LA VERDAD histórica se ha abierto paso. Historiadores de pelajes ideológicos muy dispares coinciden en el reconocimiento del papel clave jugado por Juan III, hijo de Alfonso XIII, padre de Juan Carlos I, en la Historia contemporánea de España. Durante cerca de cuarenta años, Don Juan defendió una Monarquía parlamentaria, como la belga o la danesa, frente a la Monarquía del Movimiento Nacional, auspiciada por el dictador y que significaba un absolutismo político como el de Marruecos o Kwait. El centro izquierda español liderado por Indalecio Prieto en el exilio y el centro derecha encarnado por Gil Robles, también en el exilio, que representaban al 80% del pueblo español, llegaron a un acuerdo en 1947, con el pacto de San Juan de la Luz, para que la democracia se restableciera en España bajo la Monarquía parlamentaria de Juan III. Prieto hubiera sido el primer presidente del Gobierno y el encargado de convocar elecciones generales.
Los aliados prefirieron taparse las narices y soportar a Franco porque Stalin se había merendado a las naciones de media Europa, entre ellas a las monarquías de Rumanía y Bulgaria y había encendido la guerra civil en Grecia.
En 1969, tras la jugarreta del dictador nombrando sucesor, Juan III con su profundo sentido del deber y su espíritu de abnegación, gestionó la incorporación de la oposición democrática a su causa, y renunció a cualquier cuestión personal para hacer viable la Monarquía de todos. Juan Carlos I accedió al Trono desprovisto de las dos legitimidades de los otros monarcas europeos: la dinástica y la popular. Su padre, en el memorable manifiesto que difundió en París el 21 de noviembre de 1975, fijó las condiciones que debía cumplir la Monarquía de su hijo. Convocadas elecciones libres para junio de 1977, Juan III abdicó sus derechos a la Corona el 14 de mayo de ese año, trasvasando la legitimidad dinástica a su hijo. La Constitución, aprobada en 1978 por la voluntad general del pueblo español libremente expresada, otorgó la legitimidad popular a Juan Carlos I que, a diferencia de su abuelo Alfonso XIII, ha sido un Rey ejemplarmente constitucional como se demostró en la jornada terrible del 23 de febrero de 1981.
Don Juan falleció el 1 de abril de 1993, mañana se cumplirán los dieciséis años. Felipe González, con gran sentido de Estado, promulgó un decreto admirable, instalando al hombre que había combatido a Franco durante más de tres décadas y que fue distinguido por el odio africano del dictador, en el lugar que históricamente le correspondía: Juan III fue enterrado por decisión de su hijo y del Gobierno socialista en el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial. Ha llegado ya el momento, porque las técnicas modernas lo permiten, de trasladar los restos de Don Juan desde el Pudridero hasta el sarcófago de mármol que para él está preparado en el Panteón. Como explicó muy bien Carlos Seco Serrano en un informe para la Academia, Don Juan debe pasar a la Historia como Juan III. Los tres palitos le molestaban hasta la histeria a Franco y la verdad es que no significan otra cosa que el lugar que ocupa en la dinastía. En el sarcófago figurará: Juan III y debajo Conde de Barcelona, todo en latín, para seguir la tradición.Los ordinales se respetan en las dinastías, incluso en las no reales. El hijo de Luis XVI fue rey de derecho en Francia pero no de hecho. Ha pasado a la Historia como Luis XVII. Los reyes carlistas fueron reyes de derecho para una minoría del pueblo español pero no fueron reyes de hecho. La Historia los recuerda con los ordinales de su dinastía: Carlos V de los carlistas, Carlos VI de los carlistas, Juan III de los carlistas, Carlos VII de los carlistas, Jaime II de los carlistas y Alfonso Carlos I de los carlistas.
Al escribir hoy sobre el aniversario del hombre con mayor nobleza de espíritu que he conocido en mi vida, se me ocurre decir que su hijo Juan Carlos I podría disponer ya el traslado de los restos mortales de Juan III, desde el Pudridero, adonde todos los años, acompañado por Luis Reverter, le llevo flores rojas y amarillas, a su sepultura definitiva en el Panteón de Reyes para que pueda explicar la lección amarguísima del destierro y la injusticia a los Reyes que, con el pueblo, escribieron la Historia de España. Francisco Umbral dedicó al Don Juan terminal, con el cáncer enroscado en la garganta, un juicio certero: «Lo que uno ve, en fin, es un anciano sacrificial, que ha pasado como una sombra de oro y silencio por la Historia, y que se incorpora hoy en el lecho del cansancio legendario para decir, con la voz noble, quebrada y oracular, las verdades del pueblo que el pueblo vive todos los días».
