miércoles, 14 de julio de 2010

El debate del "estado" de ¿qué nación?".


Tinell



El predominio de las esteladas sobre las senyeras de toda la vida es notable en las fotografías. Y ése es el problema, el problema que tienen los del 3 o el 4 per cent: no pueden dominar a la criatura que ellos mismos han alimentado al llevar al poder a ERC, que no tenía la menor posibilidad de gobernar, para poder montar el pacto del Tinell. La obra de Pasqual Maragall fue arriesgada y de largo alcance:
1) poner a Zapatero en la secretaría general del PSOE, cosa que logró con varias importantes ayudas, la más trascendental de las cuales fue la de Trinidad Jiménez;
2) hacerle prometer un Estatut imposible antes de oler ni de cerca el poder;
3) hacer oídos sordos y boca muda ante el golpe de estado consiguiente al 11-M;
4) proponer el Estatut imposible y aprobarlo en escuálido referéndum (48,85% de participación; 73,24% de votos favorables: el 35,7% del censo);
5) hacer tragar el sapo a todos los legisladores del PSOE, incluido el jacobino Alfonso Guerra y apenas excluido Joaquín Leguina, que tuvo que hacerse un infarto para eludir semejante culpa;
6) decretar la morte civile del PP;
7) empezar a legislar como si el Estatut no hubiese sido recurrido por el PP y no estuviese en manos del TC;
8) funcionar siempre de manera inconsulta en nombre del pueblo catalán, que no es otra cosa que una clase política que, hoy mismo, está más separada que nunca del pueblo al que dice representar.
Y ahí se acabó Maragall, que poco antes de las últimas autonómicas dijo que aún no era tiempo de que un no catalán, como Montil·la, ocupara le presidencia de la Generalitat. No era falta de visión: era que lo habían dejado fuera.

Y ni una sola bandera republicana


¿Qué ha pasado con esas banderas republicanas que no se os caen de las manos en las manifestaciones, hijos míos?
ANTONIO BURGOS. ABC. 14/07/2010
CUANDO el español se echa a la calle en manifestación, hay dos cosas que me chocan: las horribles enseñas de plástico rojo con las siglas de los sindicatos y las banderas republicanas. No hay manifestación que se precie donde no aparezcan esas sindicales banderas de plástico modelo chuchiperri, que parecen compradas en las tiendas de los chinos, de un tamañito ridículo de chico. Y nada hablo de las banderas republicanas, de las que ya dije que les sacan tan mal el color histórico de la franja morada, tan virado a sudaca, que parecen como de algún país hispanoamericano más que una antigualla anticonstitucional.
¿Que hay una manifestación de los trabajadores de una fábrica que va a cerrar tras el ERE? Allá que está, y no sé por qué, la bandera republicana, que no sé qué tendrá que ver con el cierre de empresas en quiebra.
¿Que los estudiantes se echan a la calle para protestar con ese plan que tiene nombre de mortadela italiana de la buena, Bolonia? Allá que está, y no sé qué tiene que ver con los planes docentes, con las titulaciones y con los contenidos curriculares, la bandera republicana.
¿Que son los artistas del pesebre de las subvenciones los que se manifiestan por algo que beneficia mucho al PSOE y le da una patada en los mismísimos al PP? Allá que está, con los ricos y famosos y con los titirimundis titulares de la tela marinera apalancada al 1 por ciento de impuestos en una Sicav, la bandera republicana, que no sé qué relación tiene con el chapapote, con el 11-M, con la guerra de Irak o con lo que toque contra Rajoy.
¿Que llega el Día del Orgullo, gay por supuesto, y toca carnaval en carroza donde toda provocación tiene su asiento y toda anomia su proclamación de normalidad? Allá que está, junto a un horizonte arco iris, la bandera republicana, que no sé qué tiene que ver con la por otra parte respetabilísima libertad de Piompa y de tortilla española.
Conclusión: de cada diez españoles que se echan a la calle para protestar contra algo o para proclamar algo, tres o cuatro llevan siempre la bandera republicana y ni uno solo la nacional roja y amarilla; gualda, que dicen los cursis.
Excepto cuando se trata de la selección nacional de fútbol, que entonces España se llena de fachas, de rancios, de carcas, de cavernícolas, que sacan con todo orgullo la bandera nacional, cantan con Manolo Escobar el «Viva España» inspirado por cierto en una cancioncilla de los voluntarios fascistas italianos en la guerra de España, y corean, con música rusa de «Kalinka», que tiene más mérito, lo de «español, español, soy español». ¿Qué ha pasado con esas banderas republicanas que no se os caen de las manos en las manifestaciones, hijos míos de mi alma? Que España haya ganado el Mundial no tiene mérito. Lo que tiene mérito de verdad es que la selección nacional ha conseguido que haya millones y millones de españoles echados a la calle y ni una sola bandera republicana. Ha quedado claro que la bandera tricolor no representa para nada a esta España del 2010 que durante dos días y en todo el territorio, Cataluña y Vascongadas incluidas, ha vibrado con la enseña de la Patria y protagonizado colectivamente el más multitudinario acto de afirmación nacional que vieron los siglos. Ha quedado demostrado que la bandera republicana no es de esta España nuestra.

