miércoles, 25 de junio de 2008

Algo se está moviendo



El castellano en España.
José Manuel Cabello, Haydée Briceño Vivas, Emilio Escriva Monto y Pablo Gamallo Otero 26/06/2008
Antes solía envidiar a las comunidades autónomas bilingües, ahora, desgraciadamente, las compadezco. ¡Qué bonita es la libertad de elegir y qué desgracia es que te la impongan!- José Manuel Cabello. Málaga.
Finalmente, comienza un movimiento a favor de la única lengua que sin lugar a dudas une a todos los españoles. Las razones esgrimidas por Savater y los defensores del castellano son muy válidas pero falta una muy importante: no basta con que cientos de millones de personas lo hablen para considerarlo "fuerte", porque lamentablemente un porcentaje muy alto de ese conglomerado carece de la preparación suficiente para hacerlo valer internacionalmente. Es cierto que entre los latinoamericanos hay una gran cantidad de gente de gran valía, pero todavía es España el país con gran potencial para divulgarlo al resto del mundo.
Yo vivo en Cataluña hace casi 20 años, y asisto con gran preocupación al empeño de su Gobierno de imponer el idioma autonómico en detrimento del castellano; lo que resulta incomprensible es que lo hacen en contra de muchos catalanes que desearían para sus hijos enseñanza bilingüe, pero por temor, apatía, pereza... no son capaces de exigirlo.
Y si se continúa como es ahora con inmersión total comenzando por las guarderías y continuando por todos los ciclos de enseñanza con sólo dos horas de castellano, el futuro será dañino para ese idioma porque habrá menos españoles que lo hablen y escriban correctamente. Los más perjudicados serán los catalanes, vascos y gallegos quienes se irán automarginando ellos mismos. Ha llegado el momento de luchar para que este deterioro no se siga produciendo, en beneficio de todos los ciudadanos españoles e hispanoparlantes del mundo.- Haydée Briceño Vivas. Barcelona.

Con las reservas que aconseja el desconocimiento en detalle del texto, quisiera expresar mi (relativa) sorpresa y desacuerdo con el manifiesto que han presentado Fernando Savater y Carmen Iglesias en defensa del castellano. Los firmantes muestran su preocupación por la situación institucional del castellano al tiempo que exigen que cualquier ciudadano pueda ser educado y atendido en dicha lengua en cualquier parte de España. Es evidente que mi realidad social -al menos como yo la percibo- es radicalmente diferente a la que se infiere del citado manifiesto. Vivo en una comunidad autónoma formalmente bilingüe. Nunca he tenido problema alguno para ser atendido en castellano; muchísimos para serlo en valenciano.
Cuando mi hijo estaba en edad escolar tuve que acudir a la enseñanza privada para escolarizarlo en valenciano, ya que la pública no lo contemplaba. A día de hoy, las líneas de escolarización en valenciano son minoritarias y muchas veces inexistentes. Los medios en comunicación en valenciano son prácticamente inexistentes. La televisión pública -la tristemente célebre Canal 9- emite de forma abrumadora en castellano. La prensa en valenciano no existe. El presidente de la Generalitat valenciana o los consellers de turno raramente se expresan en valenciano; alcaldes como los de Valencia o Alicante, nunca. Cuando he acudido a algún acto religioso por razones familiares o de amistad, jamás he oído a un sacerdote expresarse en valenciano. De la presencia del valenciano en centros comerciales, lugares de ocio, etcétera, ni hablamos.
Nunca he tenido problemas para comunicarme en castellano cuando he visitado Galicia, Euskadi o Cataluña. De hecho, en esta última comunidad con frecuencia he tenido que renunciar a expresarme en catalán para poder ser atendido. Las únicas ocasiones en las que he tenido dificultades para hacerme entender en castellano fueron en sendas visitas a Dènia (Alicante) y Andraitx (Mallorca). Las personas que me atendían sólo se comunicaban en inglés o alemán. Dudo de que personas cultas e informadas como Savater o Iglesias desconozcan hechos como los descritos; no digamos ya Albert Boadella, buen conocedor del país valenciano.- Emilio Escriva Monto. Valencia.

Quisiera poner de relieve dos graves imprecisiones del Manifiesto por la lengua común, relativas a sus dos primeros puntos, los más importantes. El primer punto dice: "La lengua castellana (...) es la única cuya compresión puede serle supuesta a cualquier efecto a todos los ciudadanos españoles". Esta equívoca redacción está perfectamente reflejada en un inequívoco artículo de la Constitución: "Todos los españoles tienen el deber de conocer la lengua castellana". Por tanto, este punto del manifiesto es prescindible, excepto si está ahí como recordatorio de un hecho incuestionable y razonable: el castellano es la lengua impuesta a todos los españoles.
En el segundo punto se menciona: "Las lenguas cooficiales autonómicas deben figurar en los planes de estudio de sus respectivas comunidades en diversos grado de oferta, pero nunca como lengua vehicular exclusiva". Este punto está perfectamente reflejado en los planes de normalización de Galicia y el País Vasco, aunque en diferentes formatos. Por tanto, esta afirmación sólo tiene sentido si se quiere contraponer al plan de normalización catalán.
En mi opinión, el manifiesto no debería obviar en su redacción la disparidad de modelos educativos, dejando claro cuáles son las autonomías que están poniendo en marcha planes que respetan al 100% las aspiraciones de los redactores de este documento. De hecho, el modelo educativo vasco (sólo castellano, sólo vasco,) es muy atractivo y debería ser aplicado también a Galicia, donde el actual modelo que aspira al 50% gallego / castellano no se cumple en casi ningún centro, siempre a favor de este último.
Para finalizar, permítanme criticar lo inoportuno de este manifiesto. Evidentemente, es perfectamente legítimo y juicioso posicionarse a favor de la lengua castellana. Nadie, en su sano juicio, debería intentar borrar el castellano de algunos territorios de nuestro país. La realidad demuestra sin paliativos que, en estos momentos, las lenguas en peligro de extinción son las cooficiales. Así como hoy en el País Vasco, lo urgente y prioritario es derrotar a ETA y no promulgar la autodeterminación (aunque ésta sea una reivindicación legítima), lo que urge en el plano lingüístico es proteger los derechos de los usuarios bilingües de estas lenguas, y no los del castellano. Aunque la protección de los monolingües en castellano sea también legítima.- Pablo Gamallo Otero. Santiago de Compostela, A Coruña.

