Los partidos y medios de prensa nacionalistas que exigen del lehendakari López mi destitución como vocal del Consejo Asesor del Eusquera, la hostilidad que profeso hacia dicho idioma quedaría probada por algo que solté hace cuatro años en una entrevista radiofónica: «El eusquera no es mi lengua. Su futuro me resulta indiferente».
Confundir indiferencia con hostilidad es de paranoicos. Lo que callan quienes me presentan como un enemigo de la lengua vasca es que la frase en cuestión contestaba (en vascuence) a una pregunta del entrevistador de Radio Euskadi acerca de lo que yo sentiría si el eusquera se extinguiese.
Pues nada, le dije. Si tal cosa llegara a ocurrir, sería porque vosotros, los que lo habláis y vivís de ello, habríais decidido dejar de hacerlo, por aburrimiento o por declive económico de vuestra mamandurria. Por mí, como si te operas, Contreras.
Al eusquera, que en Alcobendas no sirve ni para preguntar la hora, nunca le he sacado un céntimo, sobra decirlo.
Si acepté formar parte del mencionado Consejo fue por elemental delicadeza con el lehendakarique me nombró para tal menester, y, sobre todo, porque me divierte chinchar. Insisto: me divierte.
Frecuentar apriscos clandestinos donde cabras menores de edad son obligadas a prostituirse no es bueno para el espíritu.
Los nacionalistas deberían buscarse otras formas de ocio.
Volver a las sanas tradiciones de nuestros antepasados (partir troncos con hachas de sílex, romper peñascos a cabezazos, lanzar relinchos intrépidos desde la cumbre del Gorbea y deportes por el estilo). No sólo mejorarían su salud, en general, sino el sentido del humor. Serían más comprensivos con mi indiferencia ante el futuro del eusquera o con el hecho de que Fernando Savater reconozca que se lo ha pasado bomba, con perdón, combatiendo a ETA.
Se trata de que aprendan a estimar las virtudes del amateurismo. Por afición y sólo por afición, dediqué en otro tiempo ratos perdidos a la investigación de asuntos de filología vasca, e incluso di varios cientos de clases gratis en la universidad a estudiantes de dicha especialidad —que hoy son catedráticos— sobre materias de la misma.
Publiqué un puñado de artículos, algún libro propio, traducciones de ajenos, todo por amor al arte. Poca cosa, lo admito. No me consta, sin embargo, que quienes claman por mi destitución hayan hecho otra que chupar del bote alardeando de amor al eusquera y a las aves de corral.
La indignación que muestran con Savater es aún más estúpida, porque es bien sabido que éste ha eludido siempre cualquier actividad que no le divirtiera.
Es el amateur más profesional que conozco. Por amateurismo lo enchironaron y lo expulsaron de la universidad en tiempos de Franco, y por amateurismo se convirtió en el portavoz fundamental de la resistencia cívica al terrorismo abertzale cuando los que ahora lo despellejan templaban gaitas, en el mejor de los casos, o jaleaban directamente a la banda y su cortejo.
En fin, a Savater lo recuerdo, en San Sebastián, hace once años, a la cabeza de la primera manifestación convocada por ¡Basta ya!, musitando con retranca, ante la aparición de grupos violentos de reventadores: «¡Mira que si encima lloviera!». Y estaba jarreando. Jon Juartisti.
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