domingo, 8 de junio de 2008

Una crisis es también una oportunidad


Movilizaciones: camioneros, pescadores, agricultores...
Subidas: del paro, del petróleo, de los intereses, de las hipotecas.
Bajadas de la Bolsa, del crecimiento, de la confianza.
«El Gobierno conoce el problema y trabaja sin descanso para solucionarlo. Estén seguros de que saldremos adelante», nos tranquiliza la vicepresidenta.
Pero ni en las carreteras, ni en los puertos, ni en las lonjas, ni en la Bolsa hay el menor rastro de tranquilidad; lo que hay es nerviosismo.
Empezamos a pagar la imprevisión, el despilfarro y las falsas prioridades de la pasada legislatura: Reforma de Estatutos y Memoria Histórica, Alianza de de Civilizaciones, Laicismo.

¿Y los verdaderos problemas: desequilibrios económicos, escasa productividad, déficit comercial, falta de coordinación solidaria entre las Comunidades Autónomas…
“Una crisis, sin embargo, no es sólo un peligro. Es también una oportunidad.
Un auténtico Gobierno aprovecharía la crisis para hacer las reformas estructurales que necesita la economía española:, para ponerla sobre bases más firmes que la construcción y la demanda interna, orientándola hacia la productividad, la competitividad, las exportaciones, la investigación, el desarrollo tecnológico, que es donde está hoy la riqueza de las naciones.
El cambio no es fácil, ni cómodo, sino complejo y doloroso, pero otros lo han hecho y no hay razones para que no podamos hacerlo nosotros. Siempre que nos convenzan de que podemos hacerlo.
Una de las principales funciones de todo gobierno es la pedagógica, el educar a su pueblo en las realidades, de forma que se adapte a ellas, por duras que sean. Pero este Gobierno. en vez de educar a los españoles, nos ha malcriado, haciéndonos creer que vivíamos mejor que nadie, lo que en algunos casos era verdad, pero al de haber hipotecado el futuro de todos. Nada de ello, sin embargo, hace apearse al Gobierno de su optimismo. ¿Qué espera? ¿Un milagro? No lo descartaría. A fin de cuentas, el problema del agua se ha solucionado con dos meses de lluvia. El económico puede solucionarse con una lluvia de euros. Tal vez sea la solución que apuntaba la Vice, pese a su laicismo y vestuario” (José María Carrascal).

La economía sin velos
“El Gobierno fracasaba en sus previsiones, pero tuvo éxito el mito de que, ante lo que se iba describiendo con diferentes eufemismos, estábamos mejor preparados que cualquiera: el superávit, el crecimiento superior a la media europea, etc. No es que el Gobierno no hiciera nada, como se dijo elevando el tono de la crítica, sino que no hacía precisamente lo que exigía un diagnóstico que no se quería aceptar.
El latiguillo «podemos permitírnoslo» había sido utilizado por el presidente Rodríguez Zapatero para justificar, ante los escépticos, cualquier ampliación de las políticas basadas en los subsidios u otras decisiones que ponían en peligro el equilibrio presupuestario e incluso, algunas, incidían en la eficacia de las políticas nacionales.

Sencillamente no crecemos
Ahora estamos en plena ducha fría. Vemos la caída de las ventas inmobiliarias y el aumento del paro, con el problema añadido de que golpea con mayor dureza -por el tipo de empleo y por la ausencia en muchos casos de la red protectora de las familias- a los inmigrantes.
Se suceden las noticias de protestas de pescadores, taxistas, transportistas, etc.
Las hipotecas se convierten en un drama.
Las oportunidades de empleo descienden vertiginosamente.
El superávit peligra.
Comenzamos a un crecimiento menor que el de nuestros vecinos y si tomamos para medirlo periodos cortos, es decir, el presente inmediato, sencillamente no crecemos”.
«Trabajamos sin descanso», respondía el viernes la vicepresidenta ante las quejas de inactividad. Pero ya sabemos que las políticas asistenciales de urgencia, además de la arbitrariedad de algunas de ellas, no dan para más.
El Presupuesto, usado de este modo y no para generar el marco adecuado para la competitividad y la creación de riqueza, se agota enseguida e incluso, de este o de otro modo, la utilización del déficit es contraproducente.
«Para eso está, para circunstancias como ésta», se oye decir ahora sobre el déficit -que ha pasado en la retórica oficial el papel de garante que hasta ayer tenía el superávit-.
Pero el déficit no lo pagan los gobernantes más adelante, sino que es uno de los más injustos impuestos que recaen sobre todos los ciudadanos.
En un escenario en el que, a pesar de aquello de que bajar los impuestos era «de izquierdas», ha subido la presión fiscal, afectando directamente a los asalariados, el déficit es un sistema más de restar recursos para la iniciativa productiva.
«Apretarse el cinturón» no es algo que corresponda sólo a los ciudadanos, sino también a las cuentas públicas que se nutren de éstos.
Es hora ya de añadir a los parches reformas estructurales y medidas de más largo alcance. Si tenemos un problema de abastecimiento y de coste petrolífero no hay que dejar de lado la energía nuclear, sobre la que ya ha cancelado sus recelos hasta Felipe González.
Si existe un problema de competitividad, no sólo la mirada sino es fundamental que la acción política se concentre en la liberalización económica, en la seriedad de los órganos reguladores, en la sociedad del conocimiento y en el mercado laboral.
Ni todos los males vienen de fuera, como se decía en campaña electoral, ni de fuera van a venir los remedios. (German Yanke)

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