular incendio arrasó el hotel Corona de Aragón, en Zaragoza. [...] El balance fue de 80 muertos y 130 heridos. El gobernador civil, Francisco Laína, tras recibir expresas instrucciones del Gobierno de Adolfo Suárez, salió al instante a los medios declarando que el hecho había sido fortuito. [...] Sin embargo, los informes técnicos posteriores concluirían que el incendio se originó y propagó velozmente por elementos combustibles exógenos, como pirogel y napalm, colocados en los circuitos de ventilación. ETA reivindicaría la autoría del atentado más criminal de toda su historia, que oficialmente tanto los gobiernos de la UCD como del PSOE nunca aceptarían. [...]
«Yo estaba allí con mi madre, porque juraba el segundo de mis hijos varones. Quería ser militar y estaba en Zaragoza. Era la jura de la bandera y fue toda la familia. Fuimos todos nosotros. Nos dieron unas habitaciones y el aire acondicionado no funcionaba, hacía calor. Entonces mi marido se fue a otra ala, porque él era muy caluroso, cambió la habitación con un hijo mío pequeño que iba con un amigo y se fue bastante más lejos del núcleo donde estábamos todos, con las habitaciones juntas. Se oyeron como varias explosiones antes de que el fuego arrasara el hotel. Murió mucha gente por asfixia, porque era muy temprano. Mucha gente. Sí. Unas 80 personas, creo. Por fortuna, nosotros, toda la familia, escapó ilesa. Mi madre iba a misa todos los días y ese día había que ir a misa muy temprano, porque luego había que ir a la Academia, al acto, de manera que mi madre y yo ya estábamos vestidas y arregladas y dispuestas a salir para una misa cerca, seguramente en el Pilar, que estaba cerca del hotel». [...]
Carmen Franco sonríe y prosigue recordando cómo escaparon, librándose de morir abrasados o por asfixia. Su marido, el doctor Martínez-Bordiú, se arrojó desde la terraza de la habitación que había cambiado con uno de sus hijos. «Se tiró, se tiró desde un segundo piso a un patio. El decía que, como había hecho parapente y era una persona muy deportista, que podía romperse las piernas, pero que salía de allí, y saltó. En el balcón de al lado había un señor, un señor normal, al que mi marido le dijo: 'Mire, quédese respirando fuera, respire usted mucho con la boca abierta, pero no se tire, yo me voy a tirar, pero yo estoy acostumbrado a hacer paracaidismo y usted se puede dar un golpe malo'. El señor dijo: 'No, no, yo también'. Cristóbal se tiró y no le pasó nada, aunque se quedó con las plantas de los pies muy molestas durante unos meses; pero el señor de al lado, que se tiró, se mató. Claro, caes mal y te das con la cabeza en un bordillo, en una piedra o con algo, y te mueres. Cristóbal aterrizó y salió de pie corriendo con un maletín y un pantalón que se había puesto encima del pijama».
La madre y la hija, Carmen Polo y Carmen Franco, fueron descolgadas por unas escalas. «El que se tiró fue Cristóbal, que estaba en otro lado. A mi hija Arancha, a una niña francesa amiga suya, a mi madre y a mí nos bajaron por una escala. [...] La habitación tenía una terracita, así pequeña, unos balcones con un triángulo. Cerramos la persiana, yo pasé por debajo y luego nos pusimos las cuatro allí en la esquinita, porque las llamas iban altas por la fachada. Cuando sofocaron esas llamas, fue cuando pusieron la escala. Mi madre tenía escolta. Yo nunca la tuve, la tuve cuando vivió mi padre, hace tiempo, pero luego no tenía escolta, pero mi madre sí, mi madre seguía con un coche de escolta. Uno de los de su escolta fue el que les dijo a los bomberos que nos pusieran la escala a nosotras. Nos la pusieron bastante pronto, cuando no había llamas. Entonces bajó primero la niña francesa, luego bajó Arancha; yo dije: 'Que bajen los niños primero, no los viejitos', y luego ya bajó mi madre, que bajó muy mal, porque mi madre ya tenía que ir a hombros del bombero, y luego bajé yo». [...]
«Mi hijo Jaime, el pequeño, estaba en otro cuarto con un amigo, en la habitación que había dejado Cristóbal. [...] Ellos pusieron todas las toallas en la puerta, mojadas, para que no pasara el humo. [...] Su habitación no tenía terraza y entonces se vinieron a nuestro cuarto y salieron por allí. Pero en el primer momento no sabíamos si alguno habría muerto po la confusión que había».
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