Odio es lo que Pepiño, Zapatero y hasta algún madrileño de este gobierno sienten hacia Madrid y todo lo que Madrid significa. HERMANN TERTSCH
Está claro, y el ministro de Fomento de este gobierno —ya en su séptimo año triunfal—, debería ser el hombre más avisado al respecto, que hay inversiones, por generosas que sean, que resultan inútiles por ser su objetivo ilusorio o equivocado.
Pepiño, en sus esfuerzos por ser Don José, se puede hacer unos trajes a medida de elegancia sartorial, operarse los ojos para quitarse aquellas gafas de niño apocado y cabreado, construirse una casa con posibilidad de embarcadero pese a la Ley de costas, ir al logopeda para eludir el «conceto» y la «sinosis» y copiarle los zapatos a cualquier duque o conde de la Casa Alba.
Pero en cuanto se irrita por un «quítame allá esas nieves» le sale el Pepiño original, previo al tuneado, y nos espeta eso de que hay que cerrar la Comunidad de Madrid.
Y va él precisamente —muñeco mascota del resentimiento— y nos habla de odio y dice que los demás, es decir, ya saben, los fachas que no aplaudimos la carrera hacia la indignidad y el disparate de Zapatero, nos movemos por odio.
¡Quiá, Pepiño! No pediremos que hable con propiedad. Pero no se equivoque. Nada tiene que ver el odio con el desprecio. Ni con la fobia que genera la figura del impostor vocacional y eterno adolescente. Ni con la ira que lógicamente despierta el daño inmenso causado de forma gratuita a la patria de todos. El odio por definición no mira hacia abajo sino hacia arriba. Y por poderosos que se crean, se llamen Zapatero o Pepiño, para ser objeto de odio habrían de ser en alguna medida respetados. No es ya el caso.
Odio es lo que Pepiño, Zapatero y hasta algún madrileño de este gobierno sienten hacia Madrid y todo lo que Madrid significa. Lo que le lleva a querer «cerrar» Madrid.
¡Ay, la dichosa herencia de los años treinta que tanto han cultivado bajo el «nietísimo» del abuelo protomártir!. Ha enterrado todo signo de identidad de la socialdemocracia europea para resucitar aquel socialismo guerracivilista y largocaballerista que quería cerrar, prohibir, perseguir, quemar y reprimir todo lo que obstaculizara sus planes.
Madrid se ha convertido en una pesadilla para quienes quieren ciudadanos dóciles, dependientes, obedientes y temerosos. Representa el éxito de todo lo que combaten estos paleosocialistas que, anclados en sus mentiras históricas, quieren imponer el estado omnipresente, intervencionista y controlador.
Por eso la tratan como a una provincia traidora.
Es la denuncia viva de su fracaso.
El sangrante agravio comparativo con sus desastres de Andalucía, Castilla La Mancha y Extremadura pero, ante todo, de Cataluña, donde nacionalismo y socialismo, en su combinación más tóxica, han hundido a una sociedad próspera en la autoconmiseración, el clientelismo endémico y la mediocridad superlativa.
En todas ellas han impuesto un sistema de redistribución de la pobreza, además de perverso, desincentivador y fracasado, tramposo.
Madrid controla su deuda, Madrid tiene casi cinco puntos menos de desempleo, Madrid recibe inversiones que huyen de regulaciones ideológicas, Madrid tiene unos servicios que envidian y utilizan ciudadanos de autonomías dedicadas a gastar en combate ideológico e identitario.
Este fin de semana, Pepiño estaba especialmente irritado. El ridículo lo merece. Toda la región de la Sierra madrileña se vio afectada por la nevada.
La única vía cerrada fue la dependiente del señor Pepiño y de una delegada que más parece gobernadora civil/comisaria política.
Odian Madrid porque lo ven con resentida admiración. Porque es una isla de gestión pública europea en el lodazal de gestión paternalista autoritaria y tercermundista del socialismo de la impotencia y el insulto. Del que Pepiño es, con Zapatero, patético mascarón de proa.
martes, 8 de marzo de 2011
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