lunes, 21 de febrero de 2011

"El Rey me puso en alerta: '¡Cuidado con Armada!"

JOSÉ LUIS BARBERÍA. El País.
Largamente esperado por los investigadores y estudiosos del 23-F, Francisco Laína, el hombre que ejerció de presidente en funciones durante las 18 interminables horas de ocupación del Congreso de los Diputados, accede finalmente a aportar su testimonio sobre aquellos hechos.
Lo hace para EL PAÍS, preocupado por la germinación, en los últimos años, de versiones fantasiosas, erróneas o deliberadamente falsas sobre el 23-F, y consciente de que el tiempo está acabando con los protagonistas y testigos principales de la intentona golpista. De hecho, él es, junto al Rey y Adolfo Suárez, aquejado de alzhéimer, el único superviviente de la Junta de Defensa Nacional que, una vez finalizado el secuestro de los diputados y del Gobierno, se reunió en La Zarzuela la tarde del 24-F para abordar la crisis.

"En el informe policial se indicaba que el Rey no se recataba en criticar a Suárez y planteaba la conveniencia de un relevo".
"Existió una trama civil: excombatientes, falangistas, algunos empresarios. No tengo pruebas sobre el Cesid".
"Al escuchar la cinta, al Rey se le humedecieron los ojos. Vi cómo le caían dos lágrimas por las mejillas".
"Hay bulos que llevan 30 años por ahí. Que si la Reina quería una junta militar... que si hay cientos de grabaciones..."
"Cuando hablé con Tejero, me dijo que solo obedecía órdenes de Milans del Boch y de Armada, y me colgó el teléfono".
"A Aramburu Topete le pregunté si podía contar con la Guardia Civil. Dijo: 'Conmigo sí pero no sé si obedecerán mis órdenes".
"El general Armada me indicó que el Rey se había equivocado, y que su mensaje iba a dividir al Ejército ".
"Mi impresión es que Armada les engañó a todos: convenció e implicó a Milans y utilizó al Rey"


Licenciado en Derecho, técnico de la Administración Civil del Estado y ex gobernador civil de León, Las Palmas y Zaragoza, Francisco Laína (18 de mayo de 1936, La Carrera, Ávila) abandonó su puesto de director de Seguridad del Estado y la política activa en 1982, pero se mantiene al tanto de la actualidad y sigue con particular interés la evolución del problema terrorista en el País Vasco, su otro viejo caballo de batalla.
Sobre la mesa de la sala de estar en su casa de Ávila descansa para la ocasión, subrayado y salpicado de anotaciones, el libro El enigma del elefante, editado hace 20 años por El País-Aguilar.
Dice que está escribiendo un libro en el que narra únicamente los acontecimientos de aquellas fechas que él vivió en primera persona y sobre los hechos de los que dispone de pruebas fehacientes.
Ágil de movimientos y con una planta física que parece desmentir su edad, Laína ha cerrado las puertas de la habitación y ya no cogerá los teléfonos en las horas siguientes. No quiere interrupciones mientras desgrana su "verdad" del 23-F, un relato rico en novedades y altamente provechoso que permite hacerse una idea cabal de lo acontecido ese día. Lo que sigue es un anticipo sincopado de su libro y también la respuesta cumplida a la petición de entrevista que este periódico le formuló hace exactamente dos décadas.

A propósito de la atmósfera reinante en los meses precedentes a la intentona golpista: atentados un día sí y otro también, crisis económica, agitación e intoxicación desde los medios "ultras", división interna en la UCD gobernante, dura confrontación política..., el exdirector de Seguridad del Estado guarda en su memoria dos escenas relevantes.

La primera de ellas transcurre en una iglesia de Madrid, en el funeral por una de las víctimas de ETA. Francisco Laína descubre con sorpresa que entre los asistentes al acto se encuentra el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero que había sido condenado a una pena irrisoria, pese a haber sido reconocido culpable del frustrado proyecto de asalto al palacio de la Moncloa, conocido como Operación Galaxia.
"Tenía a mi lado al director de la Guardia Civil, José Luis Aramburu Topete, quien ha muerto hace pocas semanas. Le pregunté: '¿Oye, qué hace Tejero aquí, en Madrid?'. 'Ya no tiene mando, está en situación de disponible', contestó. Me quedé pensando que aunque no tuviera mando disponía de 24 horas al día para conspirar. Dejarle en Madrid libre de vigilancia fue un error de los servicios de información".

En la segunda escena, el director de Seguridad del Estado con el Gobierno de la UCD le entrega al presidente Adolfo Suárez un informe confidencial elaborado por los servicios de información policiales. "Antes, se lo había pasado a mi ministro de Interior, Juan José Rosón, pero cuando lo leyó me dijo: 'Paco, esto es muy duro. ¿Por qué no lo despachas tú directamente con Adolfo?".
En el informe, de dos folios, se indicaba que el Rey no se recataba en criticar duramente al presidente Suárez en sus conversaciones con personas y ambientes muy diversos. Se añadía que el monarca expresaba abiertamente su disconformidad con decisiones adoptadas por Suárez y planteaba la conveniencia de un posible relevo del presidente.
También se daba cuenta de una comida que el general Alfonso Armada, gobernador militar de Lleida y antiguo preceptor del Rey, había mantenido con el responsable de asuntos de Defensa del PSOE y número tres de ese partido, Enrique Múgica, en la casa del alcalde de esa capital, Antoni Siurana.
En el informe se aludía a los asuntos supuestamente tratados en esa comida y a los comentarios suscitados en torno al encuentro. Acudí a La Moncloa a finales de diciembre a entregar el informe. Después de leerlo detenidamente, Suárez guardó un momento de silencio y luego me dijo: "No me cuentas nada nuevo".

Pregunta. ¿El Rey instó a Adolfo Suárez a dimitir?
Respuesta. [En este punto de la conversación, Laína se ha fumado ya el segundo cigarrillo de la larga ristra que quemará durante la entrevista].
Adolfo nunca me lo manifestó así en las abundantes charlas que mantuvimos antes de que la enfermedad le minara la memoria.
De todas formas, Suárez era un hombre valiente y de coraje, y el que le conocía sabía que no iba a arredrarse fácilmente.
La irrupción de Tejero en el Congreso me pilló en mi despacho estudiando un informe sobre la construcción de la Escuela de Policía de Ávila, mientras seguía por la Cadena Ser la retransmisión de la sesión de investidura de Calvo Sotelo. Recuerdo que de fondo se oían como un sonsonete los nombres de los diputados llamados a votar cuando surgieron los gritos y los tiros.
Antes de cinco minutos sonó el teléfono de comunicación con La Zarzuela, que estaba integrado en un sistema protegido llamado Malla Cero, reservado para las comunicaciones entre las altas instituciones del Estado.
Era el Rey. Me preguntó qué sabía de lo que estaba pasando en el Congreso y le tuve que decir que no más que lo que contaban por la radio, aunque le añadí mi sospecha de que ese teniente coronel de la Guardia Civil que acababa de ocupar el Congreso podría ser Tejero, el mismo de la Operación Galaxia.
Como primera autoridad civil, en calidad de presidente de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios que asumió las funciones gubernativas, Laína habló esa tarde noche repetidas veces con La Zarzuela, casi siempre con Sabino Fernández Campo, secretario general de la Casa del Rey, pero también con el monarca. "Sobre las 19.45, el Rey me llamó para advertirme: '¡Paco, cuidado con Armada! Te paso a Sabino para que te lo explique'. Sabino me reiteró que sobradamente la advertencia: '¡Ojo con Armada, que está metido hasta las cejas".
A esas horas, el juego del antiguo preceptor del Rey había quedado al descubierto porque, visto que los golpistas decían seguir órdenes de su Majestad y sostenían como prueba que Armada estaba en ese momento en La Zarzuela, el general José Juste, jefe de la poderosa División Acorazada Brunete, asentada en Madrid, había optado por tomarles la palabra y verificar personalmente el dato.
Llamó a La Zarzuela, preguntó por el general Alfonso Armada y obtuvo de Sabino Fernández Campo la respuesta que ha quedado para la posteridad: "Ni está, ni se le espera".
A partir de ahí, los intentos del antiguo preceptor del monarca de ser llamado a La Zarzuela resultaron infructuosos y la coartada real se fue desvaneciendo.
"Reconozco que hasta entonces no había sospechado de Armada. Cuando hablé con Tejero, me dijo que él solo obedecía órdenes del capitán general de Valencia, Jaime Milans del Boch, y del general Alfonso Armada, y acto seguido me colgó el teléfono".

