viernes, 28 de noviembre de 2008

Las Confidencias de Carmen Franco (I)


Después de guardar silencio durante décadas, a sus 82 años Carmen Franco ha confiado a los historiadores Jesús Palacios y Stanley G. Payne los recuerdos que guarda de su padre y de la época convulsa que le tocó vivir.

Un testimonio único de la persona que más cerca estuvo del dictador y que los autores han recogido en 'Franco, mi padre', editado por La Esfera de los Libros y que mañana sale a la venta.

Francia, a los pies de Hitler«Papá tenía mucho afán en terminar la Guerra Civil antes de que empezara la Gran Guerra, que creía que era inevitable. Estaba convencido de que era inevitable la guerra entre Alemania y Francia». [...]
El 1 de septiembre de 1939 comenzaría la Segunda Guerra Mundial, un acontecimiento que, naturalmente, no sorprendió en la casa de los Franco: «Mi padre tenía la seguridad de que iba a ocurrir un poquito antes, un poquito, de manera que eso no le sorprendió mucho, pero recuerdo que la rapidez con que los alemanes entraron en Francia, la rapidez de esa guerra en la que tomaron Francia en muy poco tiempo sí le tenía preocupado». [...]
Entre otros militares franceses, su padre estimó mucho al mariscal Pétain, el héroe de Verdún: «El general Pétain estuvo de embajador de Francia aquí, en España, y tenía mucha relación con mi padre. Cuando se produjo la derrota de los franceses en la Guerra Mundial, él se fue a despedir de mi padre y papá le dijo: 'Pero, mi general, ¿por qué va usted a coger ahora el mando de Francia? Usted ha sido siempre el héroe de Verdún, de la anterior guerra, ¿por qué ahora? Que sean ellos mismos, los que han perdido la guerra, los que pacten con los alemanes'. Y dijo él: 'No, no, es el último servicio que me han pedido por Francia y yo tengo que hacerlo'. Papá quería mucho a Pétain, pero encontraba que hacer él este papelón que hizo era duro».
Papá viaja a Hendaya
«Cuando mi padre se fue a ver a Hitler dejó a tres personas por si lo secuestraban, porque cuando fue allí nunca se sabía lo que podía pasar, te podían secuestrar, y entonces dejó a tres personas el mando en una carta. Y una de las personas era el general Muñoz Grandes. Las otras dos ya no me acuerdo quiénes eran... Sí, fue con motivo del encuentro en Hendaya. En ese momento ya puso a Muñoz Grandes como uno de un triunvirato».
Es llamativo el comentario de la duquesa: Franco valoró la posibilidad de ser secuestrado por Hitler. «Era una eventualidad que se le ocurrió que también podía ocurrir. Tienes que ponerte en todo, en todo lo que pueda pasar». Los temores del Caudillo recuerdan lo sucedido en los encuentros de Carlos IV y Napoleón. «Sí, puede que sea así, que te acuerdes un poco de la Historia y de las personas. En aquel momento Hitler era poderosísimo. Había pasado con sus carros de combate por Francia y no había habido ninguna resistencia, entonces podía pensar: 'A este militar pesado español lo quito de en medio y así convenzo a los otros mejor'. Eso puede ser. Mi padre iba un poco con esa idea, por eso le digo que papá a Muñoz Grandes lo quería mucho». [...]
«A la conferencia de Hendaya, mi madre y yo no fuimos. Mi padre se fue a San Sebastián, pasó dos noches en el Palacio de Ayete, donde íbamos en verano, y luego se fue en tren [a entrevistarse con Hitler], pero mi padre no quiso que mi madre y yo [fuésemos con él] y nos quedamos en El Pardo. Entonces mi madre decidió que había que rezar muchísimo, porque era una cosa muy importante a la que iba a ir mi padre. Mi madre tuvo el Santísimo expuesto. Nunca antes lo estuvo». [...]
«Una cosa que dicen es que llegó tarde. Llegó tarde no porque papá quisiera llegar tarde, sino porque estaban fatal nuestras líneas férreas, muy abandonadas durante mucho tiempo, y el tren tenía que ir despacísimo, mucho más despacio de lo que se decía. Mi padre era muy puntual; como era militar, era muy puntual. Luego dijeron que si era para poner nervioso a Hitler, pero no. Mi padre hubiera querido llegar a tiempo».
Cuenta Carmen que, sobre la personalidad del Führer, Franco tenía su propia opinión: «Ahí discrepaba con Serrano Suñer, con su cuñado, que llevaba la cosa de Asuntos Exteriores. A mi padre le pareció muy diferente, muy diferente a los otros... Cuando hablaron no hubo la cordialidad que había, por ejemplo, más tarde, cuando estuvo con Mussolini».

