«Igualdad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre. Si antes se dijo ¡basta! a la desigualdad, ahora habría que decírselo a la igualdad injusta»
Por supuesto que toda persona es igual a las demás. Ante el gobierno y el juez, todos los españoles somos iguales en nuestros derechos fundamentales. Y todos tenemos, también, derecho a un trato correcto, sin discriminaciones.
Pero el tema de la igualdad ha sido objeto, a través de la Historia, de mil debates. Por ejemplo, muchos pedían la igualdad económica, hasta dijeron los comunistas que ellos iban a traerla. La verdad, a veces lo que traían era la igualdad en la miseria y la opresión.
Los hombres piden igualdad porque son hombres. Pero difieren individuo a individuo, son desiguales: en estatura, en fuerza física, en dinero, en saberes especializados. No todos valen para todo, lo sabe cualquiera. Y, sin embargo, mil veces se confunde la igualdad general, la que tenemos o merecemos en cuanto que somos hombres, con la igualdad para tal o cual cosa que exige unas condiciones específicas. Hasta la democracia ateniense, que era tan igualitaria, daba por sorteo muchos puestos de gobierno, todos los ciudadanos eran considerados iguales, pero exigía para los cargos económicos y militares saberes específicos. No todos valían para tesorero o general.
Y ahora nosotros, cuando vemos a ministras y ministros pasando tan tranquilos de un Ministerio a otro, nos escandalizamos. Se puede dirigir la sanidad sin saber nada de ella, por ejemplo.
Todavía se respeta un poco a los Ministerios económicos. Poco más. Esto es escandaloso. Y ahora la última moda es la igualdad de mujeres y hombres. Y como seres humanos somos iguales, tenemos los mismos derechos. Pero, respetando esto, quedan factores de desigualdad. A veces esto se reconoce, no hay equipos mixtos de mujeres y hombres, pero a veces no. Pues bien, han inventado un Ministerio de Igualdad que quiere proteger la igualdad de los sexos cuando existe e imponerla cuando no existe.
Sí, el espacio de la igualdad ha crecido. Hay mujeres que son jueces o pilotos de avión competentes. Pero nos quedamos estupefactos al enterarnos de que el tema principal del Ministerio de Igualdad era el aborto. Yo escribí aquí mismo un artículo titulado «El Ministerio de Desigualdad» porque imponía taxativamente la igualdad en aquello en que, indiscutiblemente, mujeres y hombres somos desiguales.
¡Ya que los hombres no paren, pues que tampoco paran las mujeres! Que disfruten igualmente del sexo, pero sin consecuencias. ¿Cómo lograrlo? Muy fácil: anticonceptivos y abortos.
Para que, en el límite, la sociedad no se suicide de ese modo, para que alguien continúe la vida, la solución que queda es la llegada de inmigrantes. Esto no parece importarles a las ideólogas de la igualdad. Viva la vida cómoda, ya arreglarán las cosas los inmigrantes.
Y ahora, si ustedes ven las estadísticas y comparan, por ejemplo, la natalidad en España y en México, se quedarán asustados. En el límite, lo que esas planificadoras planifican es el suicidio de la nación. Y trasladando esto a la Humanidad, final de la Humanidad.
Ese es un ejemplo, llevado al límite de los resultados finales de esas radicales planificadoras. Hasta ahí llega su egoísmo. Ande yo caliente y muérase la gente.
Y así en todo lo demás: rompamos lo que es diferencial. Todos felices, todos y todas sin problema. Los fetos al cementerio. Los fumadores a la calle. Y podremos seguir con otras igualdades. Prohibir el alcohol, por ejemplo. O prohibir un más alto nivel cultural, porque discrimina a los incultos. O simplemente prohibir los libros, como en alguna novela futurista.
Hay como una amenaza latente a toda libertad, a toda diferencia, a todo rasgo personal, innato o adquirido. Hay que borrar las diferencias, las competencias. Y, sin embargo, el contraste entre formas de vida crean estímulo y progreso. Para crecer, mejorar. Por el propio esfuerzo, el propio uso de la libertad.