P. ¿Fue el Rey quien le designó presidente del Gobierno interino, como se ha escrito?.
R. Pese a lo que se ha dicho y escrito, la constitución de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios no fue iniciativa del Rey ni de Sabino Fernández Campo, sino de José Terceiro Lomba, secretario general del ministro adjunto al presidente.
Él se lo propuso a Luis Sánchez Harguindey, subsecretario de Interior, y este a mí. Me pareció oportuno y se sometió a la consideración de Sabino y del Rey.
La comisión funcionó por la vía de los hechos, y el Rey no intervino más allá de darle su aprobación y su impulso. Lo que pasó es que como director de Seguridad el que tenía más información de lo que estaba pasando era yo. Sobre el papel, los escenarios se limitaban al Congreso ocupado por Tejero; a Valencia, donde Milans había sacado los tanques a la calle, y a la Acorazada Brunete, pero según avanzaba la noche se advertía cierta inestabilidad en los Estados Mayores de algunas capitanías generales porque, como nos indicaban los servicios de información y los gobernadores civiles, había coroneles y tenientes coroneles que pretendían extender la situación impuesta por Milans en Valencia.
Toda la tarde noche fue un continuo pulso, una dura pelea en la que el Rey y Sabino tuvieron que aplicarse a fondo para sujetar a los regimientos. La obediencia de la Acorazada estuvo mucho tiempo en el aire, al igual que la lealtad democrática de ciertos sectores de la Guardia Civil y de la policía. Lo peor en aquellos momentos, y así se lo dije a los representantes de los partidos, era que la gente saliera a la calle a manifestarse para defender la democracia, ya que esa era la excusa que muchos militares esperaban para restablecer la normalidad y hacerse con el control de la calle. Con Fernando Castedo, director de RTVE, tuve que ponerme muy serio para que acatara mis órdenes.
Pretendía ofrecer una información continuada de todo lo que estaba pasando y a mí me parecía que en una situación como aquella, tan explosiva y confusa, transmitir el golpe en vivo y en directo era una irresponsabilidad que podía alentar a los involucionistas. Contra eso, el antídoto era la normalidad: que los transportes funcionaran, que la gente se fuera a dormir, que los colegios abrieran por la mañana...

P. ¿Hasta qué punto la autoridad democrática contó con la lealtad de las fuerzas policiales?.
R. Vistas las miradas que me lanzaron algunos cuando acudí al puesto de mando del hotel Palace, tuve la sensación de que muchos de los que estaban allí simpatizaban, en realidad, con los ocupantes del Congreso. El gobernador civil de Madrid, Mariano Nicolás, amigo mío, me informaba desde una cabina telefónica que había cerca del Palace -yo oía caer las monedas, mientras me daba las novedades-, porque no se fiaba un pelo de la gente que tenía alrededor.
A Aramburu Topete le pregunté si podía contar con la Guardia Civil en el caso de que hubiera que entrar en el Congreso a liberar a los diputados. Su respuesta fue: "Conmigo sí, pero no sé si obedecerán mis órdenes". Por el contrario, el general inspector de la Policía, José Antonio Saénz de Santamaría, me dijo que estaba en condiciones de ofrecerme el pleno apoyo de sus hombres. Lo que no podía ofrecerme eran vehículos blindados, muy necesarios ya que había que contar con que los de dentro nos responderían con fuego real. Todas las tanquetas policiales estaban en el País Vasco.
Además de eso, el problema estaba en que de acuerdo con los planos del edificio del Congreso, que nos costó Dios y ayuda localizar, los puntos más débiles, menos reforzados, de la estructura por los que podíamos penetrar eran justamente los tabiques de las estancias en las que mantenían secuestrados al presidente del Gobierno y a los líderes políticos.
Descartamos el asalto puesto que volar esos muros entrañaba el riesgo de herir o matar a los secuestrados. Pero de todos modos, como no quería que Tejero se sintiera tranquilo y seguro, comenzamos a cortarle las líneas telefónicas.
Lo hicimos paulatinamente, de acuerdo con las recomendaciones de tres psicólogos llamados por Sánchez Harguindey al ministerio que nos aconsejaban no aislarle totalmente.
"Esos hijos de puta me están cortando los teléfonos", se quejó Tejero a su amigo y cómplice el ultraderechista Juan García Carrés en una de las conversaciones telefónicas que intervinimos. Como último recurso, Tejero terminó usando el teléfono del coche del presidente Suárez.
Esa noche, los psicólogos nos adelantaron con gran precisión el momento en el que empezarían las disensiones internas entre los asaltantes y los abandonos.
Nos explicaron que al no ser unidades regulares, sino gente diversa cogida a lazo por Tejero "para prestar un servicio muy importante a la patria", sobre las nueve o diez de la mañana acabarían viniéndose abajo. Y es lo que pasó. A esa hora, bastantes guardias empezaban a descolgarse y a salir por las ventanas.