El dictador y la II Guerra Mundial
La Guerra Civil había terminado, pero se vivían años muy duros, de gran incertidumbre. En la Guerra Mundial podía estar jugándose el destino de España y del régimen de Franco. Este procuraba no exteriorizar tensión ni nerviosismo alguno. «No se le notaba nunca nada. Era muy pausado y nunca se le notaba que estuviera preocupado, porque como hablaba poco... Con mi madre ya era diferente, porque mi madre sí estaba muy unida a él, pero yo estaba un poco como una cosa aparte». Pese a esa hierática actitud, algo comentó alguna vez, delante de su hija, sobre la marcha de la guerra. «Algunas veces hablaba, por ejemplo, en el sentido de la equivocación de Alemania al tomar Polonia... Quizás por ser un país católico... Sí, porque le iban a responder lo mismo la Unión Soviética que Inglaterra. Todavía todas esas cosas que Alemania tenía con Francia, de unas franjas de tierra, pues sí, pero Polonia para papá era una nación... Y de la invasión de Polonia siempre dijo que fue un gran error. Lo dijo en aquel momento. Y eso también le chocó a mi madre». [...]
Sobre el envío a Rusia de la División Azul, su padre sería más explícito: «Había bastante gente que opinaba que Alemania nos había ayudado y que nosotros no le habíamos correspondido a esa ayuda que nos había prestado. Mi padre lo que era de verdad es anticomunista, y cuando Alemania se enfrentó a Rusia le pareció bien mandar a la División Azul, un poco como un gesto, para que vieran que estábamos con ellos. Por otro lado, había mucha gente en el Ejército que cuando la Guerra Civil eran demasiado jóvenes y que tenían ganas de participar en algún combate. Entonces la gente joven era muy especial, ahora no, ahora no se meten en una guerra ni locos, vamos, ni División Azul ni nada [Carmen ríe, al comparar unos tiempos con otros]. En Muñoz Grandes tenía una gran confianza y por eso lo mandó al frente de esas tropas».
América sí, Roosevelt no
Fuera de Europa, su padre mostraba más admiración o aprobación hacia Estados Unidos que hacia otros países. «Admiración o aprobación, no lo sé. Papá, desde luego, decía que (porque siempre había en Europa y en España un poco de antiamericanismo) en la Historia no ha habido un pueblo más generoso que Estados Unidos, porque meterse en una guerra por salvar a Europa y luego todas las ayudas que dieron en el Plan Marshall y todo eso... Yo creo que tenía admiración por Estados Unidos. A Inglaterra también la admiraba bastante, sobre todo a la ciudadanía que tenía, que hacía lo que tenía que hacer y lo que las leyes le marcaban. Eso encontraba que era admirable».
Pero sobre Francia, su opinión había cambiado en la Guerra Civil y ya no era muy favorable. «Porque Francia se había volcado durante la Guerra Civil con el Gobierno republicano y siempre tuvieron poca... A mi padre no le veían con buenos ojos. Y con los años no cambiaría de criterio, yo creo que siguió con esa misma manera de pensar». [...]
De su relación con los aliados, sobre todo con Churchill y Roosevelt, Carmen tiene una idea bastante clara: «Yo creo que con Churchill, a través del duque de Alba, que era el embajador, tenía una relación bastante fluida. Con Roosevelt menos, muy poco. A mi padre le gustaban los americanos, pero Roosevelt no le gustaba nada. Además, la señora Roosevelt era muy pro comunista y eso para él era el bicho más grande. Sí, en aquella época era el comunismo». En cuanto al embajador británico Samuel Hoare, dice que «como era una persona fría, no tuvieron muy buena relación». Y del embajador norteamericano Carlton Hayes, la duquesa de Franco sencillamente no se acuerda.
Sí recuerda, en cambio, que a su padre le preocupaba la grave crisis económica que acompañaba al conflicto mundial y a la posguerra española. «Sí, pero como papá comprendía que él no entendía de eso, siempre se fiaba de las personas que, a su juicio, sabían de eso en España y lo dejaba en sus manos».
Con los silencios y el aparente estoicismo de siempre, debió soportar las fuertes presiones de los aliados, especialmente a partir del año 1944, cuando el signo de la guerra se decantó claramente a su favor: «Sí, quizás porque en ese momento exteriormente es cuando más contrarios estaban a mi padre, y yo creo que sí tenía más preocupación. Pero después no le gustaba hablar sobre ello. Le gustaba hablar mucho de cosas más ligeras, de sus años en Africa, pero de los momentos que él tuvo difíciles en su etapa de esos años, no lo recordaba, no decía nada».

