sábado, 20 de diciembre de 2008

Dicen...


La carta a los reyes de ZP .- Yolanda Gómez
El presidente Rodríguez Zapatero no deja de sorprendernos. Poco antes de llegar a La Moncloa -hace menos de cinco años, aunque a algunos nos parezca una eternidad-, reconocía que no sabía economía. «Se te nota todavía inseguro. Has cometido un par de errores. Lo que tú necesitas saber para esto... son dos tardes», le decía el entonces responsable de Economía del PSOE, Jordi Sevilla, tras una intervención sobre presupuestos del entonces líder de la oposición.
Y parece que Zapatero no sólo ha aprendido economía, sino que -a tenor de la autosuficiencia con la que habla- debe haber hecho una tesis doctoral sobre la materia. Hace unos días se atrevió a corregir, sin pestañear, nada menos que al presidente del Banco Central Europeo. Jean-Claude Trichet advirtió que los bancos no estaban trasladando al Euribor la rebaja del precio oficial del dinero. Pero Zapatero dijo que no, que el Euribor se está comportando estupendamente.
De igual modo, a nuestro presidente no le tembló la voz a la hora de descalificar las previsiones del Fondo Monetario Internacional, en las que advertía sobre un largo periodo de estancamiento económico si no se toman las medidas adecuadas. «Los gobiernos tienen que generar confianza, pero nosotros tenemos que decir la verdad», respondía el director gerente de este organismo internacional, Dominique Strauss-Kahn.
Y esta semana Rodríguez Zapatero ha ido incluso más lejos y ni corto ni perezoso se ha atrevido a corregir a todas las instituciones y analistas nacionales e internacionales y al propio vicepresidente Solbes y, no sólo prevé, sino que incluso promete, que a partir de marzo se creará empleo y «de forma estimable».
Podríamos perdonar al presidente porque es Navidad, porque se trata de un deseo -compartido, eso sí, por todos los españoles-, o porque lo que estaba haciendo Rodríguez Zapatero cuando dijo esto era leer su carta a los Reyes Magos. Queda perdonado señor presidente pero, por favor, coloque entre sus propósitos para el nuevo año aprender un poco más de economía y no hacer promesas que no pueda cumplir.

Un gobierno agotado.- Germán Yanke
El vicepresidente económico del Gobierno, Pedro Solbes, dijo esta semana en un foro del diario Cinco Días que «a ciertas edades, hay que plantearse qué otras cosas hay que hacer en la vida». La declaración, sin que mediara pregunta sobre el asunto, resultaba sin duda llamativa y no podía escudarse en el disimulo de otros que siempre añaden que están en la política de paso, que no son unos «profesionales» de la misma. Solbes es, profesionalmente, un alto funcionario, casi toda su vida con altas responsabilidades y está en la política desde antaño. Es, de hecho, uno de los pocos acompañantes de Zapatero que liga su mandato con el de Felipe González. El vicepresidente matizó más tarde que el sentido de su afirmación es que no desea volver a presentarse a las elecciones, algo con lo que ya se especuló antes de las últimas hasta que fue «rescatado» por el presidente como baluarte de una operación de moderación de cara a las urnas.
El presidente, por cierto, añadió fuego para quitar hierro al apuntar -y reconociendo luego que no había hablado con Solbes- que ninguno de los dos estaba pensando ahora en las elecciones, que no estaban cansados y que el vicepresidente cumpliría «con su deber». ¿En qué estaba pensando al hablar de «otras cosas» si no lo hacía, como él mismo trató de justificar, en las próximas elecciones? Seguramente, por mucho algodón que haya querido poner Zapatero, en que el ciclo de este Gobierno está agotado aunque sus voluntariosos miembros no estén siempre cansados y quieran cumplir con sus obligaciones. Nada consigue, por el momento, disipar esa sensación y desde luego no se logra con la «aclaración» oficial de que la remodelación del Gabinete no es inminente, sino prevista para afrontar el turno de presidencia española de la UE en el primer semestre de 2010.
Este anuncio, apuntado al comienzo de la legislatura, daba ya un carácter de provisionalidad al Gobierno acentuando la idea de que su composición respondía más a los intereses coyunturales del presidente que a un proyecto concreto para su segunda legislatura. La sensación de transitoriedad fue subrayada cuando el presidente, divertido como si el asunto fuera un juego, habló de remodelación al recibir a los tenistas españoles que habían ganado la Copa Davis. Ahora, tras el desahogo de Solbes y las explicaciones de Zapatero, se acreciente. La interinidad y el agotamiento, como si el panorama no pudiese ser otro que el desgaste monumental del Gobierno con los padecimientos y las dudas programáticas de la crisis económica que seguirá, sin ninguna duda, a lo largo de 2009.
Por el momento no hay manera de salir de la espiral que produce la sensación de que el presidente, indiscutido en su partido, tiene un equipo agotado y efímero. Fernández de la Vega aparece cada día más eclipsada y hay quien dice que la mujer llamada a desempañar su papel en el futuro es la actual ministra de Defensa, Carme Chacón, que no habría sido «fichada» por Zapatero sino «traída» por él. Más que eclipsado, el solvente Solbes, garantía electoral para los mercados y la confianza, parece de retirada. Una cosa es su tradicional ironía, traída con pinzas ahora por el presidente, al afirmar, como ha hecho siempre, que todo Gobierno es de coalición entre el ministro de Hacienda y los demás y otra, como ahora ocurre, la dificultad de llevar a cabo un programa de reformas contra la crisis en las actuales circunstancias, es decir, en el escenario ministerial y presidencial en el que está obligado a moverse. En los mentideros, siempre proclives a adelantar el futuro, surge el nombre de Miguel Sebastián, otro de los hombres vinculados a Zapatero más allá de las afinidades políticas, aunque el reto del futuro es la certidumbre y le queda la tarea de demostrar, como actual ministro, que es capaz de ello, sobre todo cuando el tejido industrial español se desmorona entre la falta de crédito, la parálisis económica y los precios de la energía. El que le queda, de los escasos puntales del Gobierno, es Alfredo Pérez Rubalcaba, que ya amagó con otras actividades, pero para el que no es fácil encontrar un relevo.

La sociedad gaseosa.- IGNACIO CAMACHO
SI Zapatero ha vuelto en pleno temporal de adversidades sociales a su irredento discurso optimista habrá que colegir que tiene buenas razones para ello. Y no porque exista indicio alguno de que la primavera vaya a disipar las brumas negras del desempleo, como el presidente aseguró el jueves con osadía tan temeraria que alarmó hasta a los suyos, escaldados de anteriores proclamas triunfales, sino porque es probable que sepa que sus arranques irresponsables gozan de absoluta impunidad de opinión pública. Si algo tiene demostrado por experiencia el sonriente Mago de la Moncloa es la volatilidad de criterio de sus -y nuestros- conciudadanos, capaces de absolver sus más pasmosas contradicciones con enorme desparpajo sociológico. Acostumbrado a vivir en un presente descomprometido y feliz, deshipotecado de pretéritos y futuros imperfectos, ZP se atreve con las más arriesgadas piruetas en la plena conciencia de que no sólo no va a pagar por ellas, sino que muy posiblemente la factura acabará recayendo sobre los cenizos que se atrevan a ponerlas de manifiesto.
La enorme liviandad del presidente, que provoca escalofríos en sus más prudentes colaboradores, se apoya en una confianza intuitiva en el carácter evanescente del comportamiento colectivo de los españoles. La posmoderna sociedad líquida de Bauman ha alcanzado entre nosotros rasgos paroxísticos, hasta convertirse en el epítome de una sociedad gaseosa en cuya atmósfera acrítica se diluyen los impactos más inquietantes. El éxito del zapaterismo consiste sobre todo en su poder de detección e identificación de la temperatura social, superior al de cualquiera de sus adversarios, mucho más despistados respecto a las tendencias de una descomprometida opinión pública.
Por eso Zapatero se atreve a órdagos tan audaces como el de prometer un incremento del empleo, a sabiendas de que, llegado el momento de que la realidad le desmienta, encontrará de un lado la anuencia mórbida de unos ciudadanos refractarios a las malas noticias, y de otro el modo de levantar nuevos señuelos no menos complacientes. Con la misma desahogada naturalidad es capaz de rectificar en redondo sus políticas sobre terrorismo o inmigración -último por ahora de sus brutales giros copernicanos- a sabiendas de que sólo va a ser evaluado desde un descarnado presentismo y una pronunciada desmemoria, atributos de debilidad social que él convierte en aliados de una política espumosa en permanente licuación de sí misma.
Esas sobreactuaciones eufóricas, esas inverosímiles cabriolas que resultarían suicidas para cualquier político anclado sobre principios de responsabilidad, para el presidente constituyen estimulantes desafíos de su propia capacidad de riesgo. Crecido en su actitud retadora, disfruta del asombro de los suyos y de la indignación de los rivales, y se mece en el alambre con arrogante suficiencia. Se siente seguro porque al menos él contempla debajo la red, invisible pero resistente, de una acomodaticia, resignada, esponjosa aquiescencia ciudadana.


La idolatría zapateril.-JUAN MANUEL DE PRADA
SI mañana volviera Cristo prometiendo la sanación a los enfermos, la libertad a los cautivos y el alivio a los de quebrantado corazón, apenas nadie lo creería; en cambio, llega Zapatero anunciando que en la primavera va a «generar empleo en un volumen muy estimable» y hay muchos que lo creen a pies juntillas. Donde se prueba, una vez más, que la politiquería es una nueva forma de religión; o, dicho más propiamente, un sucedáneo demoníaco de la religión, una idolatría. Y, del mismo modo que la fe religiosa se expresa en algunos elegidos a través del don de la profecía, la fe idolátrica se expresa en algunos caraduras a través del pronóstico. Nuestro Sumo Pontífice Zapatero, que tiene la cara de feldespato, ha evacuado unos cuantos pronósticos durante los últimos meses: primero nos dijo que ésta iba a ser la legislatura del pleno empleo; después nos aseguró que la crisis financiera no afectaría a España; y también que nuestra economía no entraría en recesión. Si alguien se atreve a señalar la mendacidad de los pronósticos, enseguida los sacerdotes de la idolatría lo tachan de réprobo; bueno, en realidad lo tachan de «tonto de los cojones», que es la forma expeditiva que tiene la idolatría zapateril de motejar al descreído.
La religión promete a los justos el Paraíso en la otra vida; la idolatría zapateril promete a sus adeptos el paraíso en la tierra. ¿Y quiénes son los adeptos de la idolatría zapateril? Pues los hay de muy variado pelaje y condición: están, por ejemplo, los liberados sindicales, para quienes el paraíso en la tierra (remunerado a fin de mes) consiste en correr a gorrazos al consejero Güemes; están los banqueros y sus familiares, para quienes el paraíso en la tierra llega en forma de aguinaldo fiscal; están los universitarios, para quienes el paraíso en la tierra se realiza cada vez que abuchean a uno de esos «fascistas» incautos que osan pronunciar una conferencia en su feudo; y están los artistas del gotelé y el cordón sanitario, cuyo paraíso en la tierra consiste en arramblar el dinero de la cooperación al desarrollo. A los adeptos de la idolatría zapateril la crisis no les afecta; y su paraíso en la tierra lo sufragan los tontos de los cojones con los impuestos. El problema empieza cuando los tontos de los cojones se quedan sin empleo; y antes de que la idolatría empiece a resquebrajarse desde sus cimientos hay que arbitrar soluciones que mantengan en pie el embeleco.
Cuando las resquebrajaduras no saltaban a la vista, las soluciones arbitradas aún se podían permitir el lujo del escarnio: así, por ejemplo, nuestro Sumo Pontífice prometió -en abstracto- que recolocaría a los albañiles en paro, reciclándolos mediante arte de birlibirloque para el desempeño de otros oficios; y la sacerdotisa Maravillas Rojo, que en la jerarquía idolátrica ocupa el sarcástico puesto de Secretaria de Empleo, descendió a lo concreto, proponiendo que los cocineros se emplearan en comedores sociales y los aficionados al alpinismo se pusieran a pintar fachadas. Ahora que las resquebrajaduras ya amenazan con derribar la idolatría zapateril, las soluciones que se arbitran incorporan una apariencia de seriedad, para que el escarnio resulte menos aflictivo. Y así, la idolatría zapateril nos anuncia (las mayúsculas que no falten) un Plan de Financiación de Obras Públicas Municipales que no es sino una operación de propaganda, pues si las obras públicas que anuncian son necesarias, al Estado corresponde financiarlas «de oficio», sin tanto bombo; y si son superfluas, sólo contribuirán a esquilmar el erario público, que -como ya sabemos- se abastece con los impuestos que pagan los tontos de los cojones. No sabemos si las obras serán necesarias o superfluas; lo que sí sabemos es el procedimiento que las empresas adjudicatarias utilizarán para acogerse a las ventajas del planazo: primero despedirán a sus trabajadores en plantilla y luego los volverán a contratar. Y así se generará un «volumen de empleo muy estimable».
Esto en lo que se refiere al corto plazo. En lo que se refiere al largo plazo, la idolatría zapateril ha diseñado otro planazo -este sí, infalible- que consiste en reducir el paro entre las generaciones venideras poniendo a trabajar a destajo las trituradoras de los abortorios. El paraíso en la tierra está a la vuelta de la esquina.
http://www.juanmanueldeprada.com/

En abril, empleos mil.- TOMÁS CUESTA
EL señor Rodríguez Zapatero, que no es tan desalmado como algunos pretenden, ha repartido esperanza a manos llenas, confianza a raudales, optimismo a espuertas. Los Reyes, este año, han llegado a Belén antes de tiempo y hasta los niños de San Ildefonso parecen haber cantado el gordo por sorpresa. En un país amedrentado por la crisis y que no sabe si, dentro de unas horas, va a celebrar la Navidad o La Última Cena, el anuncio balsámico del presidente del Gobierno es un rayo de sol (del sol que más calienta) en el abismo polar de las tinieblas. Lo que no es tradición es plagio, sentenció Eugenio d´Ors, solemne y académico. Así que Zapatero, en la línea de «Xenius», ha condensado en un refrán -por tradicionalismo que no quede- el plan de choque con el que el Ejecutivo nos va a rescatar de la indigencia.
«En abril, empleos mil». Ahí queda eso. ¿Quién sostendrá ahora que no tiene bemoles para coger el toro por los cuernos?
Sería la primera vez, en todo caso, porque si algo ha demostrado en estos años el señor Rodríguez Zapatero es que es capaz de atar las moscas por el rabo y de coger cualquier asunto por los pelos. Pero a la fuerza ahorcan y el cornalón del paro se lleva por delante al diestro y al siniestro. Vamos, que al Lince de Doñana no le ha quedado otro remedio que vestirse de luces (si es que alguna tiene) y ejecutar de nuevo el número del optimismo patriótico ante la estupefacción del ruedo ibérico. A fin de cuentas, el optimismo patriótico viene a ser una especie de salto de la rana interpretado por un batracio tetrapléjico. Un tremendismo inverso.
Mientras, los analistas extranjeros -que no entienden de toros y menos de cabestros- insisten en decir que se acabó la fiesta. Que hasta aquí hemos llegado y que, en lo sucesivo, nos va a tocar comernos el sobrero. Si es que algo sobra, luego de haber salido no por la puerta grande, sino por la del patio del desolladero. Cae el telón (de un tiempo a esta parte no para de caer tela), «la commedia _ finita» y se masca la tragedia. Sin embargo, «il pagliaccio», lejos de sollozar como manda el libreto, no para de reír a tumba abierta. Y en ésas estamos, mal que nos pese. A mitad de camino entre la ópera bufa (a ver si doña Sonsoles le envereda) y el bombero torero.
Aseguraba Jean-François Revel que, de todas las fuerzas que dirigen el mundo, la mentira es de lejos la más fuerte. Si aplicamos el «dictum» del pensador francés al pie de la letra, Rodríguez Zapatero debería ingresar lo antes posible en el restringido club de las superpotencias. ¿Cuántos son los dirigentes del planeta que han rendido culto a la mentira con semejante aplicación y con tanto provecho? No faltan aspirantes a igualar su récord. Está por demostrar que le superen. El problema, no obstante, es que hay embusteros y embusteros. Farsantes con talento -Sarkozy, por ejemplo- y farsantes ramplones, aturullados, siesos, que pretenden mentir y acaban desmintiéndose. Léase Zapatero.
«En abril, empleos mil». Concedamos, en honor a la verdad, que no es tarea fácil ahormar sobre la marcha el refranero y transformar lo consuetudinario en posmoderno. Más difícil resulta que un mentiroso compulsivo -que no ha desperdiciado nunca una ocasión de hacer saltar la banca del descrédito- pretenda engrosar, por la patilla, el rebaño de crédulos. A malas horas, mangas verdes. Por cierto, ya que estamos metidos en certezas, tachar de mentiroso compulsivo al señor presidente es un exceso. Antes de concluir, tachado queda. Lo innegable, en cambio, es que Rodríguez Zapatero, conforme ha ido creciendo en mañas, descaro y experiencia, ha terminado por alumbrar un género -o un subgénero, depende- en el que reina en solitario y sienta escuela. Zapatero no es, pues, un mentiroso compulsivo, ni contumaz, ni impenitente. Miente de una manera convulsiva, marcando estilo y estableciendo diferencias. Le oyes mentir y es que no falla: te convulsionas al momento. De hilaridad o de miedo. También eso depende.

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