"Esa es la enorme, la insalvable diferencia entre el nacionalismo español y los nacionalismos surgidos en su seno: el actual nacionalismo español siente como suyo lo catalán, lo vasco, lo gallego, lo andaluz, lo valenciano, lo castellano, lo extremeño y cuantas variedades encierra, mientras esos nacionalismos no reconocen la parte que tienen de españoles. Es más, la combaten con tal saña que llegan a autolesionarse y a atentar contra sus propios intereses, como ocurre con el idioma común, que es el de cuatrocientos millones de personas.
El nacionalismo español es, en suma, abarcador, se enorgullece de los éxitos ocurridos en cualquier punto de su territorio, goza de su variedad de paisajes, costumbres, climas, cocinas, presume de tener un pequeño continente como patria. Mientras el nacionalismo local mira al vecino como enemigo, le amargan sus éxitos y se alegra de sus fracasos, aunque esos fracasos repercutan desfavorablemente sobre él.
Nada hay de malo en el amor a la tierra que nos vio nacer y en enorgullecerse de sus hechos y sus gentes. Pero cuando ese amor y ese orgullo se alimentan de rechazo, de odio, de cerrazón y de soberbia, lo que era sentimiento positivo se torna negativo. Dicho de otra forma: a nuestros nacionalismos les falta su 98, su depuración crítica, su bagaje universal. Es incluso posible que nunca lo tengan, al ser en realidad localismos.
Creo que con ello queda contestada la pregunta del principio. Aunque puede que no hubiese necesitado tantas palabras, que me hubiera bastado apuntar lo que están haciendo Ibarretxe, Carod y Quintana con sus respectivas comunidades". José Maria Carrascal
lunes, 30 de junio de 2008
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