jueves, 1 de julio de 2010

Meritocracia a la inversa


Joaquín Costa (1848-1911) diagnosticó a principios del siglo XX que el régimen político imperante en España no era sino un régimen oligárquico y caciquil.
España decía, era «una oligarquía de notables»:
*.- España no es una nación libre y soberana y en España no hay parlamento ni partidos; hay sólo oligarquías.
La oligarquía como el «gobierno basado en el censo..., en el cual mandan los ricos, sin que el pobre tenga acceso al gobierno.»
*.- Concluye Joaquín Costa: «No es nuestra forma de gobierno un régimen parlamentario, viciado por corruptelas y abusos, según es uso entender, sino, al contrario, un régimen oligárquico, servido, que no moderado, por instituciones aparentemente parlamentarias.».
En este régimen caciquil que adopta una forma de monarquía parlamentaria, en vez de subordinarse los elegidos a los electores, son éstos lo que están sometidos a los elegidos. Además, tampoco la ley contempla o considera de forma ecuánime a todos los ciudadanos.
Los elementos de la oligarquía son para Costa:
«1º Los oligarcas (los llamados primates, prohombres o notables de cada bando, que forman su «plana mayor», residentes ordinariamente en el centro; 2º Los caciques, de primero, segundo o ulterior grado, diseminados por el territorio: 3º El gobernador civil, que les sirve de órgano de comunicación y de instrumento.».
El cacique es el hombre fuerte de la sociedad o de la comarca, con influencia política, social y económica y base del sistema caciquil y el oligarca, el político profesional de la nación que se apoya en el oligarca para ejercer su poder.
El cacique realiza el trabajo sucio y el delincuente de cuello blanco importante es el oligarca o notable.
Es la clase política, pero, señala Costa, «en las fechorías, inmoralidades o crímenes que forman el tejido de la vida política de nuestro país, el oligarca es tan autor como el cacique, como el funcionario, como el alcalde, como el agente, como el juez, e igualmente culpable que ellos; pero no he dicho bien: esa culpa es infinitamente mayor, y sería si acaso... el instrumento o el cacique quien tendría moralmente razón para negar el saludo al personaje o al ministro, que fríamente y a mansalva armó su brazo, haciendo de él un criminal cuando pudo y debió hacer de él un ciudadano.»

Este Régimen caciquil denunciado por Costa se caracteriza por ser un elitismo de lo peor que bloquea «la circulación de las élites». Los más brillantes e inteligentes son postergados por el régimen caciquil. «es la postergación sistemática, equivalente a eliminación de los elementos superiores de la sociedad, tan completa y absoluta, que el país ni siquiera sabe si existen; es el gobierno y dirección de los mejores por los peores; violación torpe de la ley natural, que mantiene lejos de la cabeza, fuera de todo estado mayor, confundida y diluida en la masa del servum pecus, la élite intelectual y moral del país, sin la cual los grupos humanos no progresan, sino que se estancan, cuando no retroceden
El régimen selecciona a lo peor y posterga a lo mejor de los individuos componentes de la sociedad española. En el régimen caciquil oligárquico sólo sobreviven los peores.

