martes, 2 de diciembre de 2008

El rostro oculto de la historia


FERNANDO GARCÍA DE CORTÁZAR Catedrático de Historia Contemporánea. Universidad de Deusto
"(...)La memoria del mundo está hecha de verdades sabidas, pero también de fantasías y temores, y más de una vez, de pesados silencios e insospechadas simplificaciones.

(...) «Desde el siglo XVIII -dijo Keynes en aquella velada de 1942, en medio del estrépito de la Segunda Guerra Mundial- Newton ha sido considerado el primero y más grande de los científicos de la era moderna, un racionalista, alguien que nos enseñó a pensar de acuerdo con los dictados de la razón fría y carente de emoción. Yo ya no puedo verlo bajo esa luz». Y a continuación, Keynes añadió con elegante rotundidad: «Newton no fue el primer hombre de la edad de la razón, fue el último de los magos, el último de los babilonios y de los sumerios, la última gran mente que contempló el mundo visible e intelectual con los mismos ojos que lo hicieron quienes empezaron a construir nuestra herencia cultural hace casi diez mil años».
Keynes no se equivocaba, como han podido demostrar estudiosos posteriores. El Newton real, de carne y hueso, no el Newton de la leyenda, fue un hombre enredado en el fantástico mundo de la alquimia, entregado a la búsqueda ocultista de la piedra filosofal, convencido de que la cronología de la Biblia le permitiría predecir el Apocalipsis. Años después de publicar sus famosos principios matemáticos, Newton aún estaba empeñado en descubrir la forma exacta del Templo de Salomón, que consideraba la mejor guía para conocer la topografía de los cielos.
Lo que recordamos es inseparable de lo que pensamos que ocurrió, y en la mayoría de los casos juzgamos los acontecimientos y los personajes de la historia en función de imágenes y simplificaciones heredadas.
(...) casi siempre, los ojos ven lo que quieren ver, aquello que estamos acostumbrados a creer, aquello en lo que queremos creer. Hoy, que vivimos una época de frívolo maniqueísmo, nada resplandece más en el firmamento que el triunfo de Barack Obama. Alguien ha recordado que la guerra de secesión, la de Abraham Lincoln, comenzó con la separación de Virginia, que no aceptaba la liberación de los esclavos, y sólo ha terminado casi siglo y medio después, cuando Virginia, precisamente, ha votado por el candidato afroamericano. Hay también quien ha dicho que el tiempo ha dado por fin la razón a Luther King y se la ha quitado a Malcolm X, y que aquel sueño de agosto de 1963, anunciado desde la blanca escalinata del Capitolio -un sueño frágil, destinado a una vida incierta y vaporosa- se ha hecho ahora realidad.
Tranquilo, con un gran dominio del lenguaje y una batería de ideas claras y ambiciosas, Obama ha devuelto la autoestima a su país. Ha encontrado las palabras adecuadas. Ha conmovido y convencido, y ha demostrado que los buenos discursos, como los libros, pueden tener preciosas consecuencias. Todos los analistas parecen estar de acuerdo en que ahora sí podemos tener esperanza. Y tienen razón. A pesar de ello, no estaría de más recordar lo que
Churchill observaba en su diario días después de su celebrado discurso Sangre, sudor y lágrimas: «La retórica puede sacudir el mundo, pero no es garantía alguna para la supervivencia».
Tampoco la esperanza ni el destello ilusionante bastan para dirigir con éxito ningún país. John Kennedy es un buen ejemplo.

(...) También el presidente de la «nueva frontera» consiguió seducir a la confiada Europa anunciando un cambio de época. También Kennedy puso de moda la esperanza de que «los años que vienen van a ser diferentes». Pero lo que vino, en realidad, fueron los mismos problemas bajo nombres distintos, algo que, hasta después de morir el presidente, muy pocos advirtieron.
Como Obama hoy, Kennedy fue ayer el símbolo de la ilusión de una era. No sabemos qué recuerdo dejará el primer presidente negro de los Estados Unidos, pero sí conocemos la leyenda que aún rodea la figura del presidente asesinado en Dallas. A pesar de las grandes fisuras de la política interior y exterior de su mandato, su orgullosa y seductora sonrisa aún ilumina los años sesenta con el fuego más intenso.
(...) a veces hay más vida en lo soñado que en lo visto con los propios ojos, y también que la parte inmortal de la memoria se hace, la gran mayoría de las veces, a base de espejismos, de silencios y rostros desfigurados.

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