lunes, 28 de febrero de 2011
Anatomía de un fracaso
A su diferencial negativo de desempleo y renta, Andalucía ha añadido la corrupción, el clientelismo y la dependencia.
De aquella esperanza a este desencanto han pasado 31 años de incuria.
Aquel 28 de febrero de 1980, cuando una sacudida de rabia y de agravio quebró en Andalucía el modelo de una España de dos velocidades, la autonomía era un sueño de igualdad solidaria en el que los andaluces veían una salida al subdesarrollo.
Rara vez este pueblo se ha comportado con tanta fe en sí mismo, con tanto optimismo histórico; aquel ramalazo de determinación rebelde cambió el proyecto de convertir la nación en un Estado confederal disimulado.
Tres décadas después, aunque la inversión de decenas de miles de millones de pesetas y euros —procedentes de fondos comunitarios y transferencias de renta interna— ha corregido parcialmente los desequilibrios de partida, Andalucía sigue muy por debajo de la media de crecimiento española y europea.
El fracaso del régimen autonómico es patente en su falta de influencia en el concierto nacional y en las preocupantes tasas de desigualdad que continúan dominando su horizonte social y económico; y a su diferencial negativo de desempleo, riqueza, educación y productividad ha añadido inquietantes señas de identidad que amenazan con convertirse en un nuevo estereotipo: la corrupción, el clientelismo y la dependencia.
El escándalo clientelar de los EREs ensombrece la autocomplaciente fiesta oficial que conmemora aquel referéndum decisivo. La autonomía apenas es hoy para los andaluces una inmensa máquina de poder al servicio de la hegemonía de un monocultivo político.
El recién descubierto método de fraude masivo en los fondos de desempleo retrata el sistema de trustsocial con que la Junta y el PSOE han establecido su longeva supremacía: un procedimiento de compra de voluntades mediante el manejo opaco de fondos públicos distribuidos a discreción con criterios de estricta complicidad y sumisión al padrinazgo partidista.
Sindicatos, asociaciones, patronales, y hasta cofradías; el mundo universitario y cultural, la vida laboral y cualquier forma de sociedad civil han sido anestesiados a través de un complejo tejido de subvenciones y ayudas que ha diluido toda energía de regeneración, emancipación o independencia.
La dureza de la recesión ha provocado, empero, un sentimiento generalizado de frustración que el régimen ya no puede paliar por falta de recursos con que sostener su derrama.
Al pairo de esa amarga decepción se incuba un visible cansancio que ha cuarteado la estructura institucional y proyecta en los sondeos de opinión pública un creciente deseo de cambio.
Anclada en un marasmo sesteante que presagia el severo retroceso de los precarios standardsde bienestar relativo logrados por la ahora rota cohesión autonómica, Andalucía se enfrenta a un período crucial en el que la voluntad de ganar el futuro colisiona con la inercia de un monopolio de poder en estado terminal que se resiste al desmoronamiento con estertores de paquidermo herido. Ignacio Camacho.
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