Los oligarcas se reparten regionalmente España en áreas de influencia política local. Cada oligarca disfruta de su correspondiente territorio. Estos oligarcas se reúnen en asociaciones o bolsas de empleo llamadas partidos y deliberan en las Cortes. En España no hay Cortes ni partidos políticos más que en caricatura.
Los grupos políticos no responden más que a intereses pasajeros y provisionales personales y particulares de grupos de interés. Por lo demás, el parlamento no representa al país.
Las elecciones son organizadas por el gobierno para obtener el resultado electoral apetecido.
En España hay dos gobiernos: uno fenoménico y fantasmal: el sistema de monarquía parlamentaria, con constitución y elecciones y otro el real, efectivo y esencial que es el caciquismo oligárquico.

Esta oligarquía de la que habla Costa es una oligarquía absoluta, sin ningún poder que la frene o modere. Por encima del Rey está S.M. el Cacique. Así define entonces Joaquín Costa el régimen imperante en la España de 1899: «una oligarquía pura en el concepto aristotélico: gobierno del país por una minoría absoluta, que atiende exclusivamente a su interés personal, sacrificándole el bien de la comunidad.»
La existencia de la oligarquía política compromete la unidad de España y fomenta el secesionismo político y territorial. Para que subsista España como Estado nacional es preciso que desaparezca la oligarquía. «Pueblo que no es libre, no debe esperarse que se preocupe de la bandera.». La oligarquía desnacionaliza España.

Se requiere «una verdadera política quirúrgica». «Para que España pueda ser nación parlamentaria mañana, tiene que renunciar a serlo hoy.»{13} No hacen falta elecciones democráticas. Si el pueblo no tiene voluntad, carece entonces de sentido plantearse el que las elecciones reflejen la voluntad del pueblo. De hecho, en la actualidad, el régimen parlamentario existe sin necesidad de elecciones ni de electores, por lo que «la forma política del Estado español puede definirse diciendo: un «gobierno parlamentario... sin electores».

La solución frente al régimen parlamentario es el régimen constitucional de separación de poderes del Estado. Se trata así de que las Cortes «sean Cortes según el tipo del sistema presidencial o representativo de los Estados Unidos y no según el tipo del sistema parlamentario de Inglaterra».
El caciquismo u oligarquía política descrita afecta también cómo no al aparato judicial consiguiendo así una justicia corrupta y llena de parcialidades y partidismos caciquiles.

En el régimen, criticado por Joaquín Costa, el parlamentario, mayorías y minorías son hechuras del partido gobernante. La representación es inexistente de facto. Los diputados representan a las diversas facciones dentro de la oligarquía. Por ello el consenso es fácil entre todos los oligarcas o caciques.

En esta sitación, «Gran parte de la culpa alcanza a las Universidades: lo que sobre organización política de España enseñan a la juventud es un solemne embuste de la Gaceta: en cambio, de la real y verdadera constitución no le dicen nada. Los catedráticos, con alguna rara excepción quizá, son los principales responsables de que se perpetúe ese convencionalismo criminal que ha postrado a la nación y la tiene en trance de expirar.».

«España, como Estado oligárquico que es, no puede tener ciudadanos conscientes; electores, ni, por tanto, régimen parlamentario, y porque no puede tenerlos no los tiene.».
Nuestra europeización puede llegar por la colonización económica de España por las grandes potencias europeas o porque España se modernice sin dejar de ser España. El dilema según Costa es: o España se europeíza o es europeizada. Si España se europeíza será de acuerdo con su genio y su tradición. Si España es europeizada por las grandes potencias, será borrada del mapa y esquilmada, desaparecerá como tal. La europeización «requiere una revolución desde el poder; revolución muy honda y muy rápida, tan rápida como honda»; «Ahora bien; esa revolución súbita supone como necesaria condición estas tres cosas a la vez: genio político que la promueva y dirija; una organización vieja que no la estorbe; un estado social que la pueda asimilar.»