P. ¿Por qué el Rey tardó tanto en emitir su declaración televisiva de condena del golpe y de compromiso con la Constitución y la democracia?.
R. Contra lo que se ha escrito, el problema no fue la ocupación militar de TVE, ya que los soldados fueron retirados bastante pronto, no estarían más de una hora.
De hecho, el comunicado que yo emití en mi condición de director de Seguridad antes de que se constituyera la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios fue difundido por TVE entre las 21.10 y las 21.15 del 23-F.
Eso significa, teniendo en cuenta el tiempo que necesitó el cámara para llegar a mi despacho en la calle de Amador de los Ríos, grabar mi intervención y volver, que los estudios de TVE estaban ya libres de la vigilancia militar muy tarde, a eso de las 20.30.
Me preocupaba mucho la tardanza del Rey en emitir el mensaje que previamente Sabino me había anunciado.
Yo le apremiaba: "Sabino, el mensaje del Rey tiene que salir ya", y él me respondía: "Paco, antes tiene que hablar con todos los capitanes generales, quiere tener todo amarrado".
En un momento dado, me preguntó si yo sabía dónde estaba Ángel Campano, el capitán general de la VII Región Militar con base en Valladolid, al que no había forma de localizarle.
Llamé al gobernador civil de Valladolid y me confirmó que Campano se hallaba en la Capitanía General, pero, al parecer, no quería ponerse al teléfono con el Rey.
Tengo que decir que las órdenes del Rey esa noche fueron impecablemente democráticas. Sabino me apuntaba: "Paco, convendría detener al general Armada", pero yo no podía detenerle, así como así, porque a un militar le detiene otro militar y aquella noche había militares que podían hacerlo.

P. ¿El general Armada siguió pugnando por un Gobierno de salvación nacional después del mensaje real?.
R. Cuando Armada salió del Congreso, una vez que su amistosa conversación inicial con Tejero desembocó en agria discusión, le indiqué a Mariano Nicolás que trajese a Armada a mi despacho. "¿Y si se niega?". "Venga, Mariano", le dije, "que tú eres un tipo bregado y sabes cómo se hacen estas cosas". Armada llegó a mi despacho con su ayudante Bonet armado y muy pegadito a él. A Bonet le dije que saliera de mi despacho y me quedé con Mariano Nicolás y con el subsecretario de Interior, Luis Sánchez Harguindey, como testigos. A esa hora, ya se había difundido el mensaje del Rey, o sea, que era más tarde de la 1.13 del 24 de febrero. Armada me indicó que el Rey se había equivocado, que su mensaje iba a dividir al Ejército y que, en todo caso, ese era un asunto de militares que debía resolverse entre militares. "¿Pero el Rey no es el jefe de las Fuerzas Armadas con arreglo a la Constitución? Lo que tenéis que hacer Milans, Tejero y tú es cumplir las órdenes del Rey", le subrayé. De manea sibilina, vino a decirme que lo mejor era que nos sumáramos al golpe. Al final, al ver que no nos convencía se nos derrumbó allí mismo. Mientras se tomaba un café llamé a Sabino. "Tengo a Armada en mi despacho". Le pasé el teléfono, pero la conversación entre ellos no llegó ni a 30 segundos. Con la excusa de que necesitaría protección y como temía que siguiera enredando -nos había llegado información de que aprovechando las ausencias del jefe del Estado Mayor del Ejército (JEME), José Gabeiras, había estado intrigando por teléfono en las capitanías generales-, le puse una escolta para asegurarme de que iría derecho a su despacho en el Estado Mayor. La cúpula militar, los jefes de los tres ejércitos, manifestaron su lealtad al Rey desde el primer momento y estoy seguro de que actuaron con la mejor voluntad al redactar el comunicado en el que informaban de que asumían todos los poderes para asegurar la legalidad. Antes de difundirlo, lo pusieron en conocimiento del Rey que no autorizó su difusión porque consideró que podía ser mal interpretado.


