Nace un nuevo Estado en el corazón de Europa, el fracaso artificial de aquella Yugoslavia de Tito se desmorona totalmente.
La Federación deja paso a siete países más de espaldas los unos frente a otros que colaborando y con relaciones estables.
Limpiezas étnicas, odios ancestrales, conflictos políticos, incluso religiosos y hoy en 2008 y de modo unilateral pero con total apoyo de Estados Unidos y en menor medida de Alemania, Reino Unido y Francia, los kosovares proclaman su independencia y el nacimiento de un estado propio sin tener en cuenta todo el derecho internacional.
Hace mucho que Naciones Unidas ha dejado de ser creíble, eficiente y convincente. El cinismo del mundo y en particular de Occidente es claro. Interesa esta independencia pero no la de los territorios palestinos.
¿Es viable este Estado, auténtico problema para una Unión Europea totalmente desunida y sin ideas ni proyectos?.
Kosovo será un Estado, un estado más bien protectorado tutelado por fuerzas internacionales y el empeño norteamericano.
Y Rusia cambiará su política geoestratégica en sus fronteras con Europa, aplacará todo conato de independencia desde Osetia a Abjazia, Nagorno Karabaj, sin olvidar la brutal y genocida represión chechena y distraerá la atención acusando a Europa y fustigando la independencia en otros lugares.
Pero nada ni nadie puede parar lo imparable, la voluntad inequívoca de un pueblo de transitar hacia su propia libertad. Sólo es cuestión de tiempo, éste enfriará odios y aplacará iras y venganzas.
Pasada una década y aún con un empobrecimiento o deterioro del nivel de vida, nadie se acordará de estos problemas. Así sucedió en la vecina Bosnia Herzegovina.
Nadie se acordará de las Resoluciones de Naciones Unidas menos de las que no interesan como aquella de 1999 en concreto la 1.244 que establecía la integración de Kosovo en los restos de la extinta Yugoslavia y, por tanto, en Serbia, sucesora jurídica de aquel ente en el derecho internacional.
Las matanzas y la sed de venganza posterior forman parte del drama balcánico, pero ¿puede el derecho internacional frenar las ansias de independencia y de libertad de un pueblo que no se siente parte de otro, y que probablemente no lo es?.
Ese es el dilema, la frontera que separa el hecho de que esta declaración fáctica y no solemne todavía de un nuevo estado en Europa.
Algo parecido ocurrió con la caída del telón de acero y la desmembración de la Unión Soviética y la que sucedió a las guerras en Bosnia, Croacia y Kosovo.
¿Quién garantizará el respeto a la minorías -un cinco por ciento de la población kosovar es serbia, con lo que eso supone-, así como la transición hacia un verdadero estado democrático y de derecho?.
Y en ese espejo se miran vascos, catalanes y, en menor medida, gallegos, pero también escoceses, irlandeses, corsos, flamencos y valones, turco-chipriotas, osetios, abjazos, etcétera.
La Gran Serbia de Milósevic ha dejado paso, tras miles y miles de muertos y la vergüenza de Europa incapaz de atajar aquella locura balcánica a mediados de los noventa, a siete estados, siete países que llaman con insistencia a las puertas de la Unión Europea.
Uno de ellos, Eslovenia, preside hoy la Unión. El limbo jurídico en el que ha dormido desde hace diez años Kosovo deja paso, a expensas de toda legalidad internacional, que todavía asiste a Serbia pero que ha perdido eso sí toda legitimidad o autoridad moral, a un país incierto y con enormes dificultades.
La Federación deja paso a siete países más de espaldas los unos frente a otros que colaborando y con relaciones estables.
Limpiezas étnicas, odios ancestrales, conflictos políticos, incluso religiosos y hoy en 2008 y de modo unilateral pero con total apoyo de Estados Unidos y en menor medida de Alemania, Reino Unido y Francia, los kosovares proclaman su independencia y el nacimiento de un estado propio sin tener en cuenta todo el derecho internacional.
Hace mucho que Naciones Unidas ha dejado de ser creíble, eficiente y convincente. El cinismo del mundo y en particular de Occidente es claro. Interesa esta independencia pero no la de los territorios palestinos.
¿Es viable este Estado, auténtico problema para una Unión Europea totalmente desunida y sin ideas ni proyectos?.
Kosovo será un Estado, un estado más bien protectorado tutelado por fuerzas internacionales y el empeño norteamericano.
Y Rusia cambiará su política geoestratégica en sus fronteras con Europa, aplacará todo conato de independencia desde Osetia a Abjazia, Nagorno Karabaj, sin olvidar la brutal y genocida represión chechena y distraerá la atención acusando a Europa y fustigando la independencia en otros lugares.
Pero nada ni nadie puede parar lo imparable, la voluntad inequívoca de un pueblo de transitar hacia su propia libertad. Sólo es cuestión de tiempo, éste enfriará odios y aplacará iras y venganzas.
Pasada una década y aún con un empobrecimiento o deterioro del nivel de vida, nadie se acordará de estos problemas. Así sucedió en la vecina Bosnia Herzegovina.
Nadie se acordará de las Resoluciones de Naciones Unidas menos de las que no interesan como aquella de 1999 en concreto la 1.244 que establecía la integración de Kosovo en los restos de la extinta Yugoslavia y, por tanto, en Serbia, sucesora jurídica de aquel ente en el derecho internacional.
Las matanzas y la sed de venganza posterior forman parte del drama balcánico, pero ¿puede el derecho internacional frenar las ansias de independencia y de libertad de un pueblo que no se siente parte de otro, y que probablemente no lo es?.
Ese es el dilema, la frontera que separa el hecho de que esta declaración fáctica y no solemne todavía de un nuevo estado en Europa.
Algo parecido ocurrió con la caída del telón de acero y la desmembración de la Unión Soviética y la que sucedió a las guerras en Bosnia, Croacia y Kosovo.
¿Quién garantizará el respeto a la minorías -un cinco por ciento de la población kosovar es serbia, con lo que eso supone-, así como la transición hacia un verdadero estado democrático y de derecho?.
Y en ese espejo se miran vascos, catalanes y, en menor medida, gallegos, pero también escoceses, irlandeses, corsos, flamencos y valones, turco-chipriotas, osetios, abjazos, etcétera.
La Gran Serbia de Milósevic ha dejado paso, tras miles y miles de muertos y la vergüenza de Europa incapaz de atajar aquella locura balcánica a mediados de los noventa, a siete estados, siete países que llaman con insistencia a las puertas de la Unión Europea.
Uno de ellos, Eslovenia, preside hoy la Unión. El limbo jurídico en el que ha dormido desde hace diez años Kosovo deja paso, a expensas de toda legalidad internacional, que todavía asiste a Serbia pero que ha perdido eso sí toda legitimidad o autoridad moral, a un país incierto y con enormes dificultades.
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