sábado, 12 de febrero de 2011

A Dios y adiós

01/02/2011

Ésta es la última columna de Corazón sin Coraza.
La escribe mi hijo al dictado de mis emociones. Yo he de partir hacia un destino soñado: el del reencuentro con mis dos hijas, Miriám y Esther, y el amor de mi vida, Conchita. Ante eso ya no hay crisis, ni dislates políticos, disparates legislativos, incongruencias administrativas o francachelas mundanas que me retengan.
Me voy en paz con la vida, pues las satisfacciones y las alegrías pueden más que los embates del dolor, la incomprensión y las difíciles experiencias que ésta me ha deparado.
Creo honestamente que he sido consecuente con mis ideas y en todo momento sincero con mis lectores, a los que he ofrecido mi punto de vista sin otra pretensión que llevarles a la reflexión y ayudarles a decidir por sí mismos. He callado lo que pensaba que debía callar; y he dicho lo que creía que había que contar, siempre en posesión de información y nunca desde la especulación. La opinión debe construirse desde el conocimiento de los hechos comprobados y no de la rumorología y los cotilleos de salón. Y ello ha constituido siempre la base de mi independencia profesional, que creo haber mantenido hasta el final a pesar del excesivo coste personal que en ocasiones me he visto obligado a pagar.
Sé que en estos días se dirán muchas cosas de mí. Unas buenas y otras malas. No me preocupa. Nunca me ha preocupado. Siempre he pensado que es mejor no hacer caso, antes que iluminar a los ignorantes con la verdad. Allá ellos.
Me quedo con lo mejor, con la familia y los amigos, a los que tengo verdadera devoción. Porque, créanme, es lo que realmente merece la pena en la vida: el amor de los tuyos. Éste es el equipaje con el que emprendo mi último viaje hacia el reencuentro ya anunciado, embarcado en la fe de lo que me voy a encontrar. Lo único que siento es no poder volver a ocupar este espacio para contarles mi experiencia. No me queda otra que despedirme con un simple y entrañable A Dios.
Ismael Medina, Periodista. En el Diario de Burgos.

España cainita.
En España ningún tiempo pasado fue mejor, pero quizá fueron mejores quienes nos precedieron.
A diario, con recalcitrante crueldad, media España se dedica a machacar a la otra media. O, cuando menos, a ignorarla.
Tan negativa circunstancia tiende a su límite cuando se trata de escritores y periodistas que, durante la Guerra Civil, o después de ella, personificaron la esencia de los dos bandos. Algunos, como el magistral Manuel Chaves Nogales, consiguió ser denostado por la izquierda y la derecha simultáneamente; pero lo común era el desprecio y, de esa manera, unos por «rojos» y otros por «fascistas» pasaron a la noche del olvido.
Es sorprendente, aquí y ahora, la ignorancia que tienen los menores de sesenta años sobre las grandes plumas beligerantes en los treinta y los cuarenta. Ninguna de las dos negras formas de hemiplejía nacional ha querido, o sabido, valorar a la otra.
La Falange y su entorno supo germinar grandes escritores, desde Agustín de Foxá a Eugenio D'Ors, cuyos nombres siguen proscritos. Pocos, como César González Ruano consiguieron superar los estigmas de su clasificación previa gracias a su perseverancia productiva. González Ruano murió en diciembre de 1965 y el día de su muerte apareció aquí, en ABC, su último artículo, en el que nos enseñó que «morir no es sino perder la costumbre de seguir viviendo». Mientras la perdía, con su propia mano y su estilográfica de siempre, hilvanó las palabras de la colaboración que, pieza a pieza, le permitía ir tirando en lo económico y haciendo piruetas con las ideas.
Hace solo unos días se ha despedido de nosotros Ismael Medina, otro de los grandes de la pluma azul. Digo bien, se ha despedido porque cuando sintió llegar la hora le dictó a uno de sus hijos la última columna para su sección, «Corazón sin corazón», en El Correo de Burgos. Es un preciso y didáctico testamento profesional: «La opinión debe construirse desde el conocimiento de los hechos comprobados y no de la rumorología y los cotilleos de salón». En España ningún tiempo pasado fue mejor y a la vista están los resultados, pero quizá fueron mejores, más cabales y comprometidos, quienes nos precedieron, quienes desde las dos —¿inamovibles?— Españas, limpiaron mucha de la mugre del pasado para que hoy pueda ponerse en pie una España, renqueante y empobrecida, mejor que su precedente. La reflexión sobre ese pasado que se trata de ignorar por unos y revindicar por otros, dos formas de insensatez, puede ayudarnos a construir el futuro que, sin contumacia cainita, será rotundamente mejor.
(Escribo esta líneas en memoria de Jaime Campmany, que me predicó esas ideas, ganó un Cavia por su necrológica de César y era amigo de Medina).- Manuel Martín Ferrand.

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