P. ¿Qué hay de cierto en la versión de que el Rey se echó a llorar en la Junta de Defensa Nacional del día 24 al escuchar la cinta de las conversaciones telefónicas grabadas al general Armada?.
R. Yo no pertenecía a la junta, pero me incorporé a ella por orden del presidente Suárez. Por indicación de él y aceptación del Rey puse para la escucha colectiva la cinta en la que Tejero, desde el Congreso, habla con García Carrés. Teníamos intervenido el teléfono de este último porque era un conspirador declarado que frecuentaba todos los círculos golpistas. En la cinta, Tejero le dice a García Carrés que Armada "ha venido al Congreso porque lo que quiere es la poltrona y le da igual una junta militar que un Gobierno con comunistas. Le he echado de aquí". Al escuchar la cinta, al Rey se le humedecieron los ojos, inclinó la cabeza, se tapó la cara con una mano y al retirarla vi cómo le caían dos lágrimas por las mejillas. Sacó un pañuelo y se secó los ojos. Luego me dijo: "Paco, no sé cómo agradecerte lo que has hecho por la Monarquía y por mí". El cese de Milans se aprobó en la Junta de Defensa, pero no es cierto que en esa reunión Suárez diera instrucciones a Gabeiras para que detuviera a Armada y que Gabeiras se mostrara allí renuente. El arresto de Armada se concretó el día 25, en otro escenario.
A la salida de la junta, el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, me convocó para el día siguiente en su despacho a las 11 de la mañana. "Vamos a detener a Armada y quiero que estés presente en la reunión que voy a tener con Gabeiras y Quintana, pero no intervengas si no te lo digo", me indicó. Llegué con algo de antelación y me encontré en la antesala del despacho con Guillermo Quintana Lacaci, el capitán general de la I Región Militar con sede en Madrid, que había frenado la salida de la Acorazada Brunete y desbaratado el golpe en su región militar. "¿Has visto qué panda de locos y de payasos tenemos?", me comentó, aludiendo a los golpistas. Llegó Gabeiras y empezó la reunión. El ministro le preguntó cómo llevaba el asunto de la detención del general Armada. "Es que no sé hasta qué punto, él...", acertó a decir. "Es un traidor y está en esto hasta las cachas. Hay que arrestarle", le interrumpió Quintana en un tono muy excitado. Entonces, Gabeiras extrajo de una carpetita marrón una orden de arresto contra Armada, pero sin firma y se la pasó al ministro. Este la leyó y le dijo: "No, esa orden no la firmas aquí, la firmas en tu despacho y me la traes", le indicó Sahagún. A los pocos minutos, Gabeiras volvió con la orden ya firmada.

P. ¿Qué decían las otras cintas grabadas aquella noche?.
R. Las únicas grabaciones existentes fueron las obtenidas en las intervenciones de los teléfonos de las casas de García Carrés y de Tejero. No hay más cintas que esas. Teníamos el teléfono de Carrés intervenido porque era el más sospechoso de los ultras, se movía por los círculos golpistas y hablaba a menudo con el director del diario El Alcázar, Antonio Izquierdo, que hizo un gran daño a la democracia. En cuanto me pasaron las cintas ordené detener a García Carrés. La mujer de Tejero se pasó toda la noche al teléfono. Teníamos diez horas de grabaciones de ella con gente muy diversa, incluidos los periodistas Emilio Romero y Luis María Anson. No se podía controlar telefónicamente a los militares a través de los servicios de información del Ministerio del Interior y, a veces, el aviso de la autorización de nuestras solicitudes de intervención telefónica les llegaba antes a los ultras sospechosos que a nosotros.

