sábado, 21 de marzo de 2009

Zapatero "filósofo" de España.



José Luis Rodríguez Zapatero es filósofo de España, lo es porque, hablando de España, utiliza términos filosóficos como «esencia» o «identidad». Otra cosa es que su filosofía sea pueril y deleznable.

En una entrevista que le realizó Iñaki Gabilondo (2006) todo lo que alcanzó a decir de la idea de Nación es que era un «concepto discutido y discutible». Esto es no decir nada desde el convencimiento de haber dicho algo solvente, iluminador y definitivo.

En su conferencia «Una idea actual de España», intervención del presidente del gobierno en el acto de presentación del número cien de la revista La aventura de la historia, en Madrid, el 1º de febrero de 2007, Zapatero nos aporta grandes novedades filosóficas e históricas sobre España:
*.- ¿Desde cuando existe España?: «En Tartessos o Iberia, en Hispania o Al-Andalus, en Sepharad o España, todos los que hemos vivido en esta tierra, desde que dejamos huella en las pinturas de Altamira hasta que nos reconocemos en Las Meninas, Los fusilamientos de Madrid o El Guernica, todos, hemos tenido una visión de España.»
(Zapatero remonta el comienzo de España hasta el Paleolítico, es, por tanto, español Miguelón, el cráneo número cinco de la Sima de los Huesos, en Atapuerca (independientemente que sea un homo sapiens o un homoheidelbergensis
. Además, según Zapatero, estos hombre de Altamira, residentes, en España, ya eran españoles poseedores de una «visión de España».
*.- Dice también Zapatero que España es un país: «(...) cuya esencia, cuya sustancia, cuya identidad, residen en los 45 millones de seres humanos que lo constituimos.» Así la unidad de España asume la identidad de parte distributiva de una totalidad distributiva envolvente. Los hombres que pintaron la cueva de Altamira serían españoles precisamente en cuanto miembros del «Género Humano», o de la «Humanidad», que habitaban la Península Ibérica, aunque fuera en el Magdaleniense.

Añade Zapatero:
«Porque España es sobre todo el trabajo, la vida, las aspiraciones y deseos de todos los que aquí vivimos. De los que nacimos aquí y de los que, en un acto cuyo valor profundo todavía debemos reconocer, han decidido libremente incorporarse a nuestra historia y contribuir a crearla para nuestros hijos y nietos –los de todos–.» Lo que Zapatero no sería incapaz de responder, desde esta retórica, es por qué no dejar entrar también a tantos otros «millones de seres humanos» que, además de esos 45 que ya están, quieran formar parte del montón de «homo sapiens» que viven ya en el dintorno de España.

«La España en que queremos vivir y convivir es la España constitucional, y la España constitucional es la España de los ciudadanos, la España de los españoles con derechos, de los españoles libres que se autogobiernan y son dueños de su presente y de su futuro.»
En resúmen, con lo dicho los «ciudadanos» no son tanto «ciudadanos españoles», sino más bien «ciudadanos del mundo»... que viven en España.

«Antes que español soy hombre». Profunda reflexión con la que probablemente estaría de acuerdo nuestro actual presidente, por cuanto la esencia y la identidad de España, recordemos, están precisamente en los 45 millones de hombres que la habitan. Otros dirían «hombres y mujeres». O, incluso, solo «mujeres», como hizo el propio Zapatero en un congreso de mujeres, al hacer suya literalmente la frase de Virginia Woolf: «En mi condición de mujer no tengo patria. En mi condición de mujer, no quiero tener patria. En mi condición de mujer, mi patria es el mundo entero».

La unidad e identidad de España queda anegada en el género humano. Igualdad que en el caso de Zapatero, permite identificar como españoles a los habitantes de Tartessos, Iberia, Hispania, Al-Andalus, Sepharad... a «todos los que hemos vivido en esta tierra»... incluso desde Altamira, y hasta los cuarenta y cinco millones actuales de cosmopolitas con residencia habitual en el Reino de España.

