domingo, 30 de noviembre de 2008

Nuestra crisis de la deuda externa


Juan Velarde. ABC, Lunes, 01-12-08
El 7 de marzo de 1936, un gran economista español que sería asesinado en Madrid cuatro meses después, Antonio Bermúdez Cañete, publicaba, como corresponsal en París de «El Debate» una crónica titulada «Oro español a París». Señalaba en ella la llegada de algo más de 4 toneladas del oro del Banco de España en tres aviones. La causa inmediata era la necesidad de saldar un fuerte desequilibrio de nuestras balanzas exteriores. El motivo, la pésima política económica llevada a cabo por la II República. Viniendo más acá, en septiembre de 1982, en la reunión del Fondo Monetario Internacional, Jesús Silva Herzog se levantó y declaró que México se veía incapaz para atender los pagos corrientes de sus balanzas exteriores. De inmediato, el resto de los países de la región iberoamericana mostraron, de un modo u otro, que su situación no era mejor que la mexicana. La causa era ese desatino del estructuralismo económico latinoamericano que se había convertido, por la mano de CEPAL, en el conductor de la política económica de la región. La consecuencia, para poder seguir adquiriendo bienes y servicios indispensables en el exterior, fue una venta considerable de activos a empresas de otros países. España fue uno de esos compradores.
Llevamos en España un lustro de defectuosísima política económica. Una vez más esto se trasluce en un déficit considerable en las balanzas exteriores. En los doce meses que concluyen en agosto de 2008, observamos un déficit de 154.900 millones de dólares en la balanza comercial y en la balanza por cuenta corriente uno de 165.300 millones. Como éste es un fenómeno acumulativo de déficit corriente a lo largo de los últimos años, según datos del Banco de España y Bloomberg recogidos por Analistas Financieros Internacionales -AFI-, nuestra nación tiene una deuda exterior de 1,2 billones de euros. Cifra tan colosal no resultaba enmendada por las Inversiones Directas Extranjeras (IED). Como se observa en el gráfico 1 del reciente documento de la UNCTAD, «Informe sobre las inversiones en el mundo. Las empresas trasnacionales y el desafío de las infraestructuras. Panorama general 2008» (Naciones Unidas, 2008), en 2007, España ocupaba el octavo puesto mundial en flujos de entrada de IED, pero era el quinto en los de salida. La diferencia es del orden de los 70.000 millones de dólares. Por tanto, como es imposible pagar esa deuda colosal de inmediato, y tiene que hacerse para que nuestra economía siga adquiriendo desde el petróleo hasta buena parte del alimento de nuestra ganadería, ello quiere decir que para coger sin problemas un taxi, para comer un huevo frito, es preciso disponer de fondos que adquieran productos básicos en el exterior. Y eso sólo se puede lograr con liquidación de activos españoles, por mucha depresión psíquica que origine, como la que sentía Bermúdez Cañete al contemplar esas casi cuatro toneladas y media de oro español que se vendieron en París, o como el duelo argentino cuando perdieron la emblemática YPF. Éste, por ejemplo, es el caso de si una empresa extranjera compra Repsol, la compañía creada en su origen, con el nombre de Empresa Nacional Calvo Sotelo para independizarnos en el terreno petrolífero o cuando British Sugar adquirió Azucarera, nacida hace un siglo para liberarnos de la importación de azúcar extranjero, tras la derrota de 1898. Todo lo dicho indica -hay precedentes y tendrá añadidos- que estamos ante una situación económica muy seria. Como decía Quevedo, esto es «hambre y no poder más».
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