sábado, 29 de noviembre de 2008

The Economist: "Zapatero ignoró alegremente las señales de alarma"


El artículo After the fiesta (tras la fiesta), comienza con una cita del cómico Groucho Marx, aquella en la que decía que nunca entraría en un club que le aceptara como socio. Acude The Economist a esta cita para describir lo que considera un auténtico ridículo: Los intentos de Zapatero por ocupar una silla en la cumbre de Washington, ya que no pertenece ni al G-8 ni al G-20, aunque estima que "hay pocas cosas en la vida que hieran tanto el amor propio como ser excluido de un foro en el que piensas que debes estar".
Sobre la política de Zapatero, denuncia primero que "ignoró alegremente" las "señales de alarma" que advertían de una crisis como la que atraviesa ahora el país. Además, señala que, una vez destapada la crisis, Zapatero fue "lento en reaccionar" y pasó su primer mandato "combatiendo guerras culturales con la derecha".

En este artículo, The Econonomist también presenta una sombría perspectiva de la economía española que, tras disfrutar de "enormes beneficios" por la moneda única, en 2009 "experimentará la otra cara de la pertenencia al euro ya que su economía se deslizará hacia una aguda recesión".
En opinión del autor del artículo, el presidente Zapatero, no ha sabido ver a tiempo la crisis que se avecinaba. Así, afirma que el presidente "pasó gran parte de su primer mandato combatiendo guerras culturales con la derecha cuando debería haber estado resolviendo los problemas subyacentes de España".

Según The Economist, "durante años habían estado apareciendo señales de alarma, pero el primer ministro (sic) las ignoró alegremente y fue recompensado con un segundo mandato en las elecciones del pasado marzo".
Añade que "la economía se ha desplomado incluso más rápido de lo que los pesimistas predecían". Unos pesimistas a los que Zapatero llegó a calificar de antipatriotas y les acusó de crear incertidumbre y desconfianza en la economía. También dice que el presidente "ha sido lento en reaccionar". "En lugar de abordar el anticuado sistema educativo, animar a los empresarios o disuadir a los jóvenes españoles de su predilección por los puestos de funcionario, el primer ministro anunció una nueva ronda de hostilidades con los obispos católicos de España", lamenta el semanario.
Aborto y eutanasia para distraer
En opinión de The Economist, "la reforma de las leyes del aborto y la eutanasia pueden dar carnaza a las filas del PSOE pero no son las preocupaciones centrales de la mayoría de los españoles, para los que 2009 será un año miserable tras 15 años de rápido crecimiento económico".
Así las cosas, y teniendo en cuenta que el Gobierno no puede "devaluar" la moneda "como hizo durante su recesión en 1993" ni puede "reducir los tipos de interés para ayudar a los endeudados hogares y empresas", "el mejor escenario para los españoles son dos años de crecimiento anémico, con sueldos que perderán valor en términos reales hasta que la economía recupere su competitividad".

En 2010, "esclerosis económica a largo plazo"
A juicio del semanario, "la recuperación podría comenzar en 2010, pero no antes de que la tasa de paro alcance el 15%, pero también, en el "peor de los escenarios" España, "si no hace frente a las reformas necesarias" entre las que cita la del "mercado laboral", podría sufrir la "esclerosis económica a largo plazo" que sufren otros países europeos como Portugal o Italia.
No obstante, respecto a la reforma del mercado laboral, el artículo incide en que "si el Gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero no llevó a cabo la significativa reforma durante los buenos tiempos, los sindicatos es poco probable que accedan cuando aumentan las pérdidas de trabajo".

