Leído en la Red.
La cuestión de Franco pesa sobre la actualidad como un problema crucial no resuelto, que puede plantearse muy resumidamente así: la democracia actual ¿deriva del franquismo o, por el contrario, enlaza con el Frente popular?.
La cuestión no tiene solo calado histórico, incide agudamente sobre nuestro presente y futuro: de la respuesta que se dé a esa pregunta derivarán orientaciones y políticas determinantes.
Quienes luchamos contra el franquismo, ciertamente pocos, recordamos cómo por entonces la opinión antifranquista era escasa, y de ahí que Franco muriese en la cama y la transición democrática se realizase por reforma de aquel régimen, y no por ruptura, como quería la oposición. Sin embargo hoy la opinión antifranquista domina en la izquierda y también en la derecha. Y constatamos cómo mucha gente "recuerda" cosas que en realidad nunca pasaron.
El cambio en el público tiene poco misterio: durante estos años han predominado de forma abrumadora los libros, propaganda, películas, novelas, series de televisión, etc., de carácter antifranquista, frente a una réplica escasa o dubitativa. Ello explica suficientemente la tendencia común. El ciudadano corriente, ocupado en sus trabajos cotidianos, no tiene tiempo para aclarar a fondo los mensajes que recibe de los medios, y da por bueno lo que escucha una y otra vez, a menudo con el marchamo de personajes de prestigio. Además, la mayoría de la población actual no vivió el franquismo o no de forma consciente, y por tanto no puede contrastar las opiniones que recibe con su propia experiencia.
La acción de los intelectuales, políticos, historiadores y periodistas que han conformado esa opinión. Cabría pensar que todos ellos provienen de la oposición a Franco, pero, sorprendentemente, no es así en la mayoría de los casos, y tampoco en los de mayor intensidad antifranquista.
Muy pocos formadores de opinión actuaron contra aquella dictadura con intensidad remotamente comparable a la de su antifranquismo actual. Más aún, muchos de ellos proceden de familias franquistas, o fueron ellos mismos franquistas o privilegiados de la dictadura.
Así, creo que podemos distinguir tres tipos de formadores de opinión: una minoría que luchó contra aquel régimen; un grupo más numeroso e influyente que procede de él, y un tercero que, sin haber simpatizado con el franquismo, nunca movió un dedo en contra.
El primer grupo merece mayor respeto en un sentido, y menor en otro. Mayor, por cuanto la lucha contra Franco implicaba sacrificios y riesgos, muy serios cuando la oposición se hacía violenta, es decir, terrorista. Menor porque aquella oposición suele fingirse democrática cuando, en general, nunca lo fue. He mencionado a menudo el dato revelador de que, entre los pocos centenares de presos políticos liberados en las dos amnistías de la transición, no había demócratas ni liberales, sino casi exclusivamente comunistas de varios partidos, y terroristas. Como advierto en el libro, un partido, uno solo, luchó contra el franquismo desde el principio al final, y fue el PCE. Conocemos hoy bien la táctica marxista de enmascararse con una supuesta defensa de las libertades y de la democracia, cuando históricamente los comunistas han sido los más peligrosos enemigos de ambas. Hoy, una vez fracasado el comunismo, la reflexión debiera llevar a esas personas a prescindir de esas viejas tácticas, auténticas estafas a los ciudadanos.
