JOSÉ MARÍA CARRASCAL.- ABC, Viernes, 19-12-08
SI los socialistas o, para ser exactos, los zapateristas -esa tribu sólo interesada en retener el poder a cualquier precio- creen que los nacionalistas van a agradecerles los favores que les hacen, están pero que muy equivocados. Los nacionalistas aceptan favores, pero cuando se les pide reciprocidad contestan: «¿Qué favores? Eso era algo que nos pertenecía.» Y piden más. Indefectiblemente.
Dos votaciones en el Congreso prueban este drama de traiciones e insolencias que está viviendo España en plena crisis económica. El martes, el PSOE se unió a los nacionalistas contra la propuesta del partido de Rosa Díez y del PP, de disolver sin dilaciones los 42 ayuntamientos regidos por la proetarra ANV, ilegalizada por el Tribunal Supremo e incluida en la lista de organizaciones terroristas por la Unión Europea. ¿No son razones más que suficientes para privarle de todo poder y del dinero que éste conlleva? No, contestan nacionalistas y socialistas, hay que ir caso por caso, a ser posible con mociones de censura en cada ayuntamiento, tras una reforma de la ley de Régimen Local. Traducido a los hechos, significa dejarlo «ad calendas graecas», o por lo menos, hasta después de las próximas elecciones vascas, para que Patxi López pueda arrancar el mayor número posible de votos turbios, que allí abundan.
Pocas oportunidades mejores que ésta ha tenido el socialismo de Zapatero para demostrar con hechos, no palabras, que está dispuesto a derrotar a ETA y su entorno. Y pocas ha quedado tan de manifiesto que, más que derrotarla, lo que busca es pactar con ella. O, al menos, con sus «moderados». Como si hubiera moderados en la banda. O como si, de haberlos, pintaran algo. Fue el gobierno Zapatero quien permitió a ANV presentarse a las últimas municipales vascas, con la esperanza de incorporarla a su fracasado «proceso de paz». Corresponde al gobierno Zapatero, por tanto, desalojar de los ayuntamientos al brazo político de ETA. Pero no lo hace, despertando legítimas sospechas de que no ha renunciado al sueño de negociar con ella.
Algo parecido le ocurre con los nacionalistas catalanes. Les ha dado el nuevo estatuto que pedían. Pero en vez de agradecérselo, le exigen cumplir todos los compromisos económicos que incluye. Al no poder hacerlo debido a la tremenda crisis que atravesamos, han votado contra los presupuestos de 2009, que el gobierno salvó por los pelos, gracias a los votos de otros nacionalistas, los vascos y los gallegos, que pasarán también la bandeja. Mejor dicho, que ya la han pasado.
Pero el margen de maniobra de Zapatero se reduce alarmantemente, como ocurre a todos los chantajeados. Para gobernar España, pactó con quienes no creen en ella. Ello le pone una y otra vez en la tesitura de traicionar a España o a sus socios. Las dos últimas votaciones en el Congreso muestran que prefiere a sus socios, soñando en que le correspondan. Pero el nacionalismo, como Roma, no paga a traidores. Sólo cobra. Por eso hay tantos nacionalistas en España. Aunque ése es otro cantar. ¿O es el de siempre?
SI los socialistas o, para ser exactos, los zapateristas -esa tribu sólo interesada en retener el poder a cualquier precio- creen que los nacionalistas van a agradecerles los favores que les hacen, están pero que muy equivocados. Los nacionalistas aceptan favores, pero cuando se les pide reciprocidad contestan: «¿Qué favores? Eso era algo que nos pertenecía.» Y piden más. Indefectiblemente.
Dos votaciones en el Congreso prueban este drama de traiciones e insolencias que está viviendo España en plena crisis económica. El martes, el PSOE se unió a los nacionalistas contra la propuesta del partido de Rosa Díez y del PP, de disolver sin dilaciones los 42 ayuntamientos regidos por la proetarra ANV, ilegalizada por el Tribunal Supremo e incluida en la lista de organizaciones terroristas por la Unión Europea. ¿No son razones más que suficientes para privarle de todo poder y del dinero que éste conlleva? No, contestan nacionalistas y socialistas, hay que ir caso por caso, a ser posible con mociones de censura en cada ayuntamiento, tras una reforma de la ley de Régimen Local. Traducido a los hechos, significa dejarlo «ad calendas graecas», o por lo menos, hasta después de las próximas elecciones vascas, para que Patxi López pueda arrancar el mayor número posible de votos turbios, que allí abundan.
Pocas oportunidades mejores que ésta ha tenido el socialismo de Zapatero para demostrar con hechos, no palabras, que está dispuesto a derrotar a ETA y su entorno. Y pocas ha quedado tan de manifiesto que, más que derrotarla, lo que busca es pactar con ella. O, al menos, con sus «moderados». Como si hubiera moderados en la banda. O como si, de haberlos, pintaran algo. Fue el gobierno Zapatero quien permitió a ANV presentarse a las últimas municipales vascas, con la esperanza de incorporarla a su fracasado «proceso de paz». Corresponde al gobierno Zapatero, por tanto, desalojar de los ayuntamientos al brazo político de ETA. Pero no lo hace, despertando legítimas sospechas de que no ha renunciado al sueño de negociar con ella.
Algo parecido le ocurre con los nacionalistas catalanes. Les ha dado el nuevo estatuto que pedían. Pero en vez de agradecérselo, le exigen cumplir todos los compromisos económicos que incluye. Al no poder hacerlo debido a la tremenda crisis que atravesamos, han votado contra los presupuestos de 2009, que el gobierno salvó por los pelos, gracias a los votos de otros nacionalistas, los vascos y los gallegos, que pasarán también la bandeja. Mejor dicho, que ya la han pasado.
Pero el margen de maniobra de Zapatero se reduce alarmantemente, como ocurre a todos los chantajeados. Para gobernar España, pactó con quienes no creen en ella. Ello le pone una y otra vez en la tesitura de traicionar a España o a sus socios. Las dos últimas votaciones en el Congreso muestran que prefiere a sus socios, soñando en que le correspondan. Pero el nacionalismo, como Roma, no paga a traidores. Sólo cobra. Por eso hay tantos nacionalistas en España. Aunque ése es otro cantar. ¿O es el de siempre?
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