¿Qué más fácil, por tanto, para nosotros, cuarenta y cinco millones de cosmopolitas con residencia habitual en España, que aliarnos con cualesquieras otros subconjunto de hermanos? (incluso cuando uno de esos subconjuntos sea, por ejemplo, el de los sarracenos dispuestos a recuperar Al-Andalus).
¿Qué más fácil que dividir ese conjunto de cuarenta y cinco millones en diecisiete subconjuntos, también de hermanos? (incluso cuando sean hermanos secesionistas y, en algunos casos, terroristas).
¿Cómo no convertir en algo «discutido y discutible» cualquier subconjunto dentro de la «Humanidad»?
Para Zapatero, el actual régimen político es el momento de la historia de España en el que más ha «progresado» ésta: «(...) se puede afirmar que España ha progresado más en solo tres décadas, y los españoles se han beneficiado más de ese progreso que en varios siglos juntos de nuestra historia reciente.»
(…)
«Más pronto que tarde llegará el momento en que se aprecie la fortaleza, la fortaleza democrática, que viene acreditando el Estado; el nuestro. Que ha permitido encauzar democráticamente los conflictos, que ha demostrado su capacidad de integrar, democráticamente, a todas las ideologías en la tarea de gobernar los destinos colectivos.
Esa es la fortaleza del Estado. Esa es la realidad del ser de España. Soy de los que piensan que el futuro siempre será mejor. Eso me lo ha enseñado la historia. Y eso es lo que quiero contribuir a asegurar para mi país.»

(…)
(si el «futuro siempre es mejor», el futuro siempre ha sido mejor que el pasado. A partir de lo cual es también fácilmente deducible).
«Y la España que ha de venir seguirá el rumbo del progreso común, compartido.»
Entonces ¿por qué hace falta «contribuir a asegurar» algo que en cualquier caso va a ocurrir?.
Simplismo: una idea de progreso que solo tiene sentido referida a una materia concreta y definida, perdiendo todo su sentido al ser referida al «conjunto de todas las líneas de progreso»: el progreso de determinadas líneas puede ser incompatible, contradictorio con el de otras.
Es irreal suponer que la resultante de la confluencia de una serie de líneas de progreso, supondrá también, en su conjunto, un «Progreso».

«Paréntesis» en el «Progreso»: La Dictadura de Franco
Este progreso de España, en el que el futuro es siempre mejor que el pasado, tuvo, sin embargo, para Zapatero, una «dolorosa excepción»: el período de la dictadura franquista.
La «dolorosa excepción» lo es concretamente con respecto a Europa, que queda convertida así en referente del «progreso».
«En una larga etapa, en la que en nuestro entorno se estabilizaban las democracias, se ampliaban los derechos, se secularizaban las sociedades, se asentaban los Estados de Bienestar, o se iniciaba el proceso de construcción europea, estábamos más alejados de Europa que en cualquier otro momento de nuestras supuestas o reales crisis históricas.»
Desde el simplismo no se pueden entender las contradicciones sociales y la confrontación de diversos planes políticos, lo suficientemente enfrentados como para generar una guerra civil (donde, además, hubo momentos de otra guerra civil en el seno del bando del Frente Popular).
Por ello, que hubiera una guerra civil y, posteriormente, un bando vencedor, con todo lo que eso implica, aparece desde el progresismo suave, pacífico y gradualista, como algo imposible de digerir.

«España ha progresado más en solo tres décadas, y los españoles se han beneficiado más de ese progreso que en varios siglos juntos de nuestra historia reciente.»
¿Tendrá que ver ese «progreso» con el hecho de que durante la «dolorosa excepción», España pasó de ser un país subdesarrollado a convertirse en la novena potencia económica e industrial del mundo? ¿tendrá que ver con el hecho de que la dictadura de Franco hizo el «trabajo sucio» necesario para cualquier acumulación capitalista?
Y, desde el punto de vista político, ¿no hay una total continuidad entre la «dolorosa excepción» y la actual «democracia coronada»?.
Resultado de la Ley de Sucesión, las Cortes franquistas nombran el 22 de Julio de 1969 a don Juan Carlos como sucesor de Franco y son esas mismas Cortes las que proclaman rey de España a don Juan Carlos al día siguiente de la muerte del dictador.
Es don Juan Carlos el que maniobra para sustituir a Arias Navarro por Adolfo Suárez, presidente un gobierno estrictamente franquista y presidente del primer gobierno democrático.
El mismo Suárez, al que Zapatero en este discurso reconoce, junto con Calvo Sotelo, el haber «contribuido a poner en marcha y a culminar el proceso constituyente», ¿no fue procurador en Cortes por Ávila en 1967 y gobernador civil de Segovia en 1968, en 1969 Director General de Radio Televisión Española, y en 1975, Vicesecretario General del Movimiento, todo ello durante la «dolorosa excepción»?.
El mismo Suárez que promueve que en noviembre de 1977 las Cortes franquistas aprueben, por 425 votos a favor con 59 votos en contra y 13 abstenciones, la Ley de Reforma Política, luego sometida a referéndum, en el que participará el 77,72% del censo electoral, del que el 94% de los participantes dieron su aprobación.
¿Y en qué se diferencia formalmente este referéndum de los otros celebrados durante el franquismo, como el de 1947, para aprobar la Ley de Sucesión a la Jefatura del Estado, o el de 1967 para aprobar Ley Orgánica del Estado?.
Y, sin embargo, es esa Ley de Reforma Política la que permite la celebración de las elecciones generales del 15 de junio de 1977, donde obtuvo representación parlamentaria tanto el PSOE como el PCE.