La banca, un año funesto
Por otra parte, aunque considera que se ha "alabado correctamente a los bancos y el regulador financiero español por evitar las inversiones arriesgadas" que han realizado otras entidades advierte de que la banca española está "inconfortablemente enredada en el sector inmobiliario, que permanecerá moribundo en 2009 mientras el mercado digiere un exceso de 1,5 millones de casas sin vender".
En este sentido, The Economist previene de que "con cada vez más españoles incapaces de pagar sus créditos y las compañías constructoras cayendo, los bancos españoles se enfrentan a un año funesto". Ante esta situación, y puesto que "muchos (bancos) tienen fuertes conexiones con los poderosos gobiernos regionales, lo que les hace políticamente demasiado importantes para caer", "el Gobierno tendrá que fraguar matrimonios forzosos entre pequeñas entidades para mantenerlas a flote".
"Zapatero hizo que pareciera fácil gobernar a España en su primer mandato pese a no tener una mayoría en el Parlamento", considera el semanario que destaca que el presidente del Gobierno es "un político astuto y sus enemigos le infravaloran" (...) "pero necesitará más que su famosa alegre disposición para gobernar su país durante los tiempos duros de 2009", concluye el artículo.

Spain
After the fiesta
Nov 6th 2008From The Economist print edition
A European success story; but it is time for José Luis Rodríguez Zapatero to step outside his comfort zone
AFP
GROUCHO MARX got it wrong when he said that he didn’t care to belong to any club that would have him as a member. There are in fact few things in life so wounding to self-esteem as to be excluded from a gathering where you think you rightly belong. In an attempt to avoid such a fate, José Luis Rodríguez Zapatero, Spain’s prime minister, has cast dignity aside and importuned all and sundry with a request to be invited to a conference on November 15th to discuss reforms to the international financial system. The brainchild of France’s Nicolas Sarkozy and of America’s George Bush, the conference will be attended by the G8 economies and 12 large developing countries. Spain belongs to neither group.
Whether or not the conference proves to be important, Mr Zapatero is right that he deserves to be there. Spain is the world’s ninth-largest economy at market exchange rates, or twelfth when measured by purchasing power (making it bigger than Canada, a G8 member). It is the world’s seventh-biggest foreign investor. It has two of the 20 biggest banks, and it has made a good job of regulating its banking system (see our
special report). Like the United States, Britain and Ireland, Spain has seen a runaway housing boom turn to bust over the past year. Unlike them, none of its banks has yet had to be bailed out. Indeed, Banco Santander has been shovelling up banking roadkill in Britain and the United States.

In the three decades since it emerged from dictatorship Spain has become one of the world’s success stories. It has turned into a robust democracy and a tolerant society. Until recently it was creating one of every three new jobs in the euro area. But too many of those jobs involved building more than a third of all the new houses started each year in the euro zone. The housing bust at home, as much as the financial turmoil abroad, has sent Spain skidding towards recession. For an economy that has been growing at close to 4% a year for a decade, this is a painful experience. Already this year unemployment has shot up by 750,000 to 2.8m, or 12.3% of the workforce.
After initially downplaying it, Mr Zapatero has responded reasonably effectively to the slowdown. The government has announced measures to inject liquidity; the unemployed will be able to postpone part of their mortgage payments. But the test will be whether the prime minister takes the steps needed to make the recession as short and mild as possible. These include structural reforms, especially of the labour market, to address Spain’s growing loss of competitiveness—it is no longer a cheap place to do business, and its workers are not especially productive. He may also have to claw back money and regulatory power from the regional governments. That is not easy, since the electoral system gives exaggerated weight to Basque and Catalan nationalists. Like some of its predecessors, the government is dependent on their support to pass its budget. And as foreign investment heads elsewhere, Mr Zapatero needs to sell his country more aggressively abroad.
In contrasting ways both of his predecessors, Felipe González and José María Aznar, carved out a role for Spain as an important actor in Europe and as a bridge to the Americas. History may judge that Mr Zapatero was right to oppose the war in Iraq. But under him and his foreign minister, Miguel Angel Moratinos, Spain’s foreign policy has resembled the pleadings of an NGO rather than the cool-headed pursuit of national interest by a country which wants to be treated as a world leader. In his first term, Mr Zapatero’s main initiative was a worthy but nebulous “Alliance of Civilisations”. In his second term he has set as a goal the worldwide abolition of the death penalty.
Mr Zapatero has proved himself a skilled political tactician. But he has shown no willingness to lead his Socialist Party out of its politically correct comfort zone. If Spain’s remarkable success is not now to be followed by stagnation and limited international relevance, he will have to do so.

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