domingo, 29 de junio de 2008

El terrible y hermoso oficio de vivir


Durante tres años, no tuvo nombre ni apellidos, fue sólo un número más, el 69.084 del campo de exterminio de Plaszow. ¿Su crimen? Ser judío hasta la médula como los otros seis millones de correligionarios asesinados por los nazis, entre ellos sus padres y uno de sus hermanos. Ahora sabemos que su nombre fue (hasta 2002, año de su muerte) Joseph Bau, uno de los personajes inmortalizados por Spielberg en «La lista de Schindler», un delineante que salvó la vida gracias a su talento para el dibujo que los alemanes aprovecharon a conveniencia. Ahora, los recuerdos de aquel tiempo nos llegan por el canal de la memoria en «El pintor de Cracovia" (Ed. B) un libro que deja una vez constancia y noticia de uno de los períodos más dantescos de la Historia, un libro de alguien que escribe en el preámbulo: «No soy responsable de lo aquí expuesto. Lo copié todo de la vida».
A la familia Bau, la guerra le había sorprendido en su Cracovia natal. Poco después fueron encerrados en el gueto de la ciudad, y en unos meses fueron enviados al campo de exterminio. Bau salvó la vida gracias a Schindler, al caprichoso destino y a sus dotes como dibujante, tal y como explican sus hijas Clila y Hadassa: «Era un artista y les fue útil, si no le habrían matado. Pero además de eso, le salvó que nunca perdió ni el sentido del humor, ni la esperanza, ni el amor».
Además de hacer mapas y dibujos técnicos para los nazis, en el campo Joseph Bau falsificaba documentos delante del propio Amon Goeth (asesino de diez mil judíos), pintaba y escribía poemas en miniatura que se incluyen en su libro: «Y ni un solo hombre trató de intervenir por temor a arriesgar su privilegio... hasta que los forasteros se pusieron manos a la obra en su portal».
Bau jamás perdió, a pesar de los pesares, a pesar del martirio, la ternura y la humanidad, hasta la ironía: «Un humo denso que olía a carne quemada flotaba sobre los barracones y anunciaba que ésa era la última noche para el último muerto del campo. Se iban en forma de humo blanco que subía rápidamente, agitaban la mano en señal de despedida y contemplaban con pena a todos los que se quedaban atrás. Después bailaban alegremente celebrando su nueva libertad antes de desintegrarse en el aire».
Bau, increíblemente también tuvo tiempo para el amor. A pesar de que «cuando las SS capturaban a una pareja haciendo el amor el castigo era una doble ejecución». Pero él se disfrazaba de mujer para ver al amor de su vida, Rebecca Tennenbaum. En una muestra inverosímil de arrojo y romanticismo, Joseph y ella se casaron en el barracón. Mientras, en el campo, el terror continuaba: «...detrás están las jaulas de los perros (180) entrenados para atacar a personas vestidas de rayas y alimentados a diario con carne y sopa de fideos. Cuando un judío tenía que referirse a un perro delante de un alemán tenía que usar el nombre precedido de la palabra señor mientras que él era un número».
Su inteligencia, su fe y su esperanza le salvaron la vida de milagro. Aunque el milagro también tuvo otro ombre, Oskar Schindler. A cambio de un favor que le debía, Rebecca consiguió que Joseph fuera admitido como trabajador de la fábrica del heroico empresario. Pero tuvieron que separarse: «Y cuídate, mi amor querido y sagrado». Ella también sobreviviría a pesar de vérselas cara a cara con Menguele, el ángel de la muerte, en Autschwitz.
Bau vivió para contarlo y hoy, los hombres de buena voluntad le recuerdan como «El pintor de Cracovia», uno de esos héroes que luchó y soñó para escapar del infierno.

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