LA cuestión de la lengua en Cataluña vuelve una y otra vez (…): una doble ofensiva -ideológica y política- del nacionalismo lingüístico catalán. La ofensiva ideológica gira alrededor de la idea de lengua propia.
En efecto, para el nacionalismo catalán de derecha e izquierda en Cataluña hay una, y sólo una, lengua propia: el catalán.
¿El castellano que usa habitualmente la mitad de los ciudadanos? Hay que suponer que se trata de una lengua impropia.
El asunto -más allá de la discusión sobre la extraña idea de lengua propia- resulta preocupante porque el nacionalismo catalán, amparándose en la idea de lengua propia, impulsa el fundamentalismo y el monolingüismo.
Impulsa el fundamentalismo, porque afirma que la lengua catalana constituye la esencia del ser catalán -Pasqual Maragall en la Feria del Libro de Guadalajara 2004: «La lengua catalana es el ADN de Cataluña»- al tiempo que identifica lealtad lingüística catalana con lealtad nacional catalana.
O lo que es lo mismo, la lengua castellana -que se habla en Cataluña desde hace siglos- es percibida como una lengua ajena, una lengua extraña, una lengua extranjera propia de un país ajeno, extraño y extranjero llamado España.
El nacionalismo catalán impulsa el monolingüismo porque, amparándose como decíamos en la idea de lengua propia, planea convertir -para empezar- el catalán en la única lengua de la Administración catalana.
Esto es, de la función pública en general y de la escuela, la sanidad, la justicia, los medios de comunicación públicos y la política en particular. Y el objetivo se está consiguiendo: en Cataluña, el castellano está marginado -a veces, excluido- en la escuela, en los medios de comunicación públicos, en las ventanillas de la Administración, y en la actividad política oficial. ¿El uso de la lengua castellana? El signo de una preocupante y peligrosa desnacionalización que se debe corregir. Y con la excusa de que el uso del castellano es sinónimo de uniformidad, con la excusa de que la lengua catalana puede desaparecer, se lleva a cabo una política lingüística que impulsa la uniformidad en lengua catalana y la marginación o exclusión del castellano.
Durante más de veinte años -práctica que se ha acentuado en los últimos meses, con la llegada del tripartito al poder-, la Generalitat de Cataluña lleva promoviendo de forma sistemática una ofensiva política de normalización e inmersión lingüísticas -en catalán, por supuesto- cuyo objetivo no es -como se afirma- la extensión del conocimiento del catalán entre los ciudadanos y los estudiantes, sino la sustitución del uso del castellano por el del catalán. Es así como se aprueba una ley que obliga -bajo sanción económica: señores, ahí tienen el primer impuesto lingüístico del mundo- a que los establecimientos privados de atención al público estén rotulados al menos en catalán.
Es así como se ha constituido recientemente una Oficina de Garantías Lingüísticas que por medio de una denominada «Hoja de queja o denuncia» invita a que el ciudadano delate -la «Hoja» pide el objeto de la queja o denuncia, el día y hora de los hechos, el nombre y dirección de la empresa denunciada, los hechos, y la «Petición de la persona que rellena este formulario»- a aquellas empresas que no usan el catalán. Es así como las denuncias por no utilizar el catalán fueron 505 en 2002, 783 en 2003, 797 en 2004, y 920 en el primer semestre de 2005.
Es así como la Generalitat de Cataluña incumple una resolución del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que insta a que en las hojas de inscripción escolar aparezcan dos casillas -una para la enseñanza en catalán y otra para la enseñanza en castellano: actualmente sólo aparece la del catalán- para que los padres puedan marcar la cruz donde deseen.
Es así como las nuevas migraciones son sumergidas únicamente en la lengua catalana en las llamadas «Aulas de acogida». Es así como en el pleno del 16 de febrero de este año los miembros del Parlamento de Cataluña -excepción hecha del grupo popular- se ausentan del hemiciclo cuando un diputado se atreve a cuestionar la política lingüística de la Generalitat. Es así como los diputados huidos -menudo nivel de democracia, tolerancia y discusión, el de la Cámara catalana- tildan al interpelante -un tal López, por cierto- de «indigno», «provocador», «mentiroso» y «manipulador».
Es así como el Parlamento de Cataluña da otra vuelta de tuerca y refuerza la inmersión lingüística acompañándola de una serie de medidas económicas que aseguren la viabilidad del Consorcio para la Normalización Lingüística. Es así, en fin, como el cuatripartito parece haber conseguido que el Gobierno de Rodríguez Zapatero dé el visto bueno a un proyecto de nuevo Estatuto de Cataluña que exige el conocimiento -adiós a la libertad fundamental de circulación- del catalán para los funcionarios públicos.
¿Qué hacer con la cuestión de la lengua en Cataluña?.
¿Qué alternativa al monolingüismo excluyente por decreto del nacionalismo lingüístico catalán? Por ejemplo: deconstruir la dicotomía lengua propia versus lengua impropia, que sólo busca levantar fronteras identitarias o «nacionales», en beneficio del concepto de lengua común; asumir que una parte muy importante de la cultura catalana-española, o española-catalana, se ha construido y desarrollado en Cataluña y en lengua castellana; afirmar la libertad individual de uso lingüístico y reconocer que el ciudadano tiene derecho a utilizar la lengua que le convenga, plazca o interese; modificar la legislación vigente para que sea el hablante quien escoja la lengua y no al revés. En definitiva, en Cataluña no se debe imponer, ni restringir, ni marginar, ni excluir, ni penalizar ningún uso lingüístico. Y eso, en la convicción de que el bilingüismo no es un problema que resolver, sino una riqueza que conservar. Miguel Porta Perales.
