Sabino Arana nació en 1865 en el seno de una acaudalada familia naviera y propietaria de un astillero. Su padre, carlista, estuvo comprometido en el suministro de armas para el movimiento que daría lugar a la tercera y última guerra carlista, en 1872, cuyo fracaso final, en 1876, le sumió en una profunda depresión.
El carlismo quedó prácticamente en ruinas y la familia Arana perdió bastante de su posición económica.
La sociedad vizcaína experimentaba por entonces un brusco cambio, aniquilador de los viejos valores y formas de vida a los que tan apegada estaba la familia Arana. En los años 70, la explotación de las minas de hierro para su exportación había iniciado la industrialización de Vizcaya, completada en los años 80 con la creación de plantas siderúrgicas.
Estaba cambiando la composición social y hasta el mismo paisaje, la ciudad crecía con barriadas donde se albergaban miles de inmigrantes de otras provincias, gente a menudo desarraigada y sin vida familiar, parte de ella influida por ideas antirreligiosas o revolucionarias.
En este clima, Luis Arana, hermano mayor de Sabino, concluyó que el carlismo había fracasado definitivamente, y que el fondo de todo el problema social y político, la causa del declive de la vieja sociedad, radicaba en un hecho por casi nadie reconocido: que los vizcaínos, y los vascos en general, no eran españoles ni debían identificarse con los asuntos de España.
Como consecuencia de la derrota carlista, los Fueros habían sido definitivamente abolidos. Luis identificó los Fueros con la independencia de Vizcaya, mantenida según él hasta la primera derrota carlista, en 1839, con la cual se habría abierto un proceso de sumisión creciente a España, culminado en la última derrota de 1876.
En la primavera de 1882, el domingo de Resurrección, según se cuenta, en el curso de unas conversaciones en el jardín de la casa familiar de Abando, Luis transmitió sus ideas a Sabino, que las absorbió con auténtica pasión. Sabino se aplicó a estudiar vascuence, ya que su idioma materno, como el de tantos vascos, era el castellano, del cual renegó (“lo hablo por desgracia”, escribió alguna vez), pero al que nunca pudo renunciar y que siempre manejó bastante mejor que el estudiado “idioma racial”, como lo definiría.
Sabino tenía 17 años. Se fue a estudiar Derecho en Barcelona, donde debió de recibir algunas influencias de los ambientes catalanistas, y, vuelto a Vizcaya, escribió algunos artículos sobre filología vascuence.
A finales de 1889 y durante el año siguiente, dio forma a sus ideales separatistas, concretándolos en varios artículos literarios que fueron publicados juntos en 1892, bajo el título “Bizkaya por su independencia” (primera obra del nacionalismo vasco).
El 3 de junio de 1893, en una merienda-cena en el caserío de Larrazábal, con 23 simpatizantes regionalistas llamados euskalerriacos, Arana pronunció un célebre discurso considerado a su vez el primer acto nacionalista: los vascos habían vivido desde tiempo muy lejano en medio de instituciones excelentes, bajo leyes modélicas, manifestadas con el paso del tiempo en los, para él mal llamados, fueros; y de que tan envidiable modo de vida se había deteriorado hasta casi desaparecer, siendo imperativo recuperarlo.
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