La prensa a decir de Costa es responsable de la postración de España. Igual que el pueblo español no tiene ni madurez ni capacidad política, tampoco tiene capacidad para leer periódicos de forma crítica y racional.
La opinión no surge de los ciudadanos, sino de los periódicos. Hace falta entonces una reforma también del cuarto poder. El periodismo hace que los ciudadanos abdiquen su facultad de pensar por sí mismos. Como la prensa está en manos de oligarcas, entonces la prensa es sumamente perjudicial para el pueblo español. «Y así ha resultado que eso que llamamos opinión no tiene su fuente en la conciencia de la nación, sino que se forma en las redacciones de dos o tres periódicos; y como, por otra parte, esas redacciones no son, en lo general, cuerpos de tutores, patriciado natural, sino, al igual de la plana mayor de las facciones, cuerpos de oligarcas y de intérpretes y adscripticios suyos –que por esto no dejan oír a su pupilo otras voces que las propias–, el vasallaje práctico del gobernante resulta doblado por el vasallaje teórico del periodista, y entre los dos dan a España, según dije, aspecto de una nación maleficiada.» Con las actuales oligarquías periodísticas es imposible el cambio que pretende realizar Costa en España. La renovación de la prensa pues, es algo que se impone para Costa forzosamente.
El famoso lema que se atribuye a Costa: Despensa y escuela no aparece más que al final de «Oligarquía y caciquismo». Creo que es más profundo otro lema de Costa: Libertad, cultura y bienestar.

Hoy el análisis de Joaquín Costa enunciado en Oligarquía y Caciquismo no ha perdido ninguna actualidad. España es una monarquía parlamentaria oligárquica de partidos.
El Estado de las autonomías ha consolidado y fortalecido el caciquismo local.
Este Estado de las autonomías ha desnacionalizado España y ha propiciado su desmembramiento territorial y lingüístico..
España es una oligarquía de partidos, un Estado de partidos..
La oligarquía ha crecido notablemente y se ha hecho autónoma. 17 territorios autónomos tienen sus correspondientes oligarquías y sus corruptelas locales sin ningún control del Gobierno.
Nacionalismo y liberalismo van de la mano en desmantelar España.
Los nacionalistas apoyan el debilitamiento del Estado para poder ejercitar su política sin restricción alguna.

El Parlamentarismo de Partidos.
*.- Los partidos no tienen estructura democrática. Son órganos del Estado. Están subvencionados por el Estado y son perfectamente incontrolables por los ciudadanos. La corrupción se ha instalado como forma de Gobierno en España.
No hay fuerzas políticas que critiquen al sistema. No hay castigo electoral del gobernante corrupto. Hay servidumbre voluntaria del electorado. Las personas de los partidos se pueden sustituir, los partidos no. El sistema electoral proporciona coartadas e impunidad a los partidos. Se denigra a los corruptos y el partido sigue igual.
Los elementos de la oligarquía son los partidos y su articulación gubernamental, parlamentaria, judicial, autonómica y local. Esta oligarquía posee en torno a sí organizaciones satélites: asociaciones, ONGs., sindicatos, etc. Las subvenciones estatales cuidadosamente concedidas suprimen cualquier conato de independencia y de ataque al régimen.
*.- En las elecciones nada se decide. Los programas de los partidos se parecen cada vez más entre sí y por tanto no constituyen las elecciones ningún mecanismo de formación de la voluntad popular. Las elecciones van adquiriendo un creciente carácter plebiscitario y se convierten en un acto de adhesión inquebrantable al régimen. Los electores se identifican sentimentalmente con el jefe del partido.
*.- La voluntad popular es una metáfora que expresa el dominio absoluto de los partidos sobre las instituciones y la sociedad. Estos partidos designan los candidatos y se reparten el poder institucional del Estado así como sus territorios siguiendo cuotas electorales. El sistema de encasillamiento lo deciden las direcciones de los partidos políticos.
*.- La corrupción ha destruido la función pública. El carnet político ha desplazado al mérito y la competencia profesional en sectores tan vitales para el porvenir como la enseñanza y la sanidad, las empresas y las administraciones, el Estado y las autonomías. En el terreno de la enseñanza se ha operado la demolición del bachillerato y la clientelización de la universidad. Esta corrupción, la del saber es la más duradera.

