EDURNE URIARTE.- Miércoles, 24-12-08.- ABC
Mi duda sobre el sistema de financiación autonómica es la misma que la que me suscita el Estado de las Autonomías. Cómo y por dónde estallará. Aquello del sistema autonómico como un modelo de integración de las diferencias ya no se lo cree casi nadie. Lo fue en su proyecto y mientras duró nuestra fe. Hasta que el artificio se ha desnudado por completo y se exhibe sin tapujos como lo que es o lo que algunos han hecho que sea, una guerra entre las autonomías para llevarse la mejor parte, a costa de quien sea y como sea. Con una exhibición de bilateralidades y de pequeños estados en las escalinatas de la Moncloa que deja en la más miserable inconsistencia los supuestos Estado y nación que los amparan.
La afortunada definición de José María Carrascal este lunes de la política de Zapatero como una pirámide de Madoff me parece ampliable a una buena parte de la élite política española en lo que a autonomías se refiere. Con la agravante de que a nadie le importa aquí quién pagará los sustanciosos pagos presentes porque nuestros líderes políticos esperan que los asuman otros, las generaciones venideras. Zapatero promete y paga con lo que no tiene y los líderes autonómicos cobran y doblan las exigencias. Y, luego, ya veremos. Al fin y al cabo, y como dice Solbes sobre los presupuestos «desfasados», quienes cambian son los demás, el cuadro macroeconómico, es decir, esa pequeña cosa insignificante llamada ingresos. Con otra menudencia como consecuencia, el déficit. Pero no cambiarán las prioridades, promete Solbes. Que siga la fiesta mientras el Madoff de la Moncloa pueda seguir pagando los intereses.
A diferencia de quienes sostienen que son estas contradicciones económicas las que provocarán la crisis definitiva del sistema autonómico, creo más bien que el estallido será político. Porque no hay Estado viable a largo plazo con un sistema de toma de decisiones basado en la guerra entre regiones. Entre otras cosas, porque no existe un solo sistema democrático estable y próspero en el mundo que lo tenga. Nuestra excepcionalidad tiene fecha de caducidad, como la de Bélgica, o como la pirámide de Madoff.
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