Posguerra en casa
En abril de 1939, Franco estaba empezando a diseñar las aspiraciones de la victoriosa España nacional.
«Yo creo que entonces lo que más le preocupaba era la reconstrucción material de todo lo que se había estropeado y abandonado cuando la guerra. Esa era su gran preocupación». [...] «Mi padre quería poner árboles. Ya entonces era una manía cuando íbamos en coche a San Sebastián o a Galicia en verano. Papá llevaba una libretita roja y, cuando veía los montes pelados, apuntaba dónde era y luego le decía al gobernador: '¿Son de alguien o son montes del Estado?'. Si era eso, decía: 'Pues que planten'». [...]
A medida que cambiaba el signo la suerte de las armas en la Segunda Guerra Mundial, algunos grupos monárquicos creyeron que era el momento de que retornara la Monarquía.
«Durante la Guerra Mundial no hablaba mucho de los monárquicos; hablaba, sí, de que había una fracción de monárquicos que creían que era el momento de traer a don Juan, pero no hablaba mucho de ello y papá no era partidario de que fuera en ese momento». [...]
«Papá, cuando decía una cosa, quería que todo el mundo dijera amén. Y si él veía que la Monarquía en ese momento no era oportuno instaurarla en España, porque faltaban muchas cosas que hacer, y como también don Juan quería la democracia y los partidos políticos, mi padre creía que los españoles se iban a tirar otra vez a degüello si se instauraba la democracia o una Monarquía en ese momento. Estaba muy reciente la guerra y entonces volvían a saltar todos los demonios de un lado y de otro». [...]
«Al final de la Guerra Mundial mi padre quería que se reconstruyera España y que España fuese para arriba. Desde luego que él creía que la supervivencia del régimen era una manera más ordenada de poder hacer las cosas».
Quizás tuviera alguna preocupación por su destino personal. Incluso pudo valorar la posibilidad de abandonar España ante el riesgo de una invasión aliada. «Sí, puede que sí, puede que sí, porque hubo un verano que estábamos juntos -yo los veranos era cuando más vida hacía con mis padres- y estaban vigilando mucho la costa, por la parte de Almería y la parte de Levante, porque pensaban que a lo mejor los aliados podían hacer alguna cosa así».

Evita visita El Pardo
Carmen Franco viviría de forma especial el viaje de Evita Perón a España en junio de 1947. [...] «Era simpática y muy graciosa, pero, claro, muy diferente a como podía ser mi madre. A mí me gustaba, y andaba todo el tiempo por allí, a su lado. Decía que era rubia y todo eso, luego me miraba y comentaba: 'Huy, yo soy más morocha que tú, lo que pasa es que me tiño' [se ríe con ganas]. Sí, lo recuerdo muy bien. Siempre llegaba tarde». [...] «Cuando era la hora de salir todavía no estaba arreglada, no había venido el peluquero ni toda la gente que llevaba para arreglarse. Y mamá le decía: 'Pero, por Dios, Eva, que están esperando'. Y ella, tranquila, decía: 'Ja, que esperen, para algo somos las presidentas'».
Con el tiempo, cuando Perón empezó a tener serios problemas con la Iglesia, su padre le escribió una carta en la que le decía: «Juan Domingo, no olvides que nuestros regímenes son transitorios, mientras que la Iglesia es eterna». Carmen recuerda el incidente: «Cuando Evita vino aquí, luego iba a ver al Santo Padre a Roma. Antes de viajar, le enseñó a mi padre lo que iba a decirle al Santo Padre. Le dio unas cuartillas, a ver qué le parecía, y mi padre se quedó espantado. '¡Qué horror!', le dijo, '¿cómo le va a decir esto al Papa? No, no, dígale lo mismo, pero más suave'. Y mi padre le estuvo corrigiendo lo que ella iba a decir al Santo Padre, porque a Evita el Papa no le producía ninguna emoción».
Parece que Evita también quiso, durante su estancia en Madrid, visitar barrios obreros y hablar con sus habitantes: «Ella quería [visitar esos barrios], tenía mucha ilusión, hablaba bien, era una persona que podía impactar, pero estaba acostumbrada a ponerse demasiado elegante, le gustaban demasiado las joyas -yo tengo un brochecito que me regaló, que era de ella, lo había traído en sus cajas con sus joyas-, y papá le decía: 'Pero, ¿cómo quiere ir a hablar a los obreros con eso?'. Iba con un sombrero todo lleno de plumas y unos renoir, así, por encima. 'No, no', le decía papá, 'póngase un poquito más discreta'. 'Ah, bueno, general, si quiere', le contestaba Evita. La pobre quería ir... Pero Evita estuvo muy satisfecha, se le hizo muchísimo caso y, luego, era una mujer muy simpática y se la veía fuerte».

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