Un nuevo pacto de La Moncloa habría exigido una predisposición a la generosidad y a la sinceridad que Zapatero no ha mostrado
LA convención autonómica socialista llegó ayer a su punto crítico cuando Rodríguez Zapatero decidió arrogarse un papel crucial en la historia de España al anunciar que el acuerdo sobre las pensiones es el más importante desde los Pactos de La Moncloa de 1977.
Es comprensible que en un acto de partido cuyo objetivo era cerrar filas y elevar la autoestima de un PSOE en horas bajas se lancen discursos demagógicos y poco realistas, pero de quien ostenta la presidencia del Gobierno se debería esperar más prevención hacia la sobreactuación.
El acuerdo sobre las pensiones y la jubilación es relevante por sus consecuencias sobre la economía real de millones de trabajadores a medio y largo plazo.
Es evidente que la estructura actual del sistema de pensiones tenía que ser reformada y que había que someter a revisión todos sus parámetros. Aunque la letra pequeña aún no se ha cerrado y será sometida a debate en el Congreso, nadie duda de que había que tomar medidas.
Lo paradójico es el nuevo ejercicio de cinismo realizado ayer por el PSOE para justificar la necesidad del «gran pacto social» al invitar al Partido Popular a rubricarlo sin siquiera haber citado a Mariano Rajoy en la Moncloa para discutirlo.
En cualquier caso, el acuerdo no admite comparación con los Pactos de La Moncloa.
Zapatero quiere legar al PSOE un discurso épico y patriótico a cuenta de la reforma laboral y las pensiones con el que recuperar imagen ante los electores.
Pero un pacto de La Moncloa habría exigido una predisposición a la generosidad y a la sinceridad que Zapatero no ha mostrado hasta que la agonía política y la presión internacional lo han forzado.
Durante estas dos legislaturas, la directriz de los pactos ha sido siempre la exclusión del PP y su sustitución por partidos nacionalistas y extremistas en los aspectos fundamentales de la política nacional: desde el terrorismo a las reformas estatutarias, pasando por la economía o la educación.
Nunca Zapatero censuró lo que se dio en llamar «cordón sanitario» contra el PP.
Y nunca se habría gestado un Pacto de La Moncloa con esta aversión constante de Zapatero a pactar lealmente con el principal partido de la oposición, el único que, junto con el PSOE, está en condiciones de gobernar España y de aplicar lo convenido con los sindicatos y empresarios.
La Transición, los Pactos de La Moncloa y el consenso constituyente de 1978 se hicieron con mucha más grandeza política.
Zapatero quiere legar al PSOE un discurso épico y patriótico a cuenta de la reforma laboral y las pensiones con el que recuperar imagen ante los electores.
Pero un pacto de La Moncloa habría exigido una predisposición a la generosidad y a la sinceridad que Zapatero no ha mostrado hasta que la agonía política y la presión internacional lo han forzado.
Durante estas dos legislaturas, la directriz de los pactos ha sido siempre la exclusión del PP y su sustitución por partidos nacionalistas y extremistas en los aspectos fundamentales de la política nacional: desde el terrorismo a las reformas estatutarias, pasando por la economía o la educación.
Nunca Zapatero censuró lo que se dio en llamar «cordón sanitario» contra el PP.
Y nunca se habría gestado un Pacto de La Moncloa con esta aversión constante de Zapatero a pactar lealmente con el principal partido de la oposición, el único que, junto con el PSOE, está en condiciones de gobernar España y de aplicar lo convenido con los sindicatos y empresarios.
La Transición, los Pactos de La Moncloa y el consenso constituyente de 1978 se hicieron con mucha más grandeza política.
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