viernes, 9 de enero de 2009

Creencias


«Tanto si Dios existe como si no, le echamos mucho de menos
(Anthony Burgess)
ME aburren los ateos, decía un célebre personaje de Heinrich Böll, porque siempre están hablando de Dios. No se refería el Nobel alemán a los agnósticos ni a los escépticos, respetables en su descreencia o en sus dudas como los creyentes en su fe, sino a los predicadores laicos que dan la misma tabarra que muchos de los religiosos, tan empeñados como ellos en la soflama de su proselitismo inverso. En una sociedad abierta en la que a nadie se le imponen creencias ni se le persigue por ellas, y en la que la conciencia moral se considera generalizadamente un ámbito privado, el ateísmo militante o combatiente viene a resultar una modalidad como otra cualquiera de sectarismo. Libre, por supuesto, pero dogmática.
Con todo, el pensamiento materialista tiene en la filosofía y en la ciencia cumbres intelectuales dignas de máximo reconocimiento, que no merecen ser simplificadas con la torpeza ramplona de un eslogan publicitario como el de esos autobuses que van a circular por algunas capitales españolas, donde siempre resulta por cierto más confortable blasonar de ateísmo que en Teherán o Dubai. El esfuerzo de gente como Sartre, Ortega, Nieztche o Cioran, que ha destilado tanto sufrimiento en la agonía interior de su búsqueda o su desencuentro, no puede reducirse a la simpleza de una frase de zafio epicureísmo: «Dios no existe, así que ya puedes disfrutar de la vida». Por lo general, los tipos que han concluido honestamente la inexistencia de Dios lo han pasado bastante mal en su proceso reflexivo, y sin duda peor que la mayoría de quienes han creído hallar respuestas positivas a su inquietud de trascendencia. Es posible, e incluso aconsejable, cuestionar el carácter lenitivo o balsámico de la fe -lo hizo incluso un católico profundo como Graham Greene-, pero por respeto a los que se han interrogado por su ausencia cabe pedir que no se banalice su juicio ni su empeño.
Por lo demás, sólo desde la frivolidad del desconocimiento es posible suponer que los creyentes viven amargados. Yo conozco a bastantes a los que su fe les ilumina y fortalece, y en el resto no observo graves síntomas de quebranto existencial, al menos no mayores que en los agnósticos. Quizá los propagandistas de la campaña de marras, o sus patrocinadores, se hayan dejado influir por el aspecto apesadumbrado y tormentoso de ciertas muchedumbres fanáticas en esos países por los que nunca circulará su autobús, y en los que la ley confesional pesa de modo determinante en la conducta civil, social y privada de sus ciudadanos. Pero en las sociedades europeas la religión aparece como un fenómeno apacible, poco inquietante y, en ocasiones como la reciente Navidad, manifiestamente jubiloso. Nada de lo que haya, en todo caso, que preocuparse.
Ocurre que toda militancia, y determinado ateísmo también lo es, deviene inevitablemente miope, sectaria y maniquea. Cuando se hace de la certeza propia una categoría innegociable se cae a menudo en la simplificación y en la insustancialidad. Con fe o sin ella, porque eso no es cuestión de metafísica, sino tan sólo de inteligencia.

IGNACIO CAMACHO. ABC, Viernes, 09-01-09

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Alos ateos:
La creencia en Dios no te impide disfrutar de la vida, ni te produce preocupaciones, al contrario. Vaya propaganda tontamente capciosa. ¿Y cuando tengas un cáncer?, ¿vas a disfrutar también?,...tontos orgullosos. ¿Y si estás en paro?, qué, ¿no irás a Cáritas a pedir de comer?. Los cristianos por lo menos somos felices en medio de las desgracias, que no buscamos, por cierto, porque después de esta travesía esperamos otra vida mejor. Y disfrutamos, vaya que somos felices, ¡atontaos!. Lo siento por vosotros. Dios no produce preocupaciones, al contrario, te da seguridad y paz. Abrazos a todos.

Anónimo dijo...

Menudo cacao tienen algunos con Dios. Para hablar de una cosa y opinar de ella hay que saber de que se está hablando. Una cosa es que Dios exista o deje de existir y otra cosa es tener tanta fijación con este tema. Que Dios exista o no exista no es cuestión de probabilidades. Que atrevida es la ignorancia. Cuando se habla con inquina de cualquier cosa resultamos ser poco fiables

Anónimo dijo...

Si nunca me convencieron las inmensas catedrales como van a hacerlo autobuses aunque sean de dos pisos, la misma estupidez pero sobre ruedas

Anónimo dijo...

No sabia yo que creer en la existencia de Dios era motivo para estar preocupado. Ni sabia que si crees en Dios no puedes disfrutar de la vida. Vaya manera de prostituir el lenguaje.

Anónimo dijo...

Vamos, que los ateos hacen el mismo juego que los teistas. Nada nuevo. Es como el "orgullo gay". Puede ser que Dios exista. Goza de la vida. Aprovecha y no seas tonto. Porque la vida es para ser gozada. Para eso Dios nos la dió.

Anónimo dijo...

Bien, ¿Y si uno afirma que Dios no existe, no tendra que demostrar esa afirmación igualmente? ¿o es que las afirmaciones sobre la no existencia de Dios tienen bula divina, digo, atea?. Venga, no seamos tan listos que lo que afirma uno también lo tendrá que demostrar, a no ser que sea cuestión de fe, entonces siendo cuestión de fe supongo que no se tendra que demostrar la no existencia de Dios. En definitiva, me quedo perplejo de lo creyentes que son los ateos en sus no creencias.

Anónimo dijo...

El slogan me parece poco racional. Yo personalmente también creo que es improbable que Dios exista. Hasta ahí bien. Pero de esa afirmación no se deduce que hay que dejar de preocuparse y gozar de la vida. Si no hay un Dios, entendido como una razón superior y absoluta, la vida es la ley de la selva. Entonces, es cuando hay que realmente preocuparse. Si usted ve a un niño acribillado y sabe que no "pasa nada" después, no es para "gozar". Si todos los malvados y asesinos de la historia tienen igual razón que los demás, es para preocuparse. Si la verdad de uno es igual a la verdad de otro, aunque sean contrarias, esto es un caos que precisamente no dice nada bueno de la vida.

Anónimo dijo...

Cuando lo "ridículo" se convierte en sublime, quien lo hace no se convierte en sublime, sino en ridículo. Si además lo adorna con palabras, además de ridículo, es de risa, por mucho que se crea en sus “dogmas”.