Gafe. CURRI VALENZUELA.- ABC
Zapatero ha decidido unir su suerte a la de la selección nacional de fútbol y de pronto muchos convencidos en la victoria de España esta noche se han echado a temblar ante la posibilidad de que, como se dice por ahí, el presidente sea gafe y su presencia en el palco de Viena origine una victoria de los alemanes.
El propio Zapatero ha tenido que salir a la palestra para desmentir públicamente que él lo sea, recordándonos la cantidad de éxitos conseguidos por deportistas españoles en numerosas especialidades desde que él reside en La Moncloa, si bien es cierto que ni Alonso, ni Nadal, ni la selección de baloncesto ni ninguno de nuestros grandes ciclistas han subido a un podio delante de él, que es lo que cuenta.
También es verdad que el presidente, que tiene una afición desmedida por hacer pronósticos en público, no suele dar ni una cuando se arriesga. Hay que recordar su voluntarioso apoyo a Kerry, Schröder y Segolene Royal, que tanta desconfianza provocaría en Obama de ser consciente el candidato demócrata de la admiración que despierta en Zapatero. Y, sin ir tan lejos, hay que citar sus repetidas declaraciones rechazando la existencia de una crisis económica que ha acabado echando por los suelos su escasa credibilidad.
Por todo ello y por su propia decisión, el presidente del Gobierno se la juega esta noche, en la que se convierte en el jugador número 12 de la selección. Si España gana, nuestros chicos volverán victoriosos con su trofeo y Zapatero radiante de haber dejado atrás el sambenito que se le ha colgado. Si España pierde, unirá a todos los problemas que se acumulan en la mesa de su despacho el peor de todos ellos: el de cargar con la culpa de la derrota.
Zapatero ha decidido unir su suerte a la de la selección nacional de fútbol y de pronto muchos convencidos en la victoria de España esta noche se han echado a temblar ante la posibilidad de que, como se dice por ahí, el presidente sea gafe y su presencia en el palco de Viena origine una victoria de los alemanes.
El propio Zapatero ha tenido que salir a la palestra para desmentir públicamente que él lo sea, recordándonos la cantidad de éxitos conseguidos por deportistas españoles en numerosas especialidades desde que él reside en La Moncloa, si bien es cierto que ni Alonso, ni Nadal, ni la selección de baloncesto ni ninguno de nuestros grandes ciclistas han subido a un podio delante de él, que es lo que cuenta.
También es verdad que el presidente, que tiene una afición desmedida por hacer pronósticos en público, no suele dar ni una cuando se arriesga. Hay que recordar su voluntarioso apoyo a Kerry, Schröder y Segolene Royal, que tanta desconfianza provocaría en Obama de ser consciente el candidato demócrata de la admiración que despierta en Zapatero. Y, sin ir tan lejos, hay que citar sus repetidas declaraciones rechazando la existencia de una crisis económica que ha acabado echando por los suelos su escasa credibilidad.
Por todo ello y por su propia decisión, el presidente del Gobierno se la juega esta noche, en la que se convierte en el jugador número 12 de la selección. Si España gana, nuestros chicos volverán victoriosos con su trofeo y Zapatero radiante de haber dejado atrás el sambenito que se le ha colgado. Si España pierde, unirá a todos los problemas que se acumulan en la mesa de su despacho el peor de todos ellos: el de cargar con la culpa de la derrota.
La Eurocopa no es una coartada JOSÉ MARÍA CARRASCAL.- ABC
ESPERO que nuestra brillante trayectoria en la Eurocopa no nos haga olvidar los graves problemas que tenemos. Pues aunque hayamos vencido a Italia, a Rusia, a Holanda e incluso venzamos hoy a Alemania, la inflación continuará subiendo y nuestras reservas, bajando. El paro se disparará, lo mismo que las hipotecas. Seguiremos teniendo una de las economías más desequilibradas y una productividad raquítica. Eso por no hablar ya de otro tipo de problemas de mayor calado, como el desafío secesionista de Ibarretxe o la secuela soberanista de los nuevos estatutos.
Pero conociendo a nuestros gobernantes, doy casi por seguro que aprovecharán la ocasión para vendernos que somos los primeros, después de haber puesto verde a Franco por hacer del fútbol un rito nacional y un escape de las penurias cotidianas. Y conociendo nuestra propensión a tomar el rábano por las hojas, no me extrañaría que estuviésemos dispuestos a comprárselo. Con lo que las rosas de esta Eurocopa estarían destinadas a convertirse en espinas, una vez pasada la euforia de creernos los mejores, aunque sea en algo tan aleatorio como introducir un balón entre tres palos, pese a los esfuerzos de un mocetón por evitarlo. Pues, lamentablemente, los goles no cotizan en bolsa ni sirven para convertir lo blanco en negro.