*.-Las principales decisiones las adoptan los jefes de los partidos en reuniones secretas y en negociaciones al margen del parlamento. Una vez concluidos los acuerdos, el parlamento escenifica el acuerdo con una votación. Es por tanto el parlamento cámara de manifestación no de reunión ni de debate.

*.-El partido gobernante controla el poder legislativo, el ejecutivo y el judicial mediante el Consejo General del Poder Judicial y mediante el Tribunal Constitucional. No hay división de poderes.
Al pueblo español se le han impuesto:
1. Las reglas del juego oligárquico de los partidos: consenso constitucional.
2. Imposibilidad de investigar al poder ejecutivo debido al consenso parlamentario.
3. La complicidad de la oposición con la corrupción y con la razón de Estado, por el consenso gubernamental de unos gobiernos con otros.
4. Impunidad de partidos, gobernantes y gobierno, consenso jurisdiccional de los jueces.
*.- El poder meramente simbólico del Rey permite a los nacionalismos periféricos utilizar el reconocimiento a la Corona como único lazo de unión con el Estado español para funcionar de hecho como Estados independientes.
*.- Los sindicatos de clase son otra de las grandes estafas: solo mantienen el orden en el gallinero.

ZP el "Maqui" a "velo" de León


http://www.nodulo.org/ec/2010/n100p18.htm

Sobre el libro de José García Abad, El Maquiavelo de León. Como es realmente Zapatero, La Esfera de los Libros, Madrid 2010
Madrileño de 1942, José García Abad es licenciado en Ciencias Políticas y Periodismo, Presidente del Grupo Nuevo Lunes y Director de la revista El Siglo de Europa. Entre sus libros, hay que destacar La soledad del Rey, Adolfo Suárez. Una tragedia griega, Las mil caras de Felipe González, El Príncipe y el Rey, &c. En su última obra, El Maquiavelo de León, intenta ofrecernos un retrato del actual Presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero.

*.-«el Maquiavelo de León». Un hombre en el que «no existe ingenuidad alguna», de «muchos pliegues y recursos», cuyo único objetivo es «mantenerse en el poder a toda costa y a cualquier precio, negociando con ángeles y demonios y, llegado el caso, engañando a todos»;
«un artista del disfraz y un virtuoso en el manejo del ilusionismo y de las nubes de humo»; todo ello supeditado «a la cosecha de votos, al marketing, a lo que indiquen las encuestas».
*.- Un «político profesional, hijo y nieto de socialistas», que «no se ha ganado un euro fuera del PSOE», que «solo permaneció unos meses como «penene» de Derecho Constitucional en la Universidad de León, donde el sueldo no de daría más que para tomar unos cafetitos».
Políticamente, es un hombre rencoroso, que «ni olvida ni perdona».
A ello se une su «mesianismo»: «Él está convencido de que está ungido con un don especial, que es portador de un destino manifiesto, para cuyo cumplimiento se vale él sólo». De ahí que «elija tan mal a sus ministros; a él le ha ido muy bien en la vida y cree que puede arreglarlo todo con su varita mágica».
«Zapatero no es cristiano, pero tiene mucha fe».
Para Rodríguez Zapatero «la política es la vida misma, las 24 horas del día y los 365 días del año».
Vanidoso, el líder socialista «está encantado de haberse conocido», «tiene un altísimo concepto de sí mismo y de sus capacidades»; otros lo consideran «snob» y «caprichoso».
Su arma política es el pacto, cuyo único objetivo es «la continuidad en el poder, el de la supervivencia a toda costa». En ese sentido, la selección de sus ministros no se hace según la valía de éstos, sino «basándose en equilibrios partidarios» y en «gente leal, pero no siempre la más valiosa»; la mayoría son unos «jesuseros». No resulta extraño, pues, que, en la práctica cotidiana, les trate como «secretarios».
Rodríguez Zapatero entiende la gobernación como «espectáculo de masas»; forma parte de la «sociedad Internet, de los mensajes simples y de la aversión a un compromiso político serio».
Es un hombre fascinado por el cine; tiene una «visión cinematográfica de la política y le gusta tratarse con actores y directores». «A él no le va un intelectual de izquierdas profundo como Saramago, que vale para el mundo en que vivimos. Él prefiere relacionarse con Javier Bardem, que, zas, le da la imagen instantánea de hombre de izquierdas».
El líder socialista toma sus decisiones políticas mediante el «cálculo intuitivo»; le gusta el riesgo y tiende a convertir la política en un «acto de fe». Sin embargo, este «Mesías» ha fracasado en sus dos grandes proyectos: acabar con ETA y arreglar el Estatuto de Cataluña.
Otra de sus grandes rémoras es su desdén por la economía. Para él, la discusión sobre los presupuestos del Estado es un «coñazo», «una grosería». De ahí su tardanza en enfrentarse con la crisis. Su Ley de Economía Sostenible no es otra cosa que «un refrito improvisado de normas inconexas, aunque ciertamente inofensivas».

