Eco de una de sus conferencias en 1973 en el «Diario Monañés».
Mírame a los ojos», se asegura que le ha llegado a decir José Luis Rodríguez Zapatero a quien hace casi cuatro décadas invocaba la unidad de destino en lo universal en la sede de la Jefatura Local del Movimiento de Torrelavega.
Franquista o joseantoniano, aliado del PSOE o del PP, cualquiera de las camaleónicas versiones de Miguel Ángel Revilla, presidente del Gobierno de Cantabria, está pasada por el tamiz de su populismo personalista, un sarampión que cíclicamente rebrota en la política española y que alumbra líderes como él, aupados en partidos diseñados a la medida de sus ambiciones (en este caso, el PRC) y mutantes según las circunstancias.
De unos años a esta parte Revilla no solo es el compadre de las anchoas, sino también un leal lugarteniente del jefe del Ejecutivo, e incluso el osado exégeta de los designios monclovitas cuando airea las conversaciones de palacio y hasta se atreve a aventurar que el de León repetirá como candidato del PSOE, por la hombría de «inmolarse» ante un casi inevitable cambio de ciclo.
Lo de Revilla y Zapatero es una simbiosis en estado puro por la que quien en sus pactos con el PP (entre 1995 y 2003) había sido siempre segundo de a bordo, a la sombra de los de la gaviota (como vicepresidente del Gobierno y consejero de Obras Públicas) , alcanzó después la cumbre del poder autonómico gracias al apoyo de los socialistas.
Una comunión de intereses en la que lo menos importante son las biografías, aunque la de Revilla resulte extraordinariamente reveladora.
Cuando hace unos días se le reprochó en «La noria» de Telecinco su pasado franquista, con datos de hemeroteca, el presidente cántabro, acorralado y estupefacto, reaccionó con airadas quejas ante lo que interpretó como «una encerrona».
A toro pasado, ha asegurado que no volverá jamás a ese programa televisivo y ha justificado su militancia en el Movimiento como algo común en aquella época «entre la mayoría de los jóvenes».
Una aseveración que ha sorprendido a quienes peinan canas y saben sobradamente que, si bien el franquismo gozaba de un amplio grado de aceptación, ni mucho menos «la mayoría» de la sociedad formaba parte orgánica de él.
Y las contradicciones de Revilla al tratar de hacer digerir esos hechos no acaban ahí, porque el dirigente cántabro arrastra incongruencias mucho más graves. En su reciente biografía «Revilla. Políticamente incorrecto», obra de Virginia Drake, él mismo relata que cuando estudiaba en la Universidad del País Vasco montó un sindicato subversivo y antifranquista, hecho por el que llegaron a detenerle. Pero si cinco años más tarde le hicieron jefe del Sindicato Vertical solo caben dos opciones: o ha mentido a la periodista o él ejerció como chivato dentro de aquel grupo «rebelde», pues únicamente así se explica que después le premiaran con un cargo de estricta fidelidad al régimen.
Porque lo que más está agrietando la figura de Revilla no es la revelación de su pasión política juvenil, sino la evidencia de que siempre ha manipulado el relato de esa parte de su trayectoria, entre el momento en el que se licenció en Económicas y Empresariales por la Universidad del País Vasco y su etapa de director de la sucursal del Banco Atlántico de Torrelavega.
Se lo que hiciste |
Y abundaba: «Tenemos una ideología que siempre he pensado que era exportable, en función, naturalmente, de una actualización del pensamiento de José Antonio».
Ese acto protagonizado por el hoy presidente filosocialista de Cantabria había sido previamente anunciada a bombo y platillo por el «Alerta»: «Se avisa a todos los camaradas de esta Lugartenencia, Vieja Guardia, Sección Femenina, Frente de Juventudes y público en general (...) para que asista a la conferencia del camarada Miguel Ángel Revilla Roiz». Tres décadas largas después, en 2008, el PRC decidía no presentarse a las elecciones generales y Revilla apoyaba sin ambages al PSOE; asistió incluso a un mitin de Felipe González en Santander. Nuevo tributo en favor del zapaterismo.
En ese devenir «progre», sin embargo, Revilla no ha logrado desembarazarse del tufillo rancio de su verborrea. Cuando confesó en septiembre de 2008 lo de «mojé por primera vez a los 18 años... y pagando» rescató con una sola frase lo más mugriento y carpetovetónico de una España ya enterrada. Hubo protestas de diversos colectivos, pero pronto amainaron porque Revilla ha gozado en estos últimos años del cobijo del paraguas mediático gubernamental. Ahí prodiga su campechanía, presume de la sencillez de su piso de ochenta metros cuadrados en Astillero y ahora alardea además de que, franquista o no, siempre se ha pagado sus trajes. O sea, sus muchas chaquetas.
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