P. Alfonso Guerra aludió a la existencia de 125 horas de conversaciones interceptadas de los teléfonos del Congreso.
R. Es un cuento. Repito: no hay más grabaciones que las de la mujer de Tejero y las de García Carrés, que se quedaron en la Comisaría General de Información de Manuel Ballesteros. Yo no podía grabar las conversaciones de las capitanías generales o de La Zarzuela: no se me habría ocurrido, habría sido ilegal y, además, ¡buena estaba la noche para cometer errores! Forma parte de todos esos bulos que llevan 30 años dando vueltas: que si el maletín con el que huyó el capitán Gil Sánchez Valiente contenía decretos del futuro Gobierno, que si esos decretos fueron guardados en la caja fuerte del Congreso, que si la Reina había dicho en una ocasión que era partidaria de una junta militar. Todo son fabulaciones y mentiras sin dueño conocido, pero lo increíble es que todavía sigan circulando.
Creo que la anécdota más exitosa del género novelado del 23-F es la que sitúa a Adolfo Suárez en La Zarzuela entre tres capitanes generales. El Rey se ausenta a atender una llamada telefónica y los capitanes militares le instan a dimitir. Cuando el presidente les pregunta que con qué autoridad plantean esa exigencia, uno de los capitanes generales extrae una pistola nacarada -lo de nacarada parece que acentúa la credibilidad del relato-, la coloca encima de la mesa y dice: "Por esto".
Cualquiera que conociera algo a Adolfo sabe que es imposible que hubiera asistido a esa escena y no hubiera ordenado la detención inmediata de ese militar. ¡Pero si cuando viajaba a Valencia le exigía a Milans que acudiera a recibirle y a despedirle al aeropuerto! Jamás comentó algo parecido a eso. Hace unos días, comentaba eso mismo con su cuñado. En estas historietas inventadas, nunca hay un testigo, una fuente, una prueba, pero a fuerza de ser repetidas pasan a convertirse en la verdad de mucha gente.

P. No se expurgó la trama civil, ni se aclaró mucho el papel del Cesid.
R. Existió una trama civil: falangistas, excombatientes nostálgicos y algunos empresarios, pero no había muchas pruebas y tampoco creo que tuvieran un papel importante en el golpe. De lo que no tengo pruebas es de la posible intervención del Cesid en el golpe. Alguno de sus miembros fue condenado. Tenían una gran división interna y el jefe del servicio no controlaba nada. Luego, tras la sentencia, se produjo un ajuste de cuentas: voladuras de locales del servicio secreto, el incendio de la vivienda del padre del comandante José Luis Cortina que falleció a consecuencia del fuego.

P. ¿Cuál es la tesis de Francisco Laína?.
R. Mi impresión es que Armada les engañó a todos, convenció e implicó a Milans y utilizó al Rey.
El presidente del Gobierno provisional en el 23-F llega al final de su relato con el cenicero repleto y el brillo en la mirada, como si el retrospectivo paseo por aquellas horas convulsas, tan trascendentales para la sociedad española, hubiera desatado en su interior un apretado nudo de fuertes sensaciones, sentimientos y afectos. Tres décadas después, Francisco Laína aguarda con ilusión el reencuentro que los integrantes de la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios han dispuesto para este 23-F en el Museo Adolfo Suárez y de la Transición en Cebreros (Ávila), la cuna del presidente Adolfo Suárez.
Dice que guardará siempre en su memoria el cerrado aplauso que le dispensaron sus compañeros de la comisión gubernativa cuando, tras la firma del llamado Pacto del Capó, los diputados y el Gobierno salieron del Congreso y volvieron a respirar, libres de la amenaza de las armas.
Cómo olvidarlo, si aquel fue el único momento en el que el presidente en funciones del 23-F, un hombre de carácter, cedió ante las emociones y rompió a llorar.

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