Víctor Manuel Arbeloa, antiguo diputado navarro, senador y europarlamentario, da un vuelco a las pretensiones de "culpabilidad" en las relaciones entre la Iglesia y la Segunda República.
(Víctor Manuel Arbeloa ha sido uno de los dirigentes históricos del socialismo navarro, primer presidente del Parlamento de la comunidad foral (1979-1983), y senador y europarlamentario hasta 1994). EN 2002 ABANDONÓ EL PSOE
ASÍ FUE LA REPÚBLICA
Víctor Manuel Arbeloa. La Iglesia que buscó la concordia (1931-1936). Encuentro. Madrid, 2008. 389 p. 24 €
El mundo entero se sorprendió entre 1931 y 1939 al ver cómo la España católica había dejado de serlo. No se trataba sólo de una frase poco afortunada y ciertamente mal entendida de Manuel Azaña. Fue una dolorosa constatación que llevó primero a una ruptura drástica entre un nuevo Estado laicista, cuando no militantemente anticatólico, para terminar después en una persecución violenta de los fieles por el hecho de serlo. Víctor Manuel Arbeloa ha querido y conseguido describir cómo vivió la Iglesia organizada –no sólo la jerarquía- semejante tempestad.
La Iglesia se enfrentó en España a una situación que pocos habían sabido prever, y lo hizo mal dotada de medios, de hombres y de ideas. Pero la responsabilidad por lo sucedido no recae tanto en los católicos como en quienes dedicaron grandes esfuerzos políticos y sociales a la lucha contra lo que, desde una ideología atea o anticatólica, consideraban representado por la Iglesia romana.
Arbeloa, formado sacerdote en España y en Italia, con amplia experiencia en la vida pública, conocedor de la historia y en especial de la historia de las ideas, en sí mismo es hoy -2008- uno de los pocos lujos que sigue permitiéndose la escena cultural navarra.
(Víctor Manuel Arbeloa ha sido uno de los dirigentes históricos del socialismo navarro, primer presidente del Parlamento de la comunidad foral (1979-1983), y senador y europarlamentario hasta 1994). EN 2002 ABANDONÓ EL PSOE
ASÍ FUE LA REPÚBLICA
Víctor Manuel Arbeloa. La Iglesia que buscó la concordia (1931-1936). Encuentro. Madrid, 2008. 389 p. 24 €
El mundo entero se sorprendió entre 1931 y 1939 al ver cómo la España católica había dejado de serlo. No se trataba sólo de una frase poco afortunada y ciertamente mal entendida de Manuel Azaña. Fue una dolorosa constatación que llevó primero a una ruptura drástica entre un nuevo Estado laicista, cuando no militantemente anticatólico, para terminar después en una persecución violenta de los fieles por el hecho de serlo. Víctor Manuel Arbeloa ha querido y conseguido describir cómo vivió la Iglesia organizada –no sólo la jerarquía- semejante tempestad.
La Iglesia se enfrentó en España a una situación que pocos habían sabido prever, y lo hizo mal dotada de medios, de hombres y de ideas. Pero la responsabilidad por lo sucedido no recae tanto en los católicos como en quienes dedicaron grandes esfuerzos políticos y sociales a la lucha contra lo que, desde una ideología atea o anticatólica, consideraban representado por la Iglesia romana.
Arbeloa, formado sacerdote en España y en Italia, con amplia experiencia en la vida pública, conocedor de la historia y en especial de la historia de las ideas, en sí mismo es hoy -2008- uno de los pocos lujos que sigue permitiéndose la escena cultural navarra.
Hombre de visión moderna y universal, ha creído durante mucho tiempo en la posibilidad de ser católico y socialista.
Contra las versiones maniqueas de unos y de otros, Arbeloa muestra un conocimiento profundo de la vida de la Iglesia desde los albores de la República hasta las vísperas del alzamiento. La Iglesia no recibió con hostilidad la República, y ésta no nació excomulgada.
Contra las versiones maniqueas de unos y de otros, Arbeloa muestra un conocimiento profundo de la vida de la Iglesia desde los albores de la República hasta las vísperas del alzamiento. La Iglesia no recibió con hostilidad la República, y ésta no nació excomulgada.
Pese a la formación y el carácter sin duda ásperos de algunos de sus pastores, como los cardenales Pedro Segura e Isidro Gomá, lo cierto es que los católicos en general y la jerarquía en particular hicieron todo tipo de esfuerzos para lograr un espacio propio de libertad, aceptando que el Estado ya no era confesional pero exigiendo respeto para la fe y sentido común en la aplicación de los cambios, sobre todo porque España había sido orgánicamente católica durante un milenio y medio antes del 14 de abril.