¿El ideal? Una sociedad estancada y rígida, tiranizada, es lo que nos preparan. Algunos ejemplos hubo, ya saben. Y el hombre se sacudió de encima esos supuestos idealismos o programas políticos, igual que el pollino se sacude las pulgas.
Ahora la nueva idea de esas fanáticas —cada vez más poderosas, cada vez más desprestigiadas ante los hombres y ante las mujeres, pero que tienen cada vez más armas, hasta el Boletín Oficial—: han inventado otra nueva igualdad. A ver si nos agarrotan, nos anulan, nos quitan la libertad cada vez más. Es la igualdad de trato, el convertir a hombres y mujeres en seres inertes, regidos por tópicos. Vigilados, quizá, por un ejército de guardianes, denunciantes, confidentes de los guardias.
¿Quién creerá que así podrían hombres y mujeres vivir, quitando a la vida toda naturalidad, sometidos a una etiqueta estúpida? ¿Es que no va a poder un hombre sonreír a una mujer o una mujer a un hombre? Me decía un afamado novelista, ya imaginan, que daba clase en Universidades norteamericanas, que había que hablar ya mirando al techo, no sea que alguna le acusara a uno de machismo.
En fin, no vamos a ser ya hombres y mujeres individuales, con rasgos personales cada uno. Mejor dicho, no creo que puedan imponer esa tiranía. Si esas llamadas, no sé por qué, feministas, quieren que todo lo más personal quede legislado, van a tener que ponernos a cada uno un vigilante y un vigilante de ese vigilante. ¿Quién guardará a los guardianes, preguntaba ya Juvenal?
Leo en algún sitio que se propone prohibir que los niños tengan escuelas para un solo sexo. ¿Por qué? Primero pidieron integrar a las mujeres, así ha sido luego. Ahora imponen y prohiben como simple tiranía. Prohibir, prohibir, ese es el programa. ¡Qué placer debe producir el prohibir!
Primero, desde la calle, se pide libertad, luego, desde el poder, se lanzan prohibiciones. Han prohibido una enseñanza de calidad, han obligado a todos a pasar por el aro de una enseñanza de mínimos. Primero se pide que entren las mujeres en las clases y en los puestos públicos, en los tribunales. Excelente. Luego, si para entrar en algún puesto o cargo o tribunal el sexo es el criterio: hay hueco para si son posibles menos mujeres que hombres, el sexo es el criterio: si hay tres frente a treinta que entren primero las tres. Eso es lo que llaman discriminación positiva, una de las mayores abominaciones del siglo.
¿Por qué no decidir según los méritos y los conocimientos? Es la política de los cupos. Inhumana, odiada por todos.
Y si antes había la injusticia de que, en un puesto, ganara más un hombre que una mujer, ahora hay la injusticia de que los tribunales impongan a un hombre sentencias más duras que a una mujer. Por el mismo delito.
Por no agravar las cosas, por sentido de la convivencia, callamos, pero nos resulta odioso. Y les resulta odioso, igualmente, a las mujeres, salvo a las fanáticas. Las que han logrado un puesto por sus méritos, se rebelan. ¡Yo no soy de cupo!, dicen. Muy bien dicho.
Igualdad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre.
Si antes se dijo ¡basta! a la desigualdad, ahora habría que decírselo a la igualdad injusta. Está envenenando las relaciones humanas.
¿No habría un partido que tomara esta bandera?.
Igualdad, palabra sacra de los liberales, ahora es la enseña de una nueva tiranía.
Y si es verdad eso que dicen, que se prepara una legislación en que comisiones especiales nombradas por el Gobierno van a juzgar a la gentes sin garantías legales, como cuando la Ley aquella de Defensa de la República, es que, por el tiempo que sea, se acabó la libertad.
FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS ES MIEMBRO DE LAS REALES ACADEMIAS ESPAÑOLA Y DE LA HISTORIA .
martes, 15 de febrero de 2011
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