JOSEP RAMONEDA
La negación del nacionalismo español
JOSEP RAMONEDA 26/06/2008
"Yo no soy nacionalista y el Partido Popular nunca será nacionalista ni caminará por sus sendas como hacen otros". Lo dijo Mariano Rajoy en su discurso de presentación de candidatura ante el congreso del PP. Poco importa, por lo que parece, que minutos antes se preguntara: "¿Qué es lo que yo defiendo?". Y respondiera así: "Que la nación española no es ni discutible ni interpretable. Yo no estoy dispuesto a permitir que se interprete". Poco importa que acto seguido dijera que estaba dispuesto a dialogar con los nacionalistas "dejando a salvo la unidad de España, la soberanía nacional y la igualdad de los españoles". Cuestiones "sobre las que no vamos a aceptar ninguna consideración porque ellos están tan obligados a respetarlas como nosotros". Poco importa que defina al PP como "un partido nacional y coherente con sus principios y su idea de España". Pese a este ramillete de sentencias, y otras muchas más esparcidas a lo largo del discurso, Rajoy dice que él no es nacionalista. Realmente es ver la paja en el ojo ajeno y no ver la viga en el ojo propio.
¿Qué es este discurso, por otra parte el del PP de toda la vida, si no nacionalismo español? ¿Por qué Mariano Rajoy no se reconoce como tal?.
Al fin y al cabo, ¿qué tendría de extravagante que el que cree en la nación española como realidad "ni discutible ni interpretable" se proclame nacionalista español?
¿Por qué se avergüenzan los nacionalistas españoles? Porque creen que así satanizan a los nacionalismos periféricos
Esta confusión -deliberada o no- no es patrimonio exclusivo de Rajoy. Está muy extendida en todo el espectro ideológico español. Y se basa en el razonamiento siguiente: el nacionalismo es por definición excluyente; los nacionalismos periféricos son excluyentes porque definen unos paradigmas identitarios que convierten en figurantes o ciudadanos de segunda a los que no se identifican con ellos; la nación española no excluye a nadie, incluye a todos. Basta moverse dentro del propio discurso de Rajoy para comprender la falacia de este argumento.
¿No es excluyente un discurso que niega a los ciudadanos que ponen en cuestión la unidad nacional el derecho a discutirla?
Pero hay otro argumento falaz muy repetido para negar la existencia del nacionalismo español, que Rajoy también utiliza en su discurso: "No reconocemos los derechos colectivos sino los individuales". Yo también creo que los derechos son individuales, pero, por lo general, se conquistan y se defienden colectivamente. Lo cual no es un detalle menor.¿Reconoce Rajoy a los ciudadanos de Cataluña la posibilidad de que en el ejercicio del derecho a la libertad de expresión y de asociación política proclamen que Cataluña tiene carácter de nación, como hicieron en su Estatuto, o esto no vale porque es un derecho colectivo? ¿Proclamar que España no es ni discutible ni interpretable, e imponer a todos la obligación de aceptarlo así, es la afirmación de un derecho colectivo o la negación de derechos individuales?
No deja de ser un poco obsceno -o abusivo- que el único de los nacionalismos triunfantes de todos los hispánicos, es decir, el único que ha conseguido pasar de potencia a acto y tener un Estado, sea también el único que se niega a reconocerse en la condición de nacionalista. ¿Por qué se niega? Por varias razones: porque negarlo es una manera de eludir su carácter impositivo (cómo se puede pretender que se ha impuesto una cosa que no existe); porque el nacionalismo español lleva un lastre pesado de la época en que era componente esencial del sistema ideológico del franquismo; porque reservar la etiqueta de nacionalismo para los nacionalismos periféricos es una manera de marcarles, de situarles en un estadio ideológico arcaico alejado de la música liberal contemporánea; y porque atribuyendo, por definición, a los nacionalismos periféricos un carácter excluyente, niegan que el nacionalismo español también lo tenga porque no existe.
No se me ocurre que Sarkozy, como cualquiera de sus antecesores, tenga vergüenza de llamarse nacionalista francés o cualquier presidente de Estados Unidos, nacionalista americano. Es impensable lo contrario. Sin embargo, ¿por qué se avergüenzan los nacionalistas españoles? Porque en el fondo hay cierta conciencia del carácter precario -y complejo- de la nación española. Porque saben que es un sentimiento muy extendido pero no compartido por todos y mucho menos indiscutido. Y porque creen que así satanizan mejor a los nacionalismos periféricos.
El discurso de Rajoy ha coincidido con los éxitos de la nación española de fútbol. Los rituales de la tribu se han desplegado alcanzando momentos de insoportable ruido sideral. Como en todos los nacionalismos. Nada se parece más a la celebración de una victoria de la selección española que la celebración de una victoria del Barça. Si alguna diferencia hay es de idiosincrasia: los españoles son un poco más exhibicionistas y extrovertidos que los catalanes. Pero, a mí por lo menos, me parecen igual de fatuas, igual de horteras, igual de nacionalistas. Ni más ni menos.

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