El intento baldío de Vidal y Barraquer
El protagonista del relato de Arbeloa, como lo ha sido antes de investigaciones suyas no concebidas para el gran público, es el cardenal Francisco Vidal y Barraquer, que desde el exilio de don Pedro Segura hasta la elevación de don Isidro Gomá a la sede toledana fue el interlocutor eclesiástico de los sucesivos Gobiernos republicanos. Monseñor Vidal, inspirado por la experiencia francesa y con una amplia formación moderna, creyó sinceramente posible que la República no fuese hostil a la Iglesia y contó con el apoyo de muchos católicos relevantes, tanto en los partidos republicanos como en los ajenos al nuevo régimen. Hubo católicos en la República, sí, pero los partidos que definieron el marco institucional en las Cortes Constituyentes estaban inspirados por un prejuicio anticlerical decimonónico, en unos casos masónico y en otros marxista.
Vidal y Barraquer tuvo, en la lectura de Arbeloa, problemas tanto con los ajenos como con los propios. Y es que no era fácil convencer a una Iglesia a menudo anquilosada de la necesidad de aceptar el régimen para obtener en él la libertad necesaria. En Roma, aunque la Secretaría de Estado del entonces cardenal Eugenio Pacelli vio en la República incluso una oportunidad para liberar a la Iglesia de ataduras incómodas, terminó prevaleciendo la impresión de una agresión continua contra la Iglesia y la fe. Pese a la buena voluntad del laicado organizado –no en último lugar Ángel Herrera Oria-, era imposible negar la sucesión de atropellos que empezó con la quema de iglesias ya en 1931 y que se consolidó en un régimen político no ya aconfesional sino confesionalmente discriminatorio contra los católicos y en la práctica imposible de enmendar.
De cómo Vidal fracasó, y por qué, es bueno informarse leyendo a Arbeloa. Bueno y aun necesario, ya que el fracasado modelo republicano laicista y frentepopulista está en la raíz (para nada oculta) del proyecto en curso en España en estas dos últimas legislaturas de la monarquía democrática. La idealización acrítica de aquella república que llevó a la guerra nos pone a todos en la tesitura de repetir errores ya cometidos. En estos tiempos de desdichada "memoria histórica" leer a Arbeloa no sólo es grato, sino que resulta útil para quien deba tomar decisiones y elegir caminos ante la vida pública.
El intento baldío de Vidal y Barraquer
El protagonista del relato de Arbeloa, como lo ha sido antes de investigaciones suyas no concebidas para el gran público, es el cardenal Francisco Vidal y Barraquer, que desde el exilio de don Pedro Segura hasta la elevación de don Isidro Gomá a la sede toledana fue el interlocutor eclesiástico de los sucesivos Gobiernos republicanos. Monseñor Vidal, inspirado por la experiencia francesa y con una amplia formación moderna, creyó sinceramente posible que la República no fuese hostil a la Iglesia y contó con el apoyo de muchos católicos relevantes, tanto en los partidos republicanos como en los ajenos al nuevo régimen. Hubo católicos en la República, sí, pero los partidos que definieron el marco institucional en las Cortes Constituyentes estaban inspirados por un prejuicio anticlerical decimonónico, en unos casos masónico y en otros marxista.
Vidal y Barraquer tuvo, en la lectura de Arbeloa, problemas tanto con los ajenos como con los propios. Y es que no era fácil convencer a una Iglesia a menudo anquilosada de la necesidad de aceptar el régimen para obtener en él la libertad necesaria. En Roma, aunque la Secretaría de Estado del entonces cardenal Eugenio Pacelli vio en la República incluso una oportunidad para liberar a la Iglesia de ataduras incómodas, terminó prevaleciendo la impresión de una agresión continua contra la Iglesia y la fe. Pese a la buena voluntad del laicado organizado –no en último lugar Ángel Herrera Oria-, era imposible negar la sucesión de atropellos que empezó con la quema de iglesias ya en 1931 y que se consolidó en un régimen político no ya aconfesional sino confesionalmente discriminatorio contra los católicos y en la práctica imposible de enmendar.
De cómo Vidal fracasó, y por qué, es bueno informarse leyendo a Arbeloa. Bueno y aun necesario, ya que el fracasado modelo republicano laicista y frentepopulista está en la raíz (para nada oculta) del proyecto en curso en España en estas dos últimas legislaturas de la monarquía democrática. La idealización acrítica de aquella república que llevó a la guerra nos pone a todos en la tesitura de repetir errores ya cometidos. En estos tiempos de desdichada "memoria histórica" leer a Arbeloa no sólo es grato, sino que resulta útil para quien deba tomar decisiones y elegir caminos ante la vida pública.
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