En cuanto al segundo grupo, su ejemplo más destacable podría ser el grupo PRISA, la máquina de formar opinión pública más potente, con mucho, en los pasados decenios, visceralmente antifranquista y capaz de conceder a discreción títulos de demócrata o antidemócrata. Pero las personas medianamente enteradas –que tampoco son muchas– conocen algo de los orígenes de este grupo, el cual nada tiene que ver con la oposición a Franco, pues procede, precisamente, de personas y empresas muy ligadas a la dictadura. El creador de PRISA, Jesús Polanco, fue uno de los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes, y una criatura típica del franquismo, formado en el Frente de Juventudes y que construyó su imperio con información privilegiada. Otro prohombre de la empresa, Juan Luis Cebrián, largos años director de El País, tiene un historial muy similar: de familia falangista (su padre dirigió el órgano de la Falange Arriba), subió con rapidez en la prensa y obtuvo cargos políticos de la mayor relevancia en el principal aparato de propaganda del régimen, la televisión. Luis María Ansón le ha acusado de que sus grabaciones sobre reuniones del exilio se entregaban a la policía para identificar a los "subversivos". Casos semejantes abundan. El propio Ansón desempeñó cargos políticos en el régimen que, según él, le persiguió con saña. Por no extenderme, citaré a Pascual Maragall, ex presidente de la Generalidad, beneficiario de una carrera privilegiada al lado del alcalde franquista de Barcelona, José María Porcioles.
Estos cambios de actitud han sido realmente drásticos. Desde luego, todo el mundo tiene derecho a cambiar y nadie deja de hacerlo, porque la vida misma lo impone. Pero sería exigible a los políticos y formadores de opinión que explicaran el cómo y por qué de sus cambios. ¿Proceden ellos de densas meditaciones o solo de una adaptación al medio, por así llamarle, a fin de sacar el mejor partido personal de las circunstancias, como acaso hacían también bajo el franquismo? Hasta ahora no hemos tenido la satisfacción de conocer la causa de sus transformaciones ideológicas, aun si cabe sospecharla por el empeño, no infrecuente en ellos, de falsear su biografía y hasta la de su familia. Así Maragall, en un libro muy complaciente hacia él, hizo quitar párrafos algo inconvenientes para su reciente carrera. O María Teresa Fernández de la Vega ha presentado a su padre, un jerarca de la dictadura, como represaliado de la misma... No me extenderé en el anecdotario, que se haría interminable.
Cabe mencionar, por contraste, a personas que han cambiado desde la izquierda y extrema izquierda hacia posiciones liberal-conservadoras y que sí han explicado su evolución y motivos. Hace poco Javier Somalo y Mario Noya publicaron Por qué dejé de ser de izquierdas, donde algunos aclaramos estas cosas. En mi caso ha sido una evolución muy lenta y reflexiva, que he expuesto también en De un tiempo y de un país. Falta un libro que aclare "Por qué y cuándo dejé de ser franquista". Sería una obra muy instructiva, y que el público merece.
Tenemos, por fin, a los formadores de opinión ajenos a la dictadura pero cuya oposición a ella fue mínima o inexistente, lo que no ha impedido a muchos de ellos condenarla luego con suma dureza. Destacan entre ellos los jefes socialistas (muchos de ellos provenientes también de familias de la dictadura) y otros a menudo llamados, con matiz despectivo, "progres". Los socialistas no solo no hicieron oposición reseñable a Franco, sino que fueron favorecidos en los años finales del régimen, el cual les facilitó, como a los nacionalistas catalanes y vascos, una reorganización no consentida al PCE. El PSOE y PRISA han sido, con sus poderosos medios, los grandes promotores de una militancia antifranquista algo innecesaria cuando ya no existen Franco ni su régimen. Cabe achacarles cierta ingratitud a la dictadura, que no les persiguió ni perturbó sus carreras, a menudo provechosas y ocasionalmente brillantes.
Dejo aparte a los militantes antifranquistas que, por relativamente jóvenes, no han conocido o apenas aquel régimen y en general se limitan a repetir, a veces con espíritu muy combativo, lo que han oído a los anteriores.
Común a casi todos estos formadores de opinión es el intento de saltar hacia atrás, por encima de la era franquista, hasta el Frente Popular, al que de forma indebida identifican con la república y la democracia; y sobre el que la mayoría tampoco sabe otra cosa que unos cuantos datos por lo menos dudosos y a menudo contradictorios, pues las campañas de la llamada "memoria histórica" recuerdan demasiado a las clásicas falsificaciones estilo Gran Hermano, propias de regímenes totalitarios, y que constituyen otro factor de preocupación y amenaza para nuestra democracia.
