El ex general condenado por el 23-F contesta a las preguntas de ABC sobre el golpe de Estado de 1981
JOSÉ JOAQUÍN IRIARTE / MADRID
Alfonso Armada, el sábado 19 de febrero, junto a su domicilio de Madrid Tiene 91 años. Los cumplió el pasado domingo con una reunión en su casa de Madrid, rodeado de su multitudinaria familia de la que se siente muy orgulloso. Tiene diez hijos (dos de ellos sacerdotes), veinticinco nietos y catorce bisnietos. Se nota que su familia le rejuvenece. Tiene la mente lúcida. Armada conserva el mismo timbre de voz de siempre, algo aflautado. Ha tenido algún contratiempo con su salud. Ahora le molesta especialmente una mácula degenerativa en un ojo que le impide leer los periódicos y disfrutar del cultivo de camelias en el pazo de su propiedad. Se ha convertido en un experto en la producción de esta delicada flor que exige cuidados especiales. Sobre todo, protección. La camelia no aguanta, se agosta, con los rayos directos del sol...
—Hagamos la luz, si le parece, sobre el 23-F…
—Yo le puedo hablar todo lo que quiera de mí, pero nada de los demás. Me puede preguntar lo que quiera y yo le responderé si lo sé, pero de otras personas no me diga nada.
—¿Ni siquiera de una de las hipótesis que más se ha impuesto, la de que el 23-F usted, a la vista de la difícil situación que atravesábamos, quiso poner en marcha la llamada «Operación De Gaulle», un «golpe blando», por contraste con el de Tejero, y que lo conocía toda la clase política, incluido el PSOE?.
—Son majaderías y fabulaciones de mentes calenturientas. Me hacen reír cuando las leo. No tienen ni pies ni cabeza.
—¿No quiso proponerse usted en el Congreso de los Diputados como presidente de un gobierno en el que fuera vicepresidente Felipe González, y compuesto por ministros de todo el arco parlamentario, excluidos los nacionalistas?.
—Categóricamente le digo: ¡No! Lo sabe el que era jefe de la oposición, Felipe González.
—Entonces, ¿a qué fue usted de madrugada al Congreso?.
—A intentar que acabara el secuestro, obedeciendo órdenes de mi jefe inmediato, el teniente general Gabeiras. Yo, como sabe, era segundo jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra. Gabeiras y yo hicimos una gestión…
—¿Le dijo usted a Tejero que quería formar un Gobierno de salvación para resolver la crisis?.
—Nada de nada. Yo fui a liberar a los diputados. Lo que le dije a Tejero en el Congreso era que teníamos un avión preparado para que saliera de España.
—¿Y el «Pacto del Capó»?.
—Yo lo firmé. Sí, había que hacerlo para que acabara aquella situación.
—Tantos libros que se han publicado en los que aparece usted como el artífice de una operación destinada a subvertir el orden constitucional...
—Ninguno de los autores se ha tomado la molestia de preguntarme sobre las cosas que se han escrito...
—¿Por qué fracasó el golpe?.
—Porque nadie lo apoyó.
—¿No es menos cierto que el golpe lo paró la radio?.
—Mandamos que retiraran las dotaciones policiales en TVE y en Radio Nacional.
—Pero en ningún momento estuvo controlada la Ser, que informó libremente durante toda la noche.
(Armada cree que ya ha hablado lo suficiente. Amaga un final a la conversación como si estuviera todo dicho).
—Suárez dimitió el 29 de enero… ¿No habló de todo ello con alguna personalidad del Gobierno?.
—Sí, con el general Gutiérrez Mellado. Hablamos de la situación diez días antes, el 13 de febrero..
—Me da la impresión de que se va a llevar a la tumba el secreto mejor guardado de nuestra historia reciente...
—No lo crea.
Sin ningún signo de cansancio —tiene un vigor inusual este hombre nonagenario— da señales, sin embargo, de que no desea continuar. Parece que, a manera de resumen, quiere transmitir un mensaje rotundo y metabolizado:
—Yo obedecí y ejecuté.
—En estos treinta años, no ha acudido nunca al Palacio de la Zarzuela. ¿El Rey se interesa por usted?.
—No sé si se interesa.
—¿La denominada «Operación De Gaulle» fue, entonces, una invención?.
—No sé a quién se le pudo ocurrir tamaña tontería. Sólo los inocentes o los que no entienden nada pueden creer esa versión.
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