Con respecto a la ideología de Rodríguez Zapatero, García Abad la sintetiza en «Memoria Histórica y Modernidad».
La primera tiene su realización en la Ley del mismo nombre; la segunda en la «extensión de derecho sociales como el matrimonio homosexual o la discriminación positiva a favor de las mujeres».
En el terreno económico, se desarrolla en decisiones fiscales como la deducción de los cuatrocientos euros para pobres y ricos, el cheque bebé igual para todos o la supresión del impuesto sobre el patrimonio; todo lo cual, según el autor, tiene «un cierto aroma de neoconservadurismo».
Influido en la actualidad por autores como Philipp Pettit y Serge Lakoff, en sus primeros pasos como militante del PSOE estuvo al lado de los sectores partidarios de no abandonar el marxismo.
De la misma forma, por aquel entonces se declaraba patriota español y muy crítico con los nacionalistas periféricos. Ahora, admira a Santiago Carrillo, quien suele denominarle el «Lenin español», como a Largo Caballero.
Para García Abad, Rodríguez Zapatero carece de «corpus ideológico integrado». «Es instintivamente de izquierdas, pero le falta sistema».
La conclusión del autor no deja de ser desoladora: «El día que ZP caiga nadie va a llorar por él».
* * *
Llama la atención, sin embargo, en El Maquiavelo de León la animosidad con que está escrito, siendo quién es su autor. Como ya hemos señalado, García Abad es director del semanario El Siglo de Europa, hasta hace poco tiempo, y aún hoy, órgano doctrinal de Rodríguez Zapatero. En sus páginas colaboran, entre otros, Enrique Sopena, auténtico hooligan del zapaterismo y director de El Plural, un libelo digital digno de estudio psiquiátrico; y Santiago Carrillo, convertido el icono-fetiche histórico de los socialistas. Lo cual hace sospechar que el contenido de esta obra es, en alguna medida, resultado de un ajuste de cuentas entre las diversas facciones del PSOE; y quizá del traslado de ciertos fondos a otros periódicos y revistas. La visible decadencia de la otrora rutilante estrella de Rodríguez Zapatero puede explicar igualmente el tono y los negativos juicios de valor de García Abad. En consecuencia, no estamos ante un estudio sereno y ponderado con pretensiones de objetividad sobre la figura y las ideas de Rodríguez Zapatero. La obra tiene por base testimonios personales de adversarios del actual secretario general del PSOE.

En el primero de los casos, sería, a lo sumo, un «Maquiavelo de aldea», tal y como definía Fernando Claudín a Santiago Carillo. Y, en el segundo, encarnaría el anti-Maquiavelo, porque el líder socialista es todo menos un nacionalista español. Es más: puede ser definido como uno de los grandes enemigos de la nación española.

Rodríguez Zapatero es un hombre favorecido por la «fortuna», pero carente de «virtud». Su llegada al poder fue absolutamente fortuita, consecuencia, no de su astucia, sino de un conjunto de fuerzas no controladas por él, en parte la escasa habilidad de la elite del Partido Popular a la hora de administrar políticamente las consecuencias del atentado del 11 de marzo de 2004 y de la capacidad de movilización del conjunto de las izquierdas, no únicamente del PSOE, para aprovechar dicha coyuntura. Antonio Negri, ideólogo de las Brigadas Rojas, denominó a esta capacidad de acción «la Comuna de Madrid»; según él, «gracias a los teléfonos móviles se logró movilizar en tres días a la izquierda española contra las sedes de la falsificación y a poner en crisis al Frente de Aznar», lo que condujo a «cercar las sedes del poder y a derrumbar en tres días las previsiones de los sondeos».