En efecto, para el nacionalismo catalán de derecha e izquierda en Cataluña hay una, y sólo una, lengua propia: el catalán.
¿El castellano que usa habitualmente la mitad de los ciudadanos? Hay que suponer que se trata de una lengua impropia.
El asunto -más allá de la discusión sobre la extraña idea de lengua propia- resulta preocupante porque el nacionalismo catalán, amparándose en la idea de lengua propia, impulsa el fundamentalismo y el monolingüismo.
Impulsa el fundamentalismo, porque afirma que la lengua catalana constituye la esencia del ser catalán -Pasqual Maragall en la Feria del Libro de Guadalajara 2004: «La lengua catalana es el ADN de Cataluña»- al tiempo que identifica lealtad lingüística catalana con lealtad nacional catalana.
O lo que es lo mismo, la lengua castellana -que se habla en Cataluña desde hace siglos- es percibida como una lengua ajena, una lengua extraña, una lengua extranjera propia de un país ajeno, extraño y extranjero llamado España.
El nacionalismo catalán impulsa el monolingüismo porque, amparándose como decíamos en la idea de lengua propia, planea convertir -para empezar- el catalán en la única lengua de la Administración catalana.
Esto es, de la función pública en general y de la escuela, la sanidad, la justicia, los medios de comunicación públicos y la política en particular. Y el objetivo se está consiguiendo: en Cataluña, el castellano está marginado -a veces, excluido- en la escuela, en los medios de comunicación públicos, en las ventanillas de la Administración, y en la actividad política oficial. ¿El uso de la lengua castellana? El signo de una preocupante y peligrosa desnacionalización que se debe corregir. Y con la excusa de que el uso del castellano es sinónimo de uniformidad, con la excusa de que la lengua catalana puede desaparecer, se lleva a cabo una política lingüística que impulsa la uniformidad en lengua catalana y la marginación o exclusión del castellano.
Durante más de veinte años -práctica que se ha acentuado en los últimos meses, con la llegada del tripartito al poder-, la Generalitat de Cataluña lleva promoviendo de forma sistemática una ofensiva política de normalización e inmersión lingüísticas -en catalán, por supuesto- cuyo objetivo no es -como se afirma- la extensión del conocimiento del catalán entre los ciudadanos y los estudiantes, sino la sustitución del uso del castellano por el del catalán. Es así como se aprueba una ley que obliga -bajo sanción económica: señores, ahí tienen el primer impuesto lingüístico del mundo- a que los establecimientos privados de atención al público estén rotulados al menos en catalán.
Es así como se ha constituido recientemente una Oficina de Garantías Lingüísticas que por medio de una denominada «Hoja de queja o denuncia» invita a que el ciudadano delate -la «Hoja» pide el objeto de la queja o denuncia, el día y hora de los hechos, el nombre y dirección de la empresa denunciada, los hechos, y la «Petición de la persona que rellena este formulario»- a aquellas empresas que no usan el catalán. Es así como las denuncias por no utilizar el catalán fueron 505 en 2002, 783 en 2003, 797 en 2004, y 920 en el primer semestre de 2005.
Es así como la Generalitat de Cataluña incumple una resolución del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña que insta a que en las hojas de inscripción escolar aparezcan dos casillas -una para la enseñanza en catalán y otra para la enseñanza en castellano: actualmente sólo aparece la del catalán- para que los padres puedan marcar la cruz donde deseen.
Es así como las nuevas migraciones son sumergidas únicamente en la lengua catalana en las llamadas «Aulas de acogida». Es así como en el pleno del 16 de febrero de este año los miembros del Parlamento de Cataluña -excepción hecha del grupo popular- se ausentan del hemiciclo cuando un diputado se atreve a cuestionar la política lingüística de la Generalitat. Es así como los diputados huidos -menudo nivel de democracia, tolerancia y discusión, el de la Cámara catalana- tildan al interpelante -un tal López, por cierto- de «indigno», «provocador», «mentiroso» y «manipulador».
Es así como el Parlamento de Cataluña da otra vuelta de tuerca y refuerza la inmersión lingüística acompañándola de una serie de medidas económicas que aseguren la viabilidad del Consorcio para la Normalización Lingüística. Es así, en fin, como el cuatripartito parece haber conseguido que el Gobierno de Rodríguez Zapatero dé el visto bueno a un proyecto de nuevo Estatuto de Cataluña que exige el conocimiento -adiós a la libertad fundamental de circulación- del catalán para los funcionarios públicos.
¿Qué hacer con la cuestión de la lengua en Cataluña?.
¿Qué alternativa al monolingüismo excluyente por decreto del nacionalismo lingüístico catalán? Por ejemplo: deconstruir la dicotomía lengua propia versus lengua impropia, que sólo busca levantar fronteras identitarias o «nacionales», en beneficio del concepto de lengua común; asumir que una parte muy importante de la cultura catalana-española, o española-catalana, se ha construido y desarrollado en Cataluña y en lengua castellana; afirmar la libertad individual de uso lingüístico y reconocer que el ciudadano tiene derecho a utilizar la lengua que le convenga, plazca o interese; modificar la legislación vigente para que sea el hablante quien escoja la lengua y no al revés. En definitiva, en Cataluña no se debe imponer, ni restringir, ni marginar, ni excluir, ni penalizar ningún uso lingüístico. Y eso, en la convicción de que el bilingüismo no es un problema que resolver, sino una riqueza que conservar. Miguel Porta Perales.
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