Uno de los fallos de nuestro tiempo, y muy concretamente en esta España de Zapatero, es que el creyente, especialmente si es cristiano, y más aún si es católico, no puede ser un ciudadano democrático y debe ser excluido de la vida pública. Esta manera de pensar y actuar es propia de un fundamentalismo democrático que es, a mi juicio, lo que estamos viviendo actualmente en España. En una sociedad democrática no se pregunta a cada ciudadano sobre la procedencia de sus principios, convicciones y valores. El problema es que el laicismo militante hoy en día pretende reducir toda creencia religiosa al fundamentalismo. Estamos ante una interesada y antidemocrática estrategia de exclusión del adversario en la que no se le reprocha nada al creyente, siempre y cuando coincida con la opinión progresista dominante, pero sí cuando se aparta de ella. Si el fundamentalismo religioso aspira a convertir una moral derivada de la fe en Derecho, el fundamentalismo pseudodemocrático pretende convertir la ley democrática en moral absoluta. Y cuando el Derecho aspira a suplantar a la moral, se abandona la esencia democrática para adentrarse en el fundamentalismo. Y esta es la democracia que tenemos en España desde que gobierna Zapatero.
José María Solanes Miguel
José María Solanes Miguel
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