jueves, 17 de marzo de 2011

El péndulo nos ha llevado de un franquismo sin urnas a una democracia que trata de demostrar su existencia

¡Qué país, Zapatero!, ¡qué país, Rajoy!, ¡qué país! Solo una epidemia de sentido común, acompañada de un Gobierno que prefiera arreglar nuestros problemas que volver a ganar las elecciones, puede salvarnos.


EL péndulo implacable que marca el ritmo de la vida española lo mismo nos lleva a los excesos estéticos y groseros de Santiago Segura, el padre de Torrente, que a la petulancia artística de Gerard Mortier, el hombre que parece haberse propuesto, tras anteriores ejercicios dinamiteros, destruir el Teatro Real.
Al final son la misma cosa, el fruto del dirigismo cultural que impide los brotes del talento y que aplica, con igual largueza, el dinero de todos para ayudar a que Paquirrín se convierta en estrella cinematográfica o tratar de que nos gusten más las óperas de Saverio Mercadante, que es un muermo, que las de Giuseppe Verdi o Giacomo Puccini.
Puestos a elegir entre esos dos extremos distorsionantes de la cultura y el gusto acreditados, me quedo con Segura, que les complace a muchos y es de Carabanchel, mejor que con Mortier, que es de Gante, como Carlos V; pero que, a juzgar por el programa para el Real que nos presenta, debe de odiar la ópera tanto como el mismísimo Napoleón.
En aplicación de esa siniestra ley del péndulo, que volatiliza los pocos valores morales en presencia, los trabajadores de AENA han dejado, en horas veinticuatro, de ser unos malvados dispuestos a arruinar la industria turística nacional para convertirse en rosados angelotes, quizás querubines, después de demostrar que quien le echa un pulso al Gobierno de Rodríguez Zapatero se lo gana y que, además, el matonismo, la huelga preventiva y la coacción al Estado están tolerados, incluso recompensados, en nuestras prácticas políticas.
 ¿Seguirá hablando el ínclito José Blanco de la privatización de un elevado porcentaje de AENA después de certificar el noli me tangerepara un colectivo laboral inmenso, privilegiado, grandón y provocador? ¿Quién querrá comprar joyas con dientes?
El péndulo nos ha llevado de un franquismo sin urnas a una democracia que trata de demostrar su existencia, ya que no en las prácticas que le son comunes, haciéndonos votar todos los días y ello reblandece el cerebro, en razón del celo electoral, de quienes nos gobiernan o aspiran a gobernarnos.
Pedro Mourlane Michelena, que era guipuzcoano, le dijo a Jacinto Miquelarena, natural de Bilbao, el famoso y sintomático «¡qué país, Miquelarena!». Fue, según parece, como rintintín por una historia que contaba el segundo sobre un pleonasmo, un paisano que mandó a comprar una «guindilla picante»; pero no ha perdido vigencia la expresión.
¡Qué país, Zapatero!, ¡qué país, Rajoy!, ¡qué país! Solo una epidemia de sentido común, acompañada de un Gobierno que prefiera arreglar nuestros problemas que volver a ganar las elecciones, puede salvarnos. Manuel Martín Ferrand. ABC.

No hay comentarios: