lunes, 23 de marzo de 2009

Que hable el Presi.


Primero, fue la ministra de Defensa, Carme Chacón, la que quebró la solidaridad con los aliados al anunciar inesperadamente, el jueves, su decisión de retirar las tropas de Kosovo «antes de que termine el verano». Frente al aluvión de críticas, el secretario general de la Presidencia, Bernardino León, pidió después disculpas a la Administración norteamericana, incluyendo la oferta de un aplazamiento flexible de la retirada. Ayer, el Ministerio de Defensa reiteró la decisión de que el grueso de la retirada se producirá dentro de los plazos anunciados por la ministra. Las revelaciones de que ni el ministro de Exteriores ni los embajadores en la OTAN o en Washington estaban al corriente de los planes de Carme Chacón han puesto de manifiesto una preocupante falta de coordinación entre Departamentos, incrementada ayer, aún más, con el comunicado de Defensa. No cabe mayor confusión. Hoy por hoy, la postura de España sobre Kosovo en relación con los plazos para la retirada de las tropas es una incógnita por descifrar. A escasos días del primer encuentro del presidente del Gobierno con Obama y teniendo en cuenta el antecedente de Irak, habría sido difícil hacerlo peor.
Si el Gobierno estaba tan seguro de que la decisión tomada fue la adecuada -como indica el comunicado de Defensa-, ¿para qué tenía entonces Bernardino León que dar explicaciones en Washington y volver a España diciendo que la retirada de las tropas podía aplazarse incluso indefinidamente? Lo mismo puede decirse del viaje anunciado a toda prisa para que la ministra se reúna con el secretario general de la OTAN. Si era necesario, ¿no habría sido más razonable haberlo hecho antes de anunciar la retirada? Más aún, la ministra asegura en el comunicado que la retirada obedece a «necesidades operativas» del Ejército, y que por tanto no tiene nada que ver con el fondo del asunto, que es la cooperación con un país cuya existencia España justificadamente no reconoce. De modo que también se equivocan aquellos que pensaban que al menos el Gobierno estaba arreglando -con un año de retraso- lo que debió haber hecho en cuanto se produjo la proclamación de independencia de Kosovo. La imagen de España ha vuelto a sufrir un grave daño en el momento más inoportuno. El presidente del Gobierno no puede permanecer callado ante un asunto de tan hondo calado. Está en juego la credibilidad de España como socio leal y fiable. Que hable

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