De hecho, todos los proyectos políticos del líder socialista han sido –y son, y serán mientras ocupe la jefatura del Gobierno– un desafío a la estabilidad de nuestro Estado-nación. De ahí que Rodríguez Zapatero pueda ser definido como el Anti-Maquiavelo; y no precisamente en el sentido defendido por Federico de Prusia.

En primer lugar, hay que destacar su política radicalmente antinatalista. No es ningún secreto que la sociedad española padece un profundo problema de natalidad, que pone en cuestión la existencia del Estado benefactor y, a largo plazo, nuestra estabilidad social y la propia continuidad de nuestra identidad cultural como pueblo.
Una sociedad afectada por una natalidad insuficiente como la española tiene el problema de un conjunto de la población cada vez más envejecida, más personas en edad de percibir prestaciones y menos personas en edad de pagar en forma de cuota de la Seguridad Social e impuestos. Y más cuando aumente el número de personas de mayor edad, las de más de 85 años. Según los expertos, dentro de cinco años la Seguridad Social deberá de hacer a unos gastos que superan a los ingreso; y estará en quiebra contable. Hasta ahora, Rodríguez Zapatero y su gobierno no han hecho nada al respecto, como tampoco lo hicieron los gobiernos de José María Aznar; incluso ha negado la existencia del peligro. Pero no es sólo eso; es que las medidas del Gobierno han contribuido –y contribuyen– al estrangulamiento demográfico, mediante una serie de leyes como las del aborto, el divorcio y matrimonios homosexuales. El número de abortos ha aumentado espectacularmente en los últimos años, y particularmente, todo hay que decirlo, a lo largo del período Aznar; lo que tiene un efecto importante en el descenso demográfico. Además, desde la postura antinatalista gubernamental, se ha propiciado el trabajo de las mujeres sin condiciones para la maternidad, y de manera más acusada la precariedad y el paro.
La reciente Ley del Divorcio convierte, de hecho, el matrimonio en un contrato inútil, ya que consagra el reconocimiento de la infidelidad conyugal; y no se requiere ninguna causa para su anulación. Por su parte, la legislación del matrimonio homosexual tiene como consecuencia una clara alteración de los fines y de la naturaleza de la institución familiar. Y es que en la medida en que los roles tradicionales de la institución son modificados hasta hacerlos irreconocibles, ésta se ve impedida para ejercer sus funciones. Deja de ser una estructura constructora de la sociedad sin que existan otras que la sustituyan. Sin la existencia de roles bien definidos de padre-madre-hijos, se difumina el control de los comportamientos y, con ello, la cohesión social; y, lógicamente, también en la economía. Singularmente grave a ese respecto, resulta la influencia de la ideología de género que justifica la homosexualidad, deslegitima la heterosexualidad y fomenta la cultura de la muerte.

En segundo lugar, su gestión económica ha sido, ahora lo estamos viendo con suma y dramática claridad, pésima. Desde el verano de 2007, el mundo se encuentra sumido en una crisis económica terrible, de dimensiones y consecuencias que sólo encuentran paralelo en la Gran Depresión de 1929. En un principio, Rodríguez Zapatero negó la crisis; lo que impidió tomar a tiempo las medidas necesarias para limitar su alcance y facilitar la recuperación.
La política económica de los socialistas ha sido costosa, ineficaz y clientelar, persiguiendo obtener el apoyo político de distintos colectivos, desde comunidades autónomas afines políticamente hasta grupos de variado perfil: jóvenes, inmigrantes, etc.
Del lado de los ingresos, la medida más llamativa, costosa e ineficaz ha sido la devolución de los cuatrocientos euros a todos los contribuyentes, independientemente de su nivel de rentas, vigente apenas dos años fiscales.
Del lado de los gastos, han sido igualmente poco útiles otras medidas de corte electoralista como el cheque bebé, la «bombilla ecológica», la renta de emancipación para fomentar el alquiler entre los jóvenes, el aumento de las pensiones, la ampliación del permiso de paternidad a treinta días, la congelación de las tarifas eléctricas, etc.
En todos los caos, se trata de políticas meramente arbitristas que identifican colectivos como votantes del PSOE. En cambio, destaca la ausencia de medidas o reformas en temas como el fiscal, el laboral o el educativo.