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.
Los aliados prefirieron taparse las narices y soportar a Franco porque Stalin se había merendado a las naciones de media Europa, entre ellas a las monarquías de Rumanía y Bulgaria y había encendido la guerra civil en Grecia.
En 1969, tras la jugarreta del dictador nombrando sucesor, Juan III con su profundo sentido del deber y su espíritu de abnegación, gestionó la incorporación de la oposición democrática a su causa, y renunció a cualquier cuestión personal para hacer viable la Monarquía de todos. Juan Carlos I accedió al Trono desprovisto de las dos legitimidades de los otros monarcas europeos: la dinástica y la popular. Su padre, en el memorable manifiesto que difundió en París el 21 de noviembre de 1975, fijó las condiciones que debía cumplir la Monarquía de su hijo. Convocadas elecciones libres para junio de 1977, Juan III abdicó sus derechos a la Corona el 14 de mayo de ese año, trasvasando la legitimidad dinástica a su hijo. La Constitución, aprobada en 1978 por la voluntad general del pueblo español libremente expresada, otorgó la legitimidad popular a Juan Carlos I que, a diferencia de su abuelo Alfonso XIII, ha sido un Rey ejemplarmente constitucional como se demostró en la jornada terrible del 23 de febrero de 1981.
Don Juan falleció el 1 de abril de 1993, mañana se cumplirán los dieciséis años. Felipe González, con gran sentido de Estado, promulgó un decreto admirable, instalando al hombre que había combatido a Franco durante más de tres décadas y que fue distinguido por el odio africano del dictador, en el lugar que históricamente le correspondía: Juan III fue enterrado por decisión de su hijo y del Gobierno socialista en el Panteón de Reyes del Monasterio de El Escorial. Ha llegado ya el momento, porque las técnicas modernas lo permiten, de trasladar los restos de Don Juan desde el Pudridero hasta el sarcófago de mármol que para él está preparado en el Panteón. Como explicó muy bien Carlos Seco Serrano en un informe para la Academia, Don Juan debe pasar a la Historia como Juan III. Los tres palitos le molestaban hasta la histeria a Franco y la verdad es que no significan otra cosa que el lugar que ocupa en la dinastía. En el sarcófago figurará: Juan III y debajo Conde de Barcelona, todo en latín, para seguir la tradición.Los ordinales se respetan en las dinastías, incluso en las no reales. El hijo de Luis XVI fue rey de derecho en Francia pero no de hecho. Ha pasado a la Historia como Luis XVII. Los reyes carlistas fueron reyes de derecho para una minoría del pueblo español pero no fueron reyes de hecho. La Historia los recuerda con los ordinales de su dinastía: Carlos V de los carlistas, Carlos VI de los carlistas, Juan III de los carlistas, Carlos VII de los carlistas, Jaime II de los carlistas y Alfonso Carlos I de los carlistas.
Al escribir hoy sobre el aniversario del hombre con mayor nobleza de espíritu que he conocido en mi vida, se me ocurre decir que su hijo Juan Carlos I podría disponer ya el traslado de los restos mortales de Juan III, desde el Pudridero, adonde todos los años, acompañado por Luis Reverter, le llevo flores rojas y amarillas, a su sepultura definitiva en el Panteón de Reyes para que pueda explicar la lección amarguísima del destierro y la injusticia a los Reyes que, con el pueblo, escribieron la Historia de España. Francisco Umbral dedicó al Don Juan terminal, con el cáncer enroscado en la garganta, un juicio certero: «Lo que uno ve, en fin, es un anciano sacrificial, que ha pasado como una sombra de oro y silencio por la Historia, y que se incorpora hoy en el lecho del cansancio legendario para decir, con la voz noble, quebrada y oracular, las verdades del pueblo que el pueblo vive todos los días».
Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.