Degradar a la mujer y al hombre es lo que, sin quererlo, hacen todos los días con sus ocurrencias la ministra del ramo y otras más.
Hombre y mujer son iguales en cuanto seres humanos, desiguales en cuanto son variantes complementarias del mismo ser. Y se pueden rectificar abusos tradicionales, pero no es justo imponer legalmente una igualdad mecánica, artificial e injusta y una desigualdad no menos injusta. Esto llega hasta el lenguaje. Todo lo que atañe a la mujer, según la curiosa teoría de moda, debe ser de género y aun de sexo femenino y terminar en -a. Y no siempre es verdad.
La cosa va muy lejos, doy un primer ejemplo.
Una Academia de la que soy miembro, quizá todas, ha recibido un informe del Ministerio de Igualdad pidiéndole que respete la igualdad de género: igual número de hombres y mujeres. Pues bien, hoy día si una mujer aspira a cualquier puesto, no tiene sino que presentar sus méritos, y nadie la va a discriminar por ser mujer.
España, como tantas otras naciones, está llena de mujeres que ocupan puestos importantes. Nadie discrimina, por ejemplo, a una mujer catedrático, han llegado ahí por sus méritos. Conozco a algunas que se quejan amargamente de que ahora parezca que deben sus puestos a ser mujeres: ellas están orgullosas, justamente, de haber triunfado por su aportación intelectual. El reparto puramente por sexos las degrada. La cuota degrada, simplemente, la imagen de la mujer.
Por supuesto, la imagen de la mujer entre los hombres, y entre ellas mismas, es cambiante, no somos grupos homogéneos, ni mucho menos. Pero dentro del amplio abanico de opiniones, domina el aprecio de las cualidades humanas de la mujer como individuo autónomo que es también compañera del hombre y le supera a veces. La vida humana toda sería sin ellas incomprensible. No necesitan elogios que son más bien agravios interesados, como ese de la cuota.
Porque la cuota es degradante: consiste en reducir la mujer al sexo. Claro que es sexo, también el hombre: el sexo es un integrante de la vida humana. Pero hay otras muchas cosas además, en la mujer y en el hombre. Para esa nueva ideología la mujer es un puro objeto sexual que recibe permiso legal para no concebir o para matar lo que ha concebido. Y lograr puestos en la sociedad sólo su sexo. ¡Vaya igualdad, comportarse y triunfar en la vida sólo por el sexo! Negando, de paso, su singularidad. Es artificial y degradante. Como que el hombre pague más pena por igual delito. Esas progres han comenzado exaltando los valores femeninos y humanos reprimidos por el prejuicio, para acabar exigiendo como pasaporte único su sexo. Es un mundo solo sexual el que proponen, a ello se sacrifica todo. Junto al machismo, que subordinaba todo al ser macho, han creado el hembrismo. Y han olvidado lo central, el ser hombre, con sus dos variantes. Es, después de todo, lo primero, en ello sí que está nuestra igualdad. No voy a discutir lo diferente, pero el ser humano es lo que nos une.
Somos iguales en esto, aunque haya diferencia en los sexos, que son complementarios al servicio de una unidad superior. Ahora hablan de igualdad e introducen una desigualdad radical. Penas mayores para el hombre, traumatismos unificadores para la mujer. Ministerio de Desigualdad, debería decirse. No, nuestras desigualdades, a veces mal tratadas, están al servicio de la igualdad humana. En ella hay mil factores que se conjugan variamente para crear la vida y la sociedad. ¡Cuánta ignorancia, cuánta mirada estrecha, cuánto prejuicio que degrada a hombres y mujeres y que oscurece lo que son, y todo en aras de la tal igualdad!