En el lado contrario, muy poco influyente hoy, encontramos a veces a personas que creen poder resucitar el franquismo y otro Franco, y cuya concepción de aquella dictadura parece un tanto ahistórica e ilusoria.
Quienes luchamos contra el franquismo, ciertamente pocos, recordamos cómo por entonces la opinión antifranquista era escasa, y de ahí que Franco muriese en la cama y la transición democrática se realizase por reforma de aquel régimen, y no por ruptura, como quería la oposición. Sin embargo hoy la opinión antifranquista domina en la izquierda y también en la derecha. Y constatamos cómo mucha gente "recuerda" cosas que en realidad nunca pasaron.
El cambio en el público tiene poco misterio: durante estos años han predominado de forma abrumadora los libros, propaganda, películas, novelas, series de televisión, etc., de carácter antifranquista, frente a una réplica escasa o dubitativa. Ello explica suficientemente la tendencia común. El ciudadano corriente, ocupado en sus trabajos cotidianos, no tiene tiempo para aclarar a fondo los mensajes que recibe de los medios, y da por bueno lo que escucha una y otra vez, a menudo con el marchamo de personajes de prestigio. Además, la mayoría de la población actual no vivió el franquismo o no de forma consciente, y por tanto no puede contrastar las opiniones que recibe con su propia experiencia.
La acción de los intelectuales, políticos, historiadores y periodistas que han conformado esa opinión. Cabría pensar que todos ellos provienen de la oposición a Franco, pero, sorprendentemente, no es así en la mayoría de los casos, y tampoco en los de mayor intensidad antifranquista.
Muy pocos formadores de opinión actuaron contra aquella dictadura con intensidad remotamente comparable a la de su antifranquismo actual. Más aún, muchos de ellos proceden de familias franquistas, o fueron ellos mismos franquistas o privilegiados de la dictadura.
Así, creo que podemos distinguir tres tipos de formadores de opinión: una minoría que luchó contra aquel régimen; un grupo más numeroso e influyente que procede de él, y un tercero que, sin haber simpatizado con el franquismo, nunca movió un dedo en contra.
El primer grupo merece mayor respeto en un sentido, y menor en otro. Mayor, por cuanto la lucha contra Franco implicaba sacrificios y riesgos, muy serios cuando la oposición se hacía violenta, es decir, terrorista. Menor porque aquella oposición suele fingirse democrática cuando, en general, nunca lo fue. He mencionado a menudo el dato revelador de que, entre los pocos centenares de presos políticos liberados en las dos amnistías de la transición, no había demócratas ni liberales, sino casi exclusivamente comunistas de varios partidos, y terroristas. Como advierto en el libro, un partido, uno solo, luchó contra el franquismo desde el principio al final, y fue el PCE. Conocemos hoy bien la táctica marxista de enmascararse con una supuesta defensa de las libertades y de la democracia, cuando históricamente los comunistas han sido los más peligrosos enemigos de ambas. Hoy, una vez fracasado el comunismo, la reflexión debiera llevar a esas personas a prescindir de esas viejas tácticas, auténticas estafas a los ciudadanos.
En cuanto al segundo grupo, su ejemplo más destacable podría ser el grupo PRISA, la máquina de formar opinión pública más potente, con mucho, en los pasados decenios, visceralmente antifranquista y capaz de conceder a discreción títulos de demócrata o antidemócrata. Pero las personas medianamente enteradas –que tampoco son muchas– conocen algo de los orígenes de este grupo, el cual nada tiene que ver con la oposición a Franco, pues procede, precisamente, de personas y empresas muy ligadas a la dictadura. El creador de PRISA, Jesús Polanco, fue uno de los hombres más ricos del mundo según la revista Forbes, y una criatura típica del franquismo, formado en el Frente de Juventudes y que construyó su imperio con información privilegiada. Otro prohombre de la empresa, Juan Luis Cebrián, largos años director de El País, tiene un historial muy similar: de familia falangista (su padre dirigió el órgano de la Falange Arriba), subió con rapidez en la prensa y obtuvo cargos políticos de la mayor relevancia en el principal aparato de propaganda del régimen, la televisión. Luis María Ansón le ha acusado de que sus grabaciones sobre reuniones del exilio se entregaban a la policía para identificar a los "subversivos". Casos semejantes abundan. El propio Ansón desempeñó cargos políticos en el régimen que, según él, le persiguió con saña. Por no extenderme, citaré a Pascual Maragall, ex presidente de la Generalidad, beneficiario de una carrera privilegiada al lado del alcalde franquista de Barcelona, José María Porcioles.
