Es un hecho que los países de la zona euro han movilizado ingentes cantidades de dinero para evitar que la crisis financiera desembocase en una Depresión como la de 1929.
Las cifras son aterradoras: las ayudas comprometidas sólo con el sector financiero suponen un 33 por ciento del PIB de la Unión, a las que hay que añadir los estímulos fiscales que absorben más del 5 por ciento de la riqueza total.
En estas condiciones parece obvio que los países de la zona euro no podrán endeudarse durante bastante tiempo.
Tampoco podrán tirar de gasto público o reducir los impuestos para impulsar el crecimiento, porque el nuevo paquete de gobernanza canoniza el llamado principio de la «política fiscal prudente» que postula que nadie podrá gastar por encima de lo que ingresa y que los que tienen deudas pendientes podrán gastar menos todavía.
La salida no es sencilla: de un lado, algo tenemos que hacer para acercarnos a los países que crecen más que nosotros; de otro, no podemos endeudarnos, tampoco tirar del gasto público, ni bajar impuestos para impulsar la economía.
Situación preocupante porque tanto los países emergentes, como los Estados Unidos y Japón, están creciendo más deprisa que nosotros. Como dice el conocido escritor Walter Laqueur:
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