El mundo reducido a sexo: ese es el lema de esta moderna herejía. Ahora comprenderán su reflejo lingüístico. Primero, confunden género y sexo: una silla es femenino, pero no hembra, el sillón es masculino, pero no macho. Sí, coincidían a veces el género y el sexo: el médico, el juez. Pues bien, la sociedad ha evolucionado, hay mujeres en esos grupos, esas profesiones. Entonces, la lengua tiene dos soluciones: una, evolucionar, crear la médica, la jueza; otra, admitir en las palabras originales indiferencia al género y el sexo, sólo marcados por el artículo (el / la médico, el / la juez). Triunfa una solución o la otra o conviven, al menos por un tiempo.
La lengua es compleja, a través de siglos y aun milenios guarda cosas antiguas o, lentamente, evoluciona, busca diversas soluciones. Y el género común es útil, evita pérdida de tiempo, sintetiza abarcando ambos género y ambos sexos: es más económico decir, cuando traducimos el Evangelio, dejad que los niños se acerquen a mí que decir los niños y las niñas. Decir, incluso, con Quintiliano, al niño se le debe máxima reverencia, evidentemente a niños y niñas.
La lengua es algo complejo, conserva usos arcaicos, innova otras veces. No crea dos mundos, el del macho y el de la hembra, ni siquiera el masculino y el femenino, ni el de la -o y el de la -a, expresa de varios modos tanto la oposición como la comunidad. No es para que opinen sobre ella aficionados ni aficionadas. Limítense a usarla.
No incordien proponiendo reformas que dividan en dos, según el sexo, el mundo reflejado por la lengua. Es, una vez más, la famosa manía: la oposición en todo del macho y la hembra. Es por donde empecé: creer que lo primario son las oposiciones de sexo (¡y a eso llaman igualdad!), lo demás secundario. También piensan así algunos del botellón los viernes, junto a mi casa: las llaman tías y putas. Eso es lo que han logrado: las guerra de los sexos.
Esto degrada a la mujer y, por supuesto, al hombre. En realidad, en el fondo, transmite estereotipos puramente sexuales, se quedan en la hembra y el macho. Esto es lo que, en último análisis, propone esa ignorancia de moda. Pero si es grave arruinar la lengua, más lo es arruinar la imagen del mundo de que es portadora, sustituyéndola por otra pobre y errónea. Y más graves son, aún, todas esas conductas que quieren hacer legales y que van contra la sociedad, la justicia y la propia humanidad.
Con ellas, la mujer queda reducida a la hembra, a una hembra no reproductiva; el macho, al individuo agresivo. Hay la píldora que evita la concepción, hay el aborto libre. Todo esto tiene precedentes. El homicidio era legal en muchas sociedades en muy distintos supuestos. Había las sociedades que mataban a los viejos, a los niños deformes, a las niñas, a los sacrificados a dioses crueles. Ahora se eligen otras víctimas. Todo esto es inhumano, por supuesto, y no se ve dónde queda, con ello, la igualdad. Como no sea la de la muerte, al feto se le condena sin preguntarle el sexo. Pero ¿y la sociedad?
Esa sí que sufre toda ella. Hablo del sufrimiento humano de quienes padecen por ese homicidio que una ideología ignorante, mentirosa, miserable trata de justificar. Pero, además, una vez que se generalicen esas prácticas, ¿qué será de nuestra sociedad? Porque ésta ya no puede sostenerse con un crecimiento de 1´3 por ciento por cada mujer. Ahora, por la no concepción o el aborto, que causa ya un millón de muertos, más que una guerra, cada año, está cada vez más amenazada. ¿Es que quieren que disminuya más España, que ya disminuye bastante, o quieren dejar más hueco al emigrante, que también tiene bastante? ¿Eso es desarrollo, mejora social, libertad?
Este es un buen ejemplo de cómo un movimiento que busca la igualdad, comunidad, humanidad puede acabar en persecución, enfrentamiento y muerte. El último de ellos se llamaba comunismo. No, el último es este. La igualdad en la desgracia.
FRANCISCO RODRÍGUEZ ADRADOS de las Reales Academias Española y de la Historia. Julio 2009.
miércoles, 16 de febrero de 2011
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