Estos cambios de actitud han sido realmente drásticos. Desde luego, todo el mundo tiene derecho a cambiar y nadie deja de hacerlo, porque la vida misma lo impone. Pero sería exigible a los políticos y formadores de opinión que explicaran el cómo y por qué de sus cambios. ¿Proceden ellos de densas meditaciones o solo de una adaptación al medio, por así llamarle, a fin de sacar el mejor partido personal de las circunstancias, como acaso hacían también bajo el franquismo? Hasta ahora no hemos tenido la satisfacción de conocer la causa de sus transformaciones ideológicas, aun si cabe sospecharla por el empeño, no infrecuente en ellos, de falsear su biografía y hasta la de su familia. Así Maragall, en un libro muy complaciente hacia él, hizo quitar párrafos algo inconvenientes para su reciente carrera. O María Teresa Fernández de la Vega ha presentado a su padre, un jerarca de la dictadura, como represaliado de la misma... No me extenderé en el anecdotario, que se haría interminable.
Cabe mencionar, por contraste, a personas que han cambiado desde la izquierda y extrema izquierda hacia posiciones liberal-conservadoras y que sí han explicado su evolución y motivos. Hace poco Javier Somalo y Mario Noya publicaron Por qué dejé de ser de izquierdas, donde algunos aclaramos estas cosas. En mi caso ha sido una evolución muy lenta y reflexiva, que he expuesto también en De un tiempo y de un país. Falta un libro que aclare "Por qué y cuándo dejé de ser franquista". Sería una obra muy instructiva, y que el público merece.
Tenemos, por fin, a los formadores de opinión ajenos a la dictadura pero cuya oposición a ella fue mínima o inexistente, lo que no ha impedido a muchos de ellos condenarla luego con suma dureza. Destacan entre ellos los jefes socialistas (muchos de ellos provenientes también de familias de la dictadura) y otros a menudo llamados, con matiz despectivo, "progres". Los socialistas no solo no hicieron oposición reseñable a Franco, sino que fueron favorecidos en los años finales del régimen, el cual les facilitó, como a los nacionalistas catalanes y vascos, una reorganización no consentida al PCE. El PSOE y PRISA han sido, con sus poderosos medios, los grandes promotores de una militancia antifranquista algo innecesaria cuando ya no existen Franco ni su régimen. Cabe achacarles cierta ingratitud a la dictadura, que no les persiguió ni perturbó sus carreras, a menudo provechosas y ocasionalmente brillantes.
Dejo aparte a los militantes antifranquistas que, por relativamente jóvenes, no han conocido o apenas aquel régimen y en general se limitan a repetir, a veces con espíritu muy combativo, lo que han oído a los anteriores.
Común a casi todos estos formadores de opinión es el intento de saltar hacia atrás, por encima de la era franquista, hasta el Frente Popular, al que de forma indebida identifican con la república y la democracia; y sobre el que la mayoría tampoco sabe otra cosa que unos cuantos datos por lo menos dudosos y a menudo contradictorios, pues las campañas de la llamada "memoria histórica" recuerdan demasiado a las clásicas falsificaciones estilo Gran Hermano, propias de regímenes totalitarios, y que constituyen otro factor de preocupación y amenaza para nuestra democracia.
En el lado contrario, muy poco influyente hoy, encontramos a veces a personas que creen poder resucitar el franquismo y otro Franco, y cuya concepción de aquella dictadura parece un tanto ahistórica e ilusoria.
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