domingo, 20 de marzo de 2011

El que no iba a cambiar

Del Zapatero de entonces quedan el contorno corporal, el color de sus ojos azules y poco más
CURRI VALENZUELA

Esta misma semana se cumplieron siete años de aquella aparición de José Luis Rodríguez Zapatero en el balcón de la sede socialista de la calle de Ferraz tras haber ganado, por sorpresa hasta para él, las elecciones generales que le llevaron a La Moncloa.
«Os aseguro que el poder no me va a cambiar», anunció entonces con voz emocionada.
Menos mal. Si llega a prometer cambiar de arriba abajo en los años por llegar, se habría quedado corto.
Del Zapatero de entonces quedan el contorno corporal, el color de sus ojos azules y poco más.
Incluso dudo si las pupilas se le habrán tornado pardas después de anunciar la «contribución importante» de las fuerzas armadas españolas a la ofensiva bélica que la OTAN va a llevar a cabo en Libia utilizando el argumento de que resulta necesario derrocar a Gadafi para terminar con la violencia que este tirano ejerce contra su pueblo e instaurar la democracia en ese país árabe.

*.- Adiós a la Alianza de Civilizaciones.
*.- Adiós a la condena de la intervención militar para derrocar al tirano Sadam Hussein por masacrar a su pueblo e invadir a los vecinos.
*.- Adiós al Ejército convertido en ONG a las órdenes de una ministra pacifista. Ni flower power, ni paz y amor, sino todo lo contrario: A ofrecer bombarderos, submarinos, portaaviones para una guerra cuyo nombre, ¡guerra!, ha dejado de sonar mal a los oídos de nuestro presidente del Gobierno. El mismo personaje que condenó de antemano a su antecesor por enviar un barco hospital a la guerra de Irak y unos cientos de soldados para mantener allí la paz cuando ya había terminado el conflicto.
*.- Cambios en la manera de actuar de Zapatero ya habíamos visto a raudales en los últimos meses, pero siempre en el ámbito de la economía.
Se entiende, incluso, que las presiones exteriores, de la Unión Europea, de los mercados, hayan llevado al presidente a renegar de sus promesas anteriores y convertirse en paladín de la reforma laboral, la congelación de las pensiones, la rebaja en el sueldo de los funcionarios, la unión de salarios con productividad y tantas otras medidas de las que antes había abjurado.
Pasar, sin embargo, de pacifista a belicista en cuestión de horas resulta demasiado.
Como continúe así, Zapatero no se va a reconocer en el espejo cuando se mire al levantarse cualquier mañana de éstas.

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