sábado, 22 de noviembre de 2008

Fragmentos de "La llama", tercera parte de "La forja de un rebelde".


Descripciones de Arturo Barea de la retaguardia republicana en el Madrid sitiado (1936):
"-Lo siento mucho, pero no os puedo dar lo que pedís. Y a propósito, ¿para quién es todo esto?
-Puedes mirar el sello: para las Milicias Anarquistas del Círculo de Bellas Artes...
¿Qué quieres tú decir, que no nos vas a dar lo que pedimos? Bueno, eso es una broma.
-No hay bromas, compañeros. Un vale así yo no lo acepto como no lo autorice el Ministerio de la Guerra.
-Está bien. Entonces, vente con nosotros. El que en aquellos días le llevaran a uno al círculo de Bellas Artes suponía correr el riesgo de amanecer a la mañana siguiente en la Casa de Campo con un tiro en la nuca".

Las paredes de Madrid estaban cubiertas de carteles: "¡Afíliate a la CNT!" "¡Ingresa en el Partido Comunista!" ""¡Incorpórate al POUM!".
Los republicanos, simplemente, no figuraban para nadie.

El orgullo de cada Partido parecía mucho más fuerte que el sentimiento de defensa común. La victoria de un batallón anarquista se restregaba en la cara de los comunistas y la victoria de una unidad comunista se lamentaba y desvirtuaba por los otros.

"-Vámonos a Mataderos, a ver a los que han liquidado esta noche.
Al principio me negué a ir, pero de pronto accedí. Era más fácil...
[]...Las ejecuciones habían atraído mucho más público del que yo hubiera imaginado. Había familias enteras con sus chicos, excitados aún y llenos de sueño. Milicianos cogidos del brazo de muchachas, nivias o mujeres, y bandadas de chiquillos...
[]...Los cadáveres yacían entre los arbolillos.
Los curiosos iban de uno a otro y hacían observaciones humorísticas; un comentario piadoso hubiera provocado sospechas. Había esperado los cadáveres, y su vista no me impresionó. Había unos veinte, ninguno profanado. Había visto cosas peores en Marruecos y el día antes. Pero me impresionó terriblemente la brutalidad colectiva y la cobardía de los espectadores.
Llegaron los camiones de la limpieza del Ayuntamiento de Madrid, que venían a recoger los cuerpos. Uno de los chóferes dijo:
-Ahora vamos a regar esto y lo vamos a dejar como la patena para el baile de esta noche.
-Se echó a reír, pero sonaba a miedo".

"Aquella misma mañana, hacia las once, vino a verme a la oficina una mujer de mediana edad, enlutada. Venía llorosa y agitada:
-Soy la hermana de don Pedro. Le han arrestado esta mañana. He venido a verle a usted porque me ha dicho que tratara de verle si le pasaba algo...No sé dónde le han llevado. Lo único que sé es que los hombres que vinieron por él eran comunistas y se lo llevaron en un coche. Me fui a ver a Antonio y le expliqué el caso.
Me dijo:
-Si yo estuviera en tu pellejo no me metería en ese asunto. Por lo que tú me cuentas es un derechista, y todo el mundo lo sabe. Así que ni Dios le puede ayudar...
[]...Encontramos en qué tribunal estaba don Pedro y nos fuimos allí juntos. Nos dejaron ver la denuncia.
Quien la hubiera escrito conocía el Ministerio bien; describía en gran detalle cómo don Pedro había obrado el día del asesinato de Calvo Sotelo, explicaba su religiosidad y que tenía una capilla en su casa, y terminaba afirmando que allí había un cura escondido. Después agregaba como una posdata que era un hombre rico y que poseía una colección de monedas que valía mucho dinero.
-Como ves, camarada, no hay nada que hacer. Todo esto es verdad -me dijo el que me había enseñado los papeles-. Mañana le damos el "paseo".

"Ya sabéis que yo estoy en contra de las denuncias anónimas. Si alguien tiene algo que denunciar, que se presente y que lo diga cara a cara.
Y no lo que estamos haciendo es matando gente que no ha hecho nada o que son simplemente unos beatos o unos idiotas."

"Tú te das cuenta de que te podemos dar el "paseo" por dar dinero a la CEDA".

"¿Usted no conoce la historia? Pues todo Madrid la conoce ya. En Tarancón, los anarquistas estaban esperando al Gobierno y a todos los peces gordos que se escaparon la otra noche, y querían fusilarlos a todos. El único que tuvo redaños para enfrentarse con ellos fue nuestro propio ministro, don Julio, pero los hubo que se escaparon sin ponerse más que el pijama y yo creo que alguno hasta se ensució en él".

“Se ha corrido una historia: que la Policía os había detenido porque os habíais apoderado del coche; y que desde luego ninguno de ellos creía que ibais a volver a Madrid. Ahora Rosario está llamando a Valencia para contarles que estáis de vuelta, y ya veréis: no van a dejar a los periodistas que te hablen, y mucho menos a ILSA”.

“Me presenté a Miaja. Reanudaríamos nuestro trabajo con la radio, pero ya habíamos dejado de ser empleados del Ministerio de Estado. Le conté la historia del coche, del que habían querido hacer una trampa par cazarnos. Miaja gruñó enérgicamente; le asqueaba todo aquel lío. Tenía que tener mucho cuidado, porque estos fulanos de Valencia son capaces de todo”.

-“Nosotros, los de Madrid, no somos para ellos más que una mierda, muchacho”.

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