Nuestro tsunami particular, lo que nos arrolla y destroza aquí y ahora, es una creciente y, de momento, imparable crisis que cuenta por millones el número de parados y por miles de millones la deuda y el déficit públicos.
Algo también apocalíptico que el ahora decaído José Luis Rodríguez Zapatero no quiso ver venir cuando estaba pletórico —el sabrá por qué— y ahora no sabe cómo atajar y contener en sus funestos efectos sociales y económicos que, a mayor abundamiento, como si en Miyagi quisieran, en este instante, acometer una reforma agraria, coincide con una crisis política que, reactivada por Artur Mas, supuesto hombre de orden, compromete la forma y la estructura, incluso el territorio, del Estado.
La patronal enteléquica y los sindicatos anacrónicos, bendecidos por el fantasma gubernamental, llevan tres meses de diálogo para perfilar una reforma laboral, negociación de convenios incluida, que, antes de que llegue San José, sirva para racionalizar y potenciar nuestros mecanismos productivos e incrementar el nivel de competitividad de la Nación.
Han descubierto la cataplasma.
Ignorantes de los avances clínicos, farmacológicos y quirúrgicos, quienes dicen representar a los empresarios y a los trabajadores —¿a quiénes representarán los diputados de la docena y media de Parlamentos en uso?—, vuelven a los modos de nuestros abuelos. Cataplasmas para la enfermedad por grave que esta sea.
No quieren romper lo establecido e insisten en los convenios nacionales con referencia al IPC y, en general, con supuestos contrarios a las recomendaciones que vienen haciendo, desde dentro, el Banco de España y, desde el exterior, la Unión Europea, la OCDE y el FMI. Así, de espaldas a la realidad, sufriremos menos sin ver llegar la pared contra la que nos vamos a estrellar. Martin Ferrand, ABC.
martes, 15 de marzo de 2011
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