En tercer lugar, el tema nacional. Es aquí donde la acción gubernamental de Rodríguez Zapatero se ha mostrado especialmente letal y amenazadora. En un discurso tristemente memorable, el líder socialista sostuvo que el término nación era «discutido y discutible».
De ahí que José Luis Carod Rovira definiera a Rodríguez Zapatero como el único presidente español no nacionalista y abierto a planteamientos confederales y autodeterministas. El nuevo Estatuto de Cataluña se basa en el reconocimiento de su singularidad «nacional», que se traduce en el establecimiento de una relación bilateral con el Estado; en la asunción de nuevas competencias y en la modificación de su sistema de financiación.
El Tribunal Constitucional no ha determinado todavía, después de cuatro años, si, una vez aprobado en las Cortes españolas y en referéndum en Cataluña, este Estatuto respeta los límites constitucionales. En cualquier caso, el mal ya está hecho; y la gravísima responsabilidad recae en Rodríguez Zapatero.
Con todo, eso no es lo peor, con serlo y mucho; lo más grave es la propia existencia del Estado de las autonomías, cuyo desarrollo no sólo no ha fortalecido la unidad nacional a nivel político –todo lo contrario–, sino que ha puesto en peligro la propia unidad del mercado nacional.
La fragmentación autonómica en diecisiete unidades con reglamentaciones propias y, a menudo, contradictorias, está procediendo a levantar barreras a la libre circulación de bienes, especialmente de las personas. Hoy, se quiera reconocer o no, se encuentra en juego la misma existencia de España como nación.
Para colmo, las llamadas «políticas de la memoria» de Rodríguez Zapatero han contribuido aún más a la desunión de los españoles.
En lugar de promover una conciencia nacional compartida, el actual presidente del Gobierno persigue dividir a los españoles en buenos y malos, en antifraquistas y franquistas. Desde su perspectiva, la II República sería el paraíso; y el régimen de Franco, una realidad infernal.
En la Ley de Memoria Histórica se glorifica a las Brigadas Internacionales y al bando republicano, mientras que el bando nacional y el régimen de Franco aparecen como el compendio paradigmático de lo grotesco y lo repugnante; algo que produce, desde el principio, indignación y supera los límites de lo absurdo. Con un maltusianismo implacable, se han suprimido monumentos y callejeros donde se glorificaba a los combatientes nacionales; mientras se erigen a representantes del bando revolucionario, como Largo Caballero, Indalecio Prieto, Dolores Ibárruri, &c. Y así todo.

Para Nicolás Maquiavelo, lo esencial era la conservación del Estado y el fortalecimiento de la nación. Rodríguez Zapatero ha propiciado, y en parte conseguido, todo lo contrario. Su presunto maquiavelismo se ha reducido, en el fondo, a una especie de patriotismo de partido, a garantizar la hegemonía del socialismo en el conjunto de la sociedad española, destruyendo y deslegitimando a la oposición conservadora. Pero ni en eso parece haber triunfado; hoy su liderazgo en el PSOE se encuentra, dado el desastre político, moral y económico, más cuestionado que nunca.

A lo largo de más de seis años, España ha pasado por las manos de un político errático, ignorante y torpe, como si fueran las de un masajista asiático, entre apática, atormentada y extrañamente contenta. No obstante, tenemos derecho a creer, no sin un cierto escepticismo teñido de melancolía, que la nación española es inmortal. Y que Rodríguez Zapatero pasará como pasa la tempestad, la guerra o las epidemias. Lo que no acontecerá, sin duda, por la «virtud» de una oposición torpe, indolente y timorata, que ha tenido la «fortuna» –el Partido Popular, no el conjunto de la sociedad española– de encontrarse con una crisis económica que el líder socialista ha propiciado y es incapaz de solventar. Todo un éxito histórico.