No intento con esto que digo restar mérito a nuestras victorias por Austria y Suiza, e incluso encuentro en ellas un valor que va bastante más allá del puramente deportivo. Me refiero a haber visto por primera vez una selección nacional preparada, conjuntada, con ganas de luchar y de ganar. Luis ha hecho con ella lo contrario que Zapatero ha hecho con España: convertir jugadores llegados de los más distintos puntos de nuestra geografía en un equipo que juega con armonía y eficacia. Allí no hay catalanes, valencianos, asturianos, andaluces o castellanos. Allí hay sólo españoles en busca de un objetivo común: hacerlo mejor que los demás. Sin que falte el rasgo más reciente de nuestro país: los recién llegados, los «nuevos españoles», representados por Senna, no sólo plenamente integrado en el equipo, sino interpretando en él un papel relevante. Celebrando todos como suyo el éxito de uno de ellos y cubriendo inmediatamente el fallo que pueda tener cualquier compañero. No me digan que no es un cuadro digno de admirarse y enorgullecerse, le guste o no a uno el fútbol. Sólo por eso vale la pena ver jugar a esta selección, que nos hace olvidar el espectáculo diario en nuestras calles y parlamentos, donde sólo se aprecia una lucha cainita, negándonos unos a otros el pan, la sal y el agua. ¡Qué lección nos han dado estos chicos! Posiblemente, la más importante en la vida colectiva: que juntos se va mucho más lejos que separados y que nada nos es regalado, sino que tenemos que ganárnoslo. Tanto es así que me atrevo a preguntar en voz alta ¿por qué no hacemos a Luis presidente del Gobierno? Peor que el actual no iba a hacerlo.
ESPERO que nuestra brillante trayectoria en la Eurocopa no nos haga olvidar los graves problemas que tenemos. Pues aunque hayamos vencido a Italia, a Rusia, a Holanda e incluso venzamos hoy a Alemania, la inflación continuará subiendo y nuestras reservas, bajando. El paro se disparará, lo mismo que las hipotecas. Seguiremos teniendo una de las economías más desequilibradas y una productividad raquítica. Eso por no hablar ya de otro tipo de problemas de mayor calado, como el desafío secesionista de Ibarretxe o la secuela soberanista de los nuevos estatutos.
Pero conociendo a nuestros gobernantes, doy casi por seguro que aprovecharán la ocasión para vendernos que somos los primeros, después de haber puesto verde a Franco por hacer del fútbol un rito nacional y un escape de las penurias cotidianas. Y conociendo nuestra propensión a tomar el rábano por las hojas, no me extrañaría que estuviésemos dispuestos a comprárselo. Con lo que las rosas de esta Eurocopa estarían destinadas a convertirse en espinas, una vez pasada la euforia de creernos los mejores, aunque sea en algo tan aleatorio como introducir un balón entre tres palos, pese a los esfuerzos de un mocetón por evitarlo. Pues, lamentablemente, los goles no cotizan en bolsa ni sirven para convertir lo blanco en negro.
No intento con esto que digo restar mérito a nuestras victorias por Austria y Suiza, e incluso encuentro en ellas un valor que va bastante más allá del puramente deportivo. Me refiero a haber visto por primera vez una selección nacional preparada, conjuntada, con ganas de luchar y de ganar. Luis ha hecho con ella lo contrario que Zapatero ha hecho con España: convertir jugadores llegados de los más distintos puntos de nuestra geografía en un equipo que juega con armonía y eficacia. Allí no hay catalanes, valencianos, asturianos, andaluces o castellanos. Allí hay sólo españoles en busca de un objetivo común: hacerlo mejor que los demás. Sin que falte el rasgo más reciente de nuestro país: los recién llegados, los «nuevos españoles», representados por Senna, no sólo plenamente integrado en el equipo, sino interpretando en él un papel relevante. Celebrando todos como suyo el éxito de uno de ellos y cubriendo inmediatamente el fallo que pueda tener cualquier compañero. No me digan que no es un cuadro digno de admirarse y enorgullecerse, le guste o no a uno el fútbol. Sólo por eso vale la pena ver jugar a esta selección, que nos hace olvidar el espectáculo diario en nuestras calles y parlamentos, donde sólo se aprecia una lucha cainita, negándonos unos a otros el pan, la sal y el agua. ¡Qué lección nos han dado estos chicos! Posiblemente, la más importante en la vida colectiva: que juntos se va mucho más lejos que separados y que nada nos es regalado, sino que tenemos que ganárnoslo. Tanto es así que me atrevo a preguntar en voz alta ¿por qué no hacemos a Luis presidente del Gobierno? Peor que el actual no iba a hacerlo.
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