El problema de España y los problemas de España.
Dice Zapatero: «(...) hemos resuelto la mayoría de las dificultades que nos han acompañado a lo largo de la historia y ahora estamos en las mejores condiciones para responder exitosamente a los nuevos problemas, a los nuevos desafíos que tenemos por delante. Para hacerlo tenemos que evitar caer prisioneros del debate esencialista y volcarnos hacia los problemas que tenemos colectivamente, hacia las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos.»
(…)
«Hace ahora algo más de ocho años, la Real Academia de la Historia promovió un ciclo de conferencias que luego editó en un extenso volumen bajo el título de «España. Reflexiones sobre el ser de España». Allí, por si había duda, se da cuenta de la permanente reflexión, casi agónica, sobre el significado histórico de España como idea, como creencia, como sentimiento. Es difícil creer que ese es el ambiente de la España de hoy.»

«Evitar caer prisioneros del debate esencialista» no deja de ser un truco sofístico de quien parte de una idea de España, por confusa y oscura que sea, pero no recurre a un método crítico, dialéctico, para defenderla. Un truco para no defender una idea de España frente a otras, defendiendo determinada idea de España, se escabulle del debate considerándolo como «esencialista».

«Es difícil creer que ese es el ambiente de la España de hoy» está insinuando que en una situación en la que, como dice a continuación, el 70% de los españoles, según una encuesta del CIS, están «satisfechos con su nivel de vida personal», ¿a qué preguntarse por el «ser de España»?
¿No es el propio Zapatero el que titula su conferencia «una idea actual de España»? ¿no es, por tanto, él mismo el que se pregunta por el «ser de España»?. Él mismo ha dado su respuesta: la «esencia», la «sustancia», la «identidad» de España, residen en los 45 millones de seres humanos que la constituimos.
La contradicción entre hablar de esencia, sustancia e identidad de España, por un lado, y, por otro, considerar ese problema como una cuestión superada («propio de debates esencialistas»), es que Zapatero solo se atreve a defender su idea de España mediante la retórica. Por eso, sofísticamente, pretende imponer mediante recursos propios de un sofista una concepción de España que no se atreve siquiera a considerar las otras alternativas posibles, que son las que, sin entrar a discutir, y por tanto de forma fullera, descalifica como «esencialistas».
Zapatero desprecia el «problema de España» como «esencialista», y nos invita a resolver «los problemas que tenemos colectivamente, hacia las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos». Desprecia el «problema de España» a favor de «los problemas de España», como si el primero fuera un debate puramente «teórico».

Sin embargo:
«(...) el «problema de España» planteado desde la perspectiva de un partido soberanista (o desde el de sus antagonistas), es tan práctico y tan técnico (sobre todo si ese partido utiliza el terrorismo como método de elección) como pueda ser un problema de contención de la inflacción.»

El propósito argumentativo principal de Zapatero es presentar el «nuevo ciclo de reforma estatutaria» como algo normal («consensuado», «constitucional»...), con la excepción del desacuerdo sobre Cataluña.
Ese «nuevo ciclo estatuario» (con independencia de lo «consensuado» y «constitucional» que sea) es lo que el soberanismo vasco (que utiliza efectivamente el terrorismo) acaba de denominar «un segundo proceso de reforma en el Estado español», para, a continuación, afirmar que «podíamos interpretar que esa reforma traerá la resolución definitiva del conflicto entre Euskal Herria y el Estado español», es decir, la secesión de las Vascongadas y Navarra{14}.
Esa confianza en el «nuevo ciclo de reforma estatuaria» o «segundo proceso de reforma en el Estado español» une, en estos momentos, los planes y programas de José Luis Rodríguez Zapatero y del secesionismo vasco, encabezado por la ETA, impulsora imprescindible de la «excepción» de Cataluña.

Por otra parte, el «pragmatismo» de Zapatero, al rechazar, de modo sofístico, el problema de España (el «debate esencialista»), en favor de los problemas de España («y volcarnos hacia los problemas que tenemos colectivamente, hacia las necesidades y aspiraciones de los ciudadanos»), se sitúa plenamente en la línea de España, sin problema, en la línea de los tecnócratas.

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