HERMANN TERTSCH
RESULTA evidente que la anomalía en nuestra vida política democrática que se instaló aquí con la llegada al poder del Gran Timonel no deja de crecer. Ya no es un tumor por usar la metáfora que tanto le gusta al presidente -ojalá lo fuera-, sino metástasis que se extienden como una marabunta por el organismo tanto de la sociedad como del Estado. Todo hace temer que, cuando la situación económica -llamémoslo así para no caer en la melancolía ni el vértigo- alcance los niveles de menesterosidad y drama que nadie cree ya honestamente evitables, se harán presentes en la vida cotidiana todos los daños infligidos en el último lustro a nuestro tejido social y pacto democrático de la transición. No hay que ser muy agorero para prever que la lucha por la supervivencia va a adquirir unas formas muy rudas en este país. Que los códigos mínimos de respeto entre discrepantes han sido dinamitados otra vez en trágica recurrencia. Y que las instituciones del Estado, debilitadas, desprestigiadas y en parte exhaustas o inermes, van a ser poco y mal andamio ante los embates de la angustia, del odio, de la envidia y el rencor.
Sin un nuevo pacto nacional de convivencia, que hoy parece más lejano que nunca a la vista de las actitudes de tantos y especialmente del poder, este país seguirá descendiendo cada vez más rápidamente hacia la sima en la que la razón se rinde a las pasiones y a la angustia.
Llegamos a ser por unas décadas un país ejemplar a ojos de muchos y ahora nos encaminamos hacia el estado fallido. Es una triste paradoja que las generaciones formadas en la falta de libertad fueran las que lograron generar tanta cultura política, movilizaran tanto la calidad humana individual y colectiva y calidad. Y que las generaciones crecidas -que no formadas- en la sociedad democrática, las que no conocieron la dictadura, sean las que vayan a protagonizar el retorno a nuestra vida cotidiana de las miserias de España que tantos creíamos definitivamente superadas.
Da pereza enumerar anécdotas de este deterioro en nuestra vida política que ya forman parte de una categoría en el proceso de deterioro general. Aquí ya da igual que un líder político municipal supuestamente democrático sea visto y filmado mientras destruye propaganda política de otro partido democrático. En los países europeos con los que en su día nos homologamos políticamente, el dirigente socialista de Pinto que se va a hacer con la alcaldía el próximo lunes no sólo habría sido cesado fulminantemente por la dirección nacional. Habría sido expulsado del partido. Hay cosas que no se hacen. Arrancar los carteles del partido adversario es una de ellas en la conducta política como en la personal o social lo es el no tirarle los tejos a la anfitriona en casa de un amigo. Aquí todo da igual. Y cuando haya hambre seria, la ausencia de límites y respeto va a aterrorizar hasta a aquellos que más han hecho por dinamitarlos.
RESULTA evidente que la anomalía en nuestra vida política democrática que se instaló aquí con la llegada al poder del Gran Timonel no deja de crecer. Ya no es un tumor por usar la metáfora que tanto le gusta al presidente -ojalá lo fuera-, sino metástasis que se extienden como una marabunta por el organismo tanto de la sociedad como del Estado. Todo hace temer que, cuando la situación económica -llamémoslo así para no caer en la melancolía ni el vértigo- alcance los niveles de menesterosidad y drama que nadie cree ya honestamente evitables, se harán presentes en la vida cotidiana todos los daños infligidos en el último lustro a nuestro tejido social y pacto democrático de la transición. No hay que ser muy agorero para prever que la lucha por la supervivencia va a adquirir unas formas muy rudas en este país. Que los códigos mínimos de respeto entre discrepantes han sido dinamitados otra vez en trágica recurrencia. Y que las instituciones del Estado, debilitadas, desprestigiadas y en parte exhaustas o inermes, van a ser poco y mal andamio ante los embates de la angustia, del odio, de la envidia y el rencor.
Sin un nuevo pacto nacional de convivencia, que hoy parece más lejano que nunca a la vista de las actitudes de tantos y especialmente del poder, este país seguirá descendiendo cada vez más rápidamente hacia la sima en la que la razón se rinde a las pasiones y a la angustia.
Llegamos a ser por unas décadas un país ejemplar a ojos de muchos y ahora nos encaminamos hacia el estado fallido. Es una triste paradoja que las generaciones formadas en la falta de libertad fueran las que lograron generar tanta cultura política, movilizaran tanto la calidad humana individual y colectiva y calidad. Y que las generaciones crecidas -que no formadas- en la sociedad democrática, las que no conocieron la dictadura, sean las que vayan a protagonizar el retorno a nuestra vida cotidiana de las miserias de España que tantos creíamos definitivamente superadas.
Da pereza enumerar anécdotas de este deterioro en nuestra vida política que ya forman parte de una categoría en el proceso de deterioro general. Aquí ya da igual que un líder político municipal supuestamente democrático sea visto y filmado mientras destruye propaganda política de otro partido democrático. En los países europeos con los que en su día nos homologamos políticamente, el dirigente socialista de Pinto que se va a hacer con la alcaldía el próximo lunes no sólo habría sido cesado fulminantemente por la dirección nacional. Habría sido expulsado del partido. Hay cosas que no se hacen. Arrancar los carteles del partido adversario es una de ellas en la conducta política como en la personal o social lo es el no tirarle los tejos a la anfitriona en casa de un amigo. Aquí todo da igual. Y cuando haya hambre seria, la ausencia de límites y respeto va a aterrorizar hasta a aquellos que más han hecho por dinamitarlos.
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