MIRO y remiro las imágenes de los cientos de miles de manifestantes de la plaza Tahrir y apenas si diviso el rostro de alguna mujer. Y, cuando al fin compruebo que sí, que ahí aparece una en la esquina de esa foto, casi siempre lleva cubierta la cabeza.
Las únicas que agitan su melena al viento son las corresponsales de las televisiones extranjeras. Me pregunto, pues, si después de tanto gritar «¡libertad!», echar al tirano Mubarak, confiar en que el Ejército siente las bases de otra manera de gobernar y sortear los planes de los islamistas radicales para hacerse con el control de la revuelta popular, los egipcios conseguirán vivir en democracia.
Solo podremos decir que lo han logrado, vamos a poner de margen en una década, si para entonces se convoca con algún pretexto otra gran manifestación en la plaza Tahrir y en esa ocasión vemos a las egipcias hombro con hombro con los egipcios. Sin cuotas pero en situación de igualdad. Porque la democracia no consiste únicamente en votar cada cuatro años o tener acceso a medios de comunicación sin censura.
También es preciso que todos los ciudadanos sean iguales ante la ley, independientemente de su sexo, raza o religión. Sin discriminaciones.
Hablando de religión, un recuerdo para los coptos. Los cristianos egipcios, numerosos pero en minoría, que llevan a gala ser los descendientes de aquel pueblo de faraones que sucumbió a la invasión árabe de ese país casi simultánea a la de España en el siglo VIII, están siendo perseguidos de forma creciente, sus iglesias atacadas por radicales islamistas. Así que la prueba del algodón de la democracia tendrá que medirse también por el respeto a sus creencias y la integridad de sus pequeños templos de cruces ortodoxas.
Pasar de la revolución a la democracia es tarea difícil, que pocos pueblos han conseguido; hacerlo con el lastre de una cultura que discrimina a la mitad de la población complica el posible proceso. Mientras todos a mi alrededor se congratulan por esa imagen, sin duda hermosa, de los egipcios celebrando ruidosamente haber derrocado a su tirano, mi mente vuela hacia las madres, esposas, hijas, que les esperan con la cena puesta para compartir con ellos la buena nueva a puerta cerrada. Ojalá que los radicales no las encierren tras el burka, ojalá que la libertad que Egipto empieza a disfrutar llegue también hasta todas ellas.
